Iván Gil-El Confidencial
¿La crispación ha llegado a un punto de no retorno o, por el contrario, la imagen del Congreso sin ningún voto en contra del IMV puede ser el principio de una política del pacto para afrontar la crisis?
El giro de Ciudadanos hacia posiciones más pactistas, escenificado este viernes con una reunión de trabajo en Moncloa entre la dirección naranja y el Gobierno, coincide con el sentir social que reflejan las encuestas, con una amplia mayoría de la ciudadanía favorable a la búsqueda de acuerdos y crítica con la crispación política. Pero no solo. Está comenzando a generar un efecto dominó a izquierda y a derecha, obligando a replantear estrategias que determinarán el resto de la legislatura.
El Gobierno de coalición, por un lado, deberá resolver su debate interno sobre si buscar el apoyo de ERC o de los naranjas, que se dicen incompatibles, y en función de ello los minoritarios también tendrán que elegir. El PP, su parte, deberá decidir si taponar sus fugas hacia el centro o hacia la extrema derecha. Moderarse o mantener una posición dura, según el debate interno que se expresó en su ejecutiva del pasado lunes. O lo que es lo mismo, si seguir alejándose de los consensos y alimentar la polarización, como efecto arrastre de Vox, o apostar por una oposición constructiva. Los pactos de reconstrucción y el contorno de los Presupuestos dependen de ello, y por tanto el camino por el que transitará la legislatura pospandemia.
¿Pero la crispación política ha llegado a un punto de no retorno o, por el contrario, la imagen del Congreso sin ningún voto en contra del Ingreso Mínimo Vital puede ser el principio de una política del entendimiento para afrontar la crisis que viene? La ciudadanía, independientemente del partido al que se vote, parece tener claras sus preferencias en un contexto en el que comienza a superarse la crisis sanitaria al tiempo que comienzan a recrudecerse los efectos de una crisis económica todavía en ciernes. Una reciente encuesta de Metroscopia concluía que prácticamente la totalidad de los españoles (93%) define a nuestra vida política como crispada.
El partido que se percibe como más crispador es Vox (82%), seguido de PP (75%), Podemos (69%), PSOE (59%) y, en último lugar, Ciudadanos (40%)
El 94% de los encuestados considera inadmisible que en el Congreso de los Diputados se recurra, en las discusiones, a expresiones despectivas o insultantes y un 85% llega incluso a afirmar que más que el actual encadenamiento de una crisis epidémica con una crisis económica, lo que realmente constituye un peligro para nuestra democracia es la manera de actuar de muchos de los partidos y políticos que la integran.
Por partidos, el que se percibe como más crispador es Vox (82%) —incluso para la mitad de sus propios votantes—, seguido de PP (75%) —porcentaje que es del 41% para sus votantes—, Podemos (69%), PSOE (59%) y, en último lugar, Ciudadanos (40%). Una considerable fracción del electorado está incomodada con el hecho de que la formación a la que dieron su voto genere crispación, por que, como concluye el estudio, la búsqueda artificial de la agitación es un peligroso recurso de doble filo: «Puede dañar la imagen de las formaciones rivales, pero también puede deteriorar la fidelidad de los propios seguidores”.
«Los datos no solo dicen que a la ciudadanía no le gusta esta confrontación, sino que si consideran que el líder del partido al que votas la fomenta, le das un suspenso», explica el investigador principal de Metroscopia, José Pablo Ferrándiz. Destaca también la inclinación del electorado por el acuerdo y la búsqueda de pactos, aunque matiza que cuando uno se expresa en estos términos «piensa en su propio acuerdo y su propio pacto». Con todo, el perfil más conciliador según la encuesta es el de Ciudadanos y como consecuencia, la evaluación de su líder, Inés Arrimadas se ha disparado. La crispación permanente no puntúa, pero Ferrándiz muestra sus dudas de que pueda tener una traslación inmediata en rédito electoral, aunque los votantes críticos tienen una mayor posibilidad de engrosar la bolsa de la abstención.
«El 13 de julio se volverá a poner el marcador político a cero y este discurso artificial se va a pinchar, volveremos de nuevo a otro escenario»
Para el sociólogo y presidente de GAD3, Narciso Michavila, quien siga con el manual de la polarización de cara a buscar una ventaja personal perderá y las elecciones vascas y gallegas del próximo 12 de julio marcarán un antes y un después en este sentido. «Todo esto va a pasar factura y en España lo veremos el 12-J», vaticina, añadiendo que «el 13 de julio se volverá a poner el marcador político a cero y este discurso artificial se va a pinchar, volveremos de nuevo a otro escenario».
La estrategia Feijóo
Las encuestas que otorgan mayoría absoluta al presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, quien no comparte la línea dura del líder de su partido, Pablo Casado, refuerzan esta hipótesis. Más aún el hecho de que Feijóo corte el paso a Vox y Ciudadanos, que se quedarían sin representación en el Parlamento gallego, al absorber el presidente de la Xunta todo el espectro que va desde el centro hasta la extrema derecha.
