- El nuevo PP ha metido a Vox en el Gobierno de Castilla y León cumpliendo lo que las encuestas llevan diciendo desde 2018: que los votantes del PP -y muchos de Cs- ven totalmente natural gobernar con Vox antes que permitir un Gobierno de izquierdas o que se repitan las elecciones
La decisión de Alfonso Fernández Mañueco de llegar a un pacto de Gobierno con Vox en Castilla y León y meter a los de Santiago Abascal por primera vez en un Ejecutivo ha hecho crujir el andamiaje de los partidos políticos de la izquierda mientras muchos gurús de la opinión publicada se llevaban las manos a la cabeza y anunciaban la llegada de las siete plagas a la política española.
Por el mismo fenómeno, Alberto Núñez Feijóo –hasta ayer alabado por esa misma prensa y esos mismos gurús como Alberto ‘el Moderado’ para enfrentarle y desgastar a Pablo Casado, una vieja adulación que en el pasado sucedió con Alberto Ruiz Gallardón para enfrentarle a Aznar y a Aguirre- es ahora poco menos que un fascista peligroso que les ha mantenido engañados todas estas legislaturas gallegas con mayorías absolutas que, al parecer, no las lograba por su moderación y su talante sino por su habilidad para no saber si subía o bajaba la escalera hasta abrazarse con Vox…
Lo que ha hecho Mañueco en Castilla y León no ha sido un accidente –como se lamentaba este jueves el presidente del PPE Donald Tusk tras verse con Pablo Casado- sino un precedente. La nueva dirección del PP que asumirá su poder en el congreso de Sevilla el primer fin de semana de abril tiene muy claro que “a Vox no se le puede ignorar (como hizo Casado, que no ha vuelto a hablar con Abascal desde su discurso de la moción de censura contra Sánchez casi un año y medio) ni tampoco estigmatizar”.
Y en el PP entienden que no se puede mantener un ‘cordón sanitario’ a Vox que reclaman los mismos que aplauden los apoyos a Sánchez de Unidas Podemos, ERC y hasta Bildu, primero, porque como escribía ayer un socialista de los que ya no mandan nada en este Partido Sanchista Obrero Español como Ramón Jáuregui, el ‘cordón’ siempre perjudica al mismo.
Dice Jáuregui en El Correo: “El cordón sanitario, mejor podríamos llamarlo ‘veto democrático’, tiene un partido singularmente perjudicado: el PP, al que se le priva del apoyo político necesario de fuerzas en su mismo espacio ideológico para alcanzar gobiernos y asegurar investiduras a los que tiene perfecto derecho”.
“Por eso –continúa el político socialista- el cordón no puede aceptarse sin una contraprestación elemental: asegurar el acceso al Gobierno del partido ganador siempre que no haya una mayoría democrática alternativa”. Justo eso es lo que piensa la nueva cúpula del PP con Feijóo, proclamado ya candidato único, que propondrá en su momento un plan a Sánchez para que gobierne la lista más votada.
Y Sánchez, como ha hecho ahora el PSOE en Castilla y León, lo rechazará porque, desde que Vox irrumpió en 2018 por primera vez en unas elecciones en Andalucía, es el principal interesado en alimentar electoralmente a Abascal y los suyos, porque debilita al PP y porque estigmatiza cualquier pacto con ellos por parte de los populares. Y justo lo contrario es lo que hará ahora la nueva Génova: normalizar unos pactos y unos apoyos que los votantes del PP tienen interiorizados como una preferencia natural desde hace años.
Por mucho que griten los tertulianos y dramaticen ante los micrófonos muchos políticos, las encuestas vienen recogiendo una realidad desde que apareciera Vox en la política española: que el votante del PP –y muchos de los de Ciudadanos- prefieren pactar con Vox como socio antes que dejar que gobierne la izquierda o se repitan unas elecciones.
En enero de 2019, cuando Juanma Moreno intentaba formar gobierno tras las elecciones andaluzas, una encuesta de Sociométrica arrojaba datos que no dejaban lugar a dudas: el 69,4% de los votantes del PP (es decir, casi 7 de cada 10) tenían claro que Moreno debería pactar el apoyo de Vox “aceptando todas o alguna de sus exigencias”. Solo un 5,2% se mostraba partidario de buscar la abstención del PSOE y un 20,8% prefería ir a nuevas elecciones. Entre los votantes de Cs, la mitad también prefería buscar el pacto con Vox.
Por mucho que griten los tertulianos y dramaticen muchos políticos, las encuestas vienen recogiendo una realidad desde que apareciera Vox: el votante del PP –y muchos de Cs- apoyan pactar con Vox antes que dejar que gobierne la izquierda o se repitan unas elecciones
Los datos, tozudos pese al ruido mediático, volvían a repetirse antes de las elecciones del 4-M y de que Isabel Díaz Ayuso arrasara en Madrid. Cuando se pensaba que la política madrileña necesitaría meter en el Gobierno a Vox, una encuesta de Metroscopia entre el 20 y 26 de abril no dejaba lugar a dudas de las preferencias de los votantes madrileños del PP: el 78% (casi 8 de cada 10) apoyaban un Gobierno en coalición con Vox antes que con Ciudadanos (60%). La mayoría de Cs (44%) también prefería ese acuerdo frente a solo un 12% que apoyaba al tripartito de izquierdas.
Y para no llamarse a engaño, la misma realidad desvelaban las encuestas tras las elecciones de Castilla y León. Un sondeo de DYM realizado días después de los comicios (entre el 16 y el 20 de febrero) dejaba claro que la opción preferida por los votantes del PP era un acuerdo de Gobierno con Vox (50,7%) por encima de un Ejecutivo de Mañueco en solitario con la abstención del PSOE (28,1%). Incluso, el acuerdo PP/Vox era la opción mayoritaria (36,3%) entre los votantes de Ciudadanos.
Un precedente, no un accidente
En fin, que la opinión pública –una vez más- es muy distinta de lo que pretende hacer ver la opinión publicada. Y eso, ni más ni menos, es lo que ha decidido hacer el nuevo PP de Alberto Núñez Feijóo: escuchar las preferencias de sus votantes ante una situación que –no olvidemos, pese a que ahora vaya a llorar a Estrasburgo ante el PPE- ha sido provocada por la ‘genialidad’ de Pablo Casado junto al tridente mágico de Egea, Hervías, Casero.
La normalización de Vox ha empezado en Castilla y León, incluyéndolo en el Gobierno previa renuncia de dos de sus exigencias más extremistas: la retirada de la ley de Violencia de Género y de Memoria Histórica. Y muestra el camino para lo que sucederá en Andalucía y, si es necesario, también en las generales. Los votantes del PP lo tienen claro. Ahora, parece que sus dirigentes, también.