Pedro José Chacón-El Correo
Llama la atención que el Gobierno de Urkullu ponga a su premio de los derechos humanos el nombre de quien dio soporte jurídico al modelo francés de centralización política
La defensa de los derechos humanos es un propósito tan relevante que nos merece toda nuestra admiración, respeto y agradecimiento. Y la seriedad del empeño debería evitar su utilización para otros fines. Pero cuando nuestro Gobierno vasco instituye desde 2003 el premio de los derechos humanos con el nombre de René Cassin, antes incluso de enumerar sus elevados méritos en el desarrollo de los derechos humanos en el siglo XX -entre los que consta ser redactor de la Declaración Universal de 1948 y Premio Nobel de la Paz de 1968-, lo primero que destaca es que nació en Bayona el 5 de octubre de 1887, como si Bayona -situada en el País Vasco francés, denominación sin alcance jurídico-político- quedara dentro del ámbito competencial de la comunidad autónoma vasca. Si esto no es utilizar los derechos humanos para reivindicar una ideología política la verdad es que se le parece bastante.
El propio lehendakari Urkullu, cuando visitó en enero de este año la Fundación René Cassin y el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, que no por casualidad están ambos en la ciudad francesa de Estrasburgo, se refirió a René Cassin como «vasco universal». Por vasco universal siempre hemos pensado en un Ignacio de Loyola, un Elcano, un Unamuno, personas con un arraigo contrastado, que llevan por el mundo las características que reconocemos como intrínsecas a nuestro pueblo vasco. El Gobierno vasco, entre 1997 y 2010, también dio un premio al vasco/vasca universal recurriendo a esa idea.
Pero en el caso de René Cassin, salvo que vivió en Bayona tres años y medio, desde su nacimiento en 1887 hasta que en 1891 sus padres decidieron volver a Niza, donde se habían conocido y harían prosperar sus negocios, no se le conoce mayor vinculación con lo vasco. Hay una cita en la que se refiere a sí mismo como «l’homme des trois frontières» (el hombre de las tres fronteras): la alemana, ya que su abuelo materno era de Alsacia; la española, al haber nacido en Bayona; y la italiana, por su educación en Niza.
Llamando vasco universal a René Cassin, el nacionalismo nos introduce en la Euskal-Herria transfronteriza de los siete territorios, en la que todos somos vascos por igual. Pero ¿me equivoco si afirmo que ese mismo Gobierno vasco que concede un premio René Cassin de los derechos humanos jamás concedería, por ejemplo, un premio Ramón y Cajal al mérito científico, como el del Ministerio de Ciencia español? Nuestro Nobel de Medicina nació en Petilla de Aragón, que es un enclave navarro en la provincia de Zaragoza, y por tanto vasco según nuestros nacionalistas, y vivió allí hasta los dos años. ¿Por qué al francés sí y al español no si ambos son vascos?
En Francia hay hasta tres premios René Cassin de los derechos humanos. El más longevo lo entrega una entidad dependiente del Ministerio de Educación nacional desde 1988, justo desde el año siguiente al del traslado, con todos los honores, de las cenizas del premio Nobel al Panteón, monumento de París donde están enterrados los grandes del país vecino. A partir de 2015, y tras veinticinco años de llamarse el premio así, se decidió denominarlo Premio de los Derechos Humanos de la República Francesa. La Academia de Ciencias Morales y Políticas, a la que perteneció René Cassin desde 1947 hasta su fallecimiento en 1976, también otorga otro. Y el tercero es el de la fundación que lleva su nombre. Además, existen por el mundo, aparte del vasco, al menos otros tres premios René Cassin de los derechos humanos, cuyas entidades otorgantes no me cabría enumerar aquí.
Pero lo que hace al premio vasco diferente de todos los demás -y eso es lo más sorprendente, sin duda- es que la figura jurídico-política de René Cassin está en las antípodas de la ideología nacionalista vasca que decidió crear ese premio en Euskadi. René Cassin es quien dio soporte jurídico al modelo francés de centralización política tras la Segunda Guerra Mundial. Estamos ante una gloria de Francia, a solo un escalón por debajo de la figura del general De Gaulle. Quien tomó juramento a Charles de Gaulle como presidente de la República el 8 de enero de 1959 fue René Cassin, como presidente del Consejo Constitucional provisional. Su nombre está en calles, plazas, colegios y liceos de todo el país. Fue el primer jurista de la Francia libre y vicepresidente del Consejo de Estado entre 1944 y 1960, desde donde controló todos los engranajes de la administración. Fundó en 1947 el Instituto Francés de Ciencias Administrativas, presidió el consejo directivo de la Escuela Nacional de la Administración entre 1946 y 1960, de la que han salido hasta cuatro presidentes de la República, y perteneció al Consejo Constitucional entre 1960 y 1971. Así que, en paralelo a su carrera en favor de los derechos humanos, contribuyó como el que más a levantar la Francia jacobina que hoy conocemos.
Desde su puesto clave en el Consejo de Estado, participó de manera decisiva en la redacción de la Constitución francesa de 1958, la hoy vigente, que en su artículo 2 dice que «la lengua de la República es el francés» y en su artículo 75-1 que «las lenguas regionales pertenecen al patrimonio de Francia». Entonces, ¿cómo puede ser que un Gobierno nacionalista vasco le dé a su premio de los derechos humanos el nombre de quien, como René Cassin, reivindicó siempre los derechos individuales, sin tener para nada en cuenta a las regiones y sus supuestos derechos colectivos?