«El electorado está más sensible que nunca a la crispación. Está irritado y preocupado, por lo que pide soluciones. Además, la crispación se ha producido sobre cuestiones que para nada son una preocupación directa del ciudadano», relata poniendo como ejemplo la polémica de la portavoz del PP llamando «hijo de terrorista» al vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, o a este último por acusar a Vox de querer dar un golpe de estado. Más allá de que las urnas den la razón a una u otra estrategia política, Michavila apunta otras consecuencias de más largo recorrido. «El concepto de coalición en España va a salir muy tocado. Buena parte de la polarización que ha habido viene condicionada por el enfrentamiento dentro de los propios gobiernos de coalición», dice en referencia tanto al Ejecutivo de PSOE y Unidas Podemos como al madrileño formado por PP y Ciudadanos.
El viraje de Ciudadanos le parece una apuesta inteligente al consultor político y director General de Public, Abelardo Bethencourt, quien apunta que hay señales de que el PP va a seguir una línea similar. «Es mejor diferenciarte que intentar gritar más que tu competidor, por la falsa sensación de que si no lo haces quedas desdibujado», apunta Bethencourt concluyendo además que es lo que pide el votante medio, no militante, «para ser percibido como un sitio de encuentro, y ahí es donde está la mayoría». Además, señala que la crispación y la polarización que produce hace que el votante promedio, más moderado, «se vaya a la abstención y solo se queden los más forofos en el circuito electoral». Esto es, según prosigue, porque «los moderados son castigados por uno y otro lado, te acaban juzgando los dos bandos y acabas callándote y absteniéndote, porque no te sientes reflejado por ninguna de las dos opciones en confrontación».
El sesgo del barrio de Salamanca
De ahí que su consejo es que los partidos busquen más a los que menos griten, que aunque no se les escuche son la mayoría y piden que se llegue a acuerdos y haya cauces para el entendimiento. Sin embargo, aunque parezca una obviedad no siempre es así por lo que denomina el sesgo engañoso de la polarización. «La gente que te apoya más férreamente es la más ruidosa, lo que no significa que te apoye más cantidad de gente, sino que como están más tensionados parece que vas a los sitios y la gente comparte tu discurso».
«La gente que te apoya más férreamente es la más ruidosa, lo que no significa que te apoye más cantidad de gente»
Bethencourt, que ha trabajado en numerosas campañas electorales y ha sido jefe de gabinete del Secretario de Estado, director del gabinete del presidente del Gobierno y secretario del Consejo de Seguridad Nacional en la etapa de Mariano Rajoy, lo ejemplifica con la primera campaña de las generales en las que Vox irrumpió en el Congreso. «Se pensaba que como llenaba Vistalegre y el PP no, los iban a sobrepasar. Sin embargo, la razón es que sus votantes estaban más tensionados y eso provoca un sesgo erróneo».
En este contexto, el sesgo al que alude el director General de Public serían las protestas del barrio de Salamanca o las caceroladas de los denominados ‘cayetanos’. Una burbuja poco representativa pero amplificada por líderes políticos y medios de comunicación que, sin embargo, actuaría como vaso comunicante de la agitación entre oposición y calle. Precisamente, los episodios de mayor tensión en el Congreso han coincidido con el punto álgido de estas protestas con un cariz de tipo destituyente. Entonces, los diarios de sesiones pasaron de dar cuenta del tono bronco de las discusiones a reflejar un antagonismo cargado de violencia verbal.
Si desde Vox ya se venían fijando el paso a los populares, principalmente a su portavoz, Cayetana Álvarez de Toledo, para intentar situar en sus discursos al Gobierno fuera del marco democrático y de la legalidad, en ese contexto fue Unidas Podemos quien comenzó a acusar a los de Santiago Abascal de golpistas, buscando arrinconar al PP como meros colaboradores. «La agitación en el caso de Unidas Podemos» respondería según Bethencourt a una estrategia electoral «porque la polarización tiene como efecto reactivar a tu votante».
‘Catalanización’ o desescalada
La desescalada de la crispación, que la ciudadanía reclama como necesaria, es posible pero no todos los analistas son optimistas. Para el investigador principal de Metroscopia no siempre es fácil volver atrás y llegar a acuerdos cuando has llevado la confrontación al extremo y añade que los partidos suelen fijarse más en lo que piensan o dicen los militantes, habitualmente más extremos, que los votantes. Ciudadanos, por ejemplo, no se ha desmarcado de la foto de Colón hasta después de realizar un cambio de liderazgo y previamente sufrir un batacazo electoral.
«El gran problema de la polarización es que se deja de escuchar al contrario. Se fabrican realidades paralelas irreconciliables y ahí se rompe el debate»
Michavila apunta, además, la singularidad de España. «A medida que va bajando la niebla se ve que ha habido crispación en los países donde la pandemia y la crisis económica ha sido más fuerte» y que curiosamente donde se ha gestionado peor es en los países «donde la polarización política previa era mayor: Brasil, Estados Unidos, Reino Unido y España». Y aunque nunca es tarde, Bethencourt también alerta «el gran problema de la polarización es que se deja de escuchar al contrario. Se fabrican realidades paralelas irreconciliables y ahí es dónde se rompe el debate porque provoca frustración y partes de que la intención del otro es siempre maliciosa».
Este extremo es lo que denomina «catalanización de España», según la cual se pasaría de una sociedad que convive con sus diferencias a una que cada vez se va separando más en dos hasta romper todos los puentes y dejar de entenderse, priorizándose también la ocupación de espacios políticos y mediáticos de los sectores más radicales en detrimento de los más moderados que entran en una suerte de espiral del silencio. La desescalada de la crispación es posible, pero el tiempo y las dinámicas actuales juegan en su contra acercándose a un punto de no retorno.