El vodevil

La única posibilidad de hacer embarrancar el Plan Ibarretxe sería vencerle electoralmente y constituir un gobierno PSE-PP. Pero no se quiere, sobre todo, porque un encuentro constitucionalista en Euskadi implicaría un alejamiento de ERC del PSC en Cataluña y el desencuentro de esta fuerza con el PSOE en Madrid, con el consiguiente tambaleo del Gobierno. Un vodevil paradójico.

 

Desde una cierta fe en el ser humano, en la responsabilidad de los que nos gobiernan y en la importancia del racionalismo que impera en todas las facetas de nuestra cotidiana existencia postmoderna, es difícil tomarse en serio no sólo el Plan de nuestro lehendakari sino el cúmulo de reformas estatuarias e incluso constitucionales que se mueven por toda España. Si nos fue la cosa bien para salir sin trauma de una dictadura producto de una guerra civil -ejercicio mucho más arriesgado y complicado que lo que la gente cree-, y nos salió bien no sólo en lo político, sino en lo económico y en los demás aspectos, ¿por qué ponerlo hoy todo patas arriba? Resulta tan sorprendente la situación que es lógico excusar a los muchos que no se han tomado en serio a Ibarretxe hasta que lo vieron el otro día en el Congreso de los Diputados, contestando con dureza de pedernal la bien hallada frase del amable Zapatero: «Si convivimos juntos, decidamos juntos», con un «antes hay que decidir si convivimos». San Francisco ante San Ignacio.

Es, pues, para excusar a todos los que no se lo habían tomado en serio, incluidos numerosos nacionalistas vascos moderados. Mucha gente con buen sentido común planteaba la imposibilidad del plan Ibarretxe porque los del PNV no son tontos, porque no iban a abocar al País Vasco al retroceso y a la pobreza. Esto lo piensa cualquiera un poco enterado de la dependencia económica vasca respecto a la española, cualquier ser racional que no considera la enorme enajenación que puede producir determinadas ideologías y las decisiones trágicas que algunos sujetos políticos toman ante la perspectiva de perder el poder. Ante ello se retoma una ideología que ahí estaba, moderada por la modernidad pero de origen reaccionario, pensada para la vuelta a una hegemonía arrebatada por el liberalismo y como envoltorio de lo que cada día es denunciado por más personas: el Plan Ibarretxe es, en primer lugar, un instrumento que crea las condiciones – excluyendo a cualquier opositor: a españolistas y a ETA-Batasuna-, para que el PNV se eternice en el poder. Evidentemente, cargándose la democracia.

Pero tampoco existe por el resto de los partidos, salvo Batasuna, que se ve en las últimas, denuncia seria del riesgo al que asistimos. Demasiado talante y mano tendida, demasiado esfuerzo en apartar la única posibilidad de hacer embarrancar el Plan Ibarretxe, que sería vencerle electoralmente y constituir un gobierno PSE-PP. Quizás no se quiera poner énfasis en el encuentro constitucionalista para no movilizar el voto nacionalista; quizás no se quiera por no crispar con la imagen de un frente antinacionalista. Pero, sobre todo, pienso que no se quiere porque en este vodevil que es la política española -el problema es España, dirían los pesados regeneracionistas del 98- un encuentro constitucionalista en Euskadi implicaría un alejamiento de ERC del PSC en Cataluña y el desencuentro de esta fuerza con el PSOE en Madrid, con el consiguiente tambaleo del Gobierno. Un vodevil paradójico en el que el PSOE se ve acompañado en el referendo europeo sustancialmente por el PP, aunque no pierde ocasión para acusarle de que no echa el resto, frente a los grupos que le apoyan en el Gobierno como Izquierda Verde o ERC, que rechazan el tratado europeo. Y vuelta a la paradoja, el PNV, que no sabemos por qué razón, quizás para no verse más aislado internacionalmente, dice apoyar el referendo en contradicción palpable con sus posturas últimas, aparece en el baile de camas en las misma habitación que el PSOE y el PP ante el proceso europeo. No es de extrañar que el electorado no se crea nada, no entienda nada, y diga que todo esto es para los políticos.

El día que Ibarretxe habló en el Congreso hubo casi tanto silencio como cuando Tejero entró en el hemiciclo el 23-F. Fue situación chocante después tres legislaturas en las que sus señorías saltaban en algarada por cualquier cosa. Es quizás por esa dimensión dramática que el silencio otorgaba por lo que el ciudadano normal ha podido entender que la cosa va en serio. Porque, por el juego de alianzas políticas que existen para apuntalar los diferentes poderes, no hay una alternativa constitucional a la aventura de Ibarretxe.

Eduardo Uriarte Romero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 10/2/2005