El viraje

ABC 10/08/16
IGNACIO CAMACHO

· De las seis condiciones formuladas por Rivera no hay ninguna que Rajoy no pueda cumplir de mejor o peor grado

DE las seis condiciones que Albert Rivera puso ayer para negociar la investidura de Rajoy no hay ninguna que éste no pueda cumplir. La de la «comisión Bárcenas» es un trágala que le costará digerir pero en todo pacto hay que ceder al socio alguna victoria simbólica. El resto de las cláusulas forman parte del programa de regeneración de Ciudadanos y no pueden asustar ni asombrar a nadie. Dos de ellas –la separación de los imputados y la supresión de los indultos– ya se cumplen de facto. La limitación de mandatos representa una jubilación en diferido del presidente. La nueva ley electoral habrá que hilarla fino y en todo caso exige más consenso que el de una alianza puntual; como mínimo ahí tiene que estar también el Partido Socialista. Pero es que ninguno de esos requisitos es susceptible de rechazo por el PSOE, que si algo debería lamentar es no haberse adelantado a plantearlos.

Rivera ha hecho lo que demandaban gran parte de sus electores y el sentido de Estado. No se funda un partido para quedarse al margen en los momentos decisivos y C’s estaba en ese punto en que una actitud vestal lo podía condenar a la irrelevancia. Tiene derecho a pedir porque está en disposición de dar y necesita un quid pro quo que justifique el acuerdo y dé sentido a sus renuncias y utilidad a sus votos. Aun así se mostró ayer tan renuente consigo mismo que en su escénica comparecencia evitó pronunciar la palabra «sí» como objetivo final de la negociación con el PP; decía «avanzar» o «desbloquear» para diluir en eufemismos la evidencia de un razonable cambio de criterio, de un sensato viraje. Sorprende que entre su pliego de exigencias no figuren medidas económicas; simplemente ya están negociadas sotto voce entre De Guindos y Garicano y no existen diferencias esenciales porque tampoco las hay de modelo de sociedad ni de ideario.

El paso adelante de C’s constituye un ejercicio de asunción de responsabilidades que requiere de otro similar por parte del Gobierno. No van a negociar una fusión ni la dote de una boda sino un pacto de investidura. Habrá mutuas desconfianzas, roces y choques porque ambos se disputan el mismo espacio político. Sin embargo los ocupantes de ese espacio, que son los votantes de ambos, comparten con matices un mismo proyecto. Por eso les costaba entender la acidez de estas semanas de desencuentro.

Con todo, si se consuma el convenio, seguirán faltando seis votos o seis abstenciones. El PNV no se va a mover antes de las elecciones vascas, de modo que la presión aumenta sobre un tozudo Pedro Sánchez que va a sufrir más que nunca el cerco de su propio partido. Quizá necesite tumbar al menos una vez a Rajoy, revolcarlo en la revancha psicológica de su intento fallido. Sin embargo se le están acabando los argumentos. Luego es probable que se le acaben también las oportunidades, y por último quizá tenga que aceptar que se le termina el tiempo.