El voto inducido

ABC 19/05/15
IGNACIO CAMACHO

· Pléyades de sondeos de cuestionable rigor técnico se han convertido en verdaderos creadores de tendencias inducidas

PRIMERO con las tertulias y luego con las encuestas, la posmoderna sociedad de la comunicación está sobredistorsionando la política española. La democracia siempre es un régimen de opinión pública pero en ese juego de debates hay que establecer reglas limpias y delimitar los campos. La sensación en estos últimos tiempos es la de un excesivo peso de intermediarios poco transparentes que no se limitan a hacer circular mensajes: construyen corrientes de voto, lanzan a la escena nuevos actores y definen estrategias mediante la configuración artificial de estados de ánimo. Estas elecciones, celebradas en el mayor clima de volatilidad conocido desde la Transición, parecen el punto de inflexión de una nueva etapa caracterizada por el espontaneísmo y eso que Cayo Lara ha llamado la sondeocracia: la aparición de un elenco extraído de una especie de «master chef» político y el protagonismo saturado de la demoscopia. En ambos casos se trata de elementos de influencia cuyos agentes últimos resultan tan desconocidos o al menos tan difusos como sus intenciones.

El fenómeno inflacionado de los sondeos ha alcanzado rango determinante en esta campaña. Pléyades de estudios realizados con muestras pequeñas, presupuestos baratos y metodologías cuestionables se han erigido en verdaderos creadores de tendencias cuyo alcance real parece como mínimo controvertido. La frecuente carencia de rigor técnico apunta la sospecha de procesos de voto inducido, auténtica herejía en una ciencia social cuya reputación en entredicho deberían preservar antes que nadie sus propios profesionales. La disparidad de los pronósticos constituye en conjunto un escándalo de insolvencia incrementado por el ruido mediático y la agitación demagógica. La trivialidad se antoja ya una característica inevitable de una clase política degradada por la baja calidad de su selección de personal; resulta alarmante sin embargo que disciplinas de cierta honorabilidad intelectual contribuyan con expectativas dudosas al alboroto circense de las modas de fácil consumo.

En la muy liberal Gran Bretaña, una comisión independiente va a revisar el fiasco de los institutos de opinión que en las últimas elecciones fueron unánimes en su incapacidad de evaluar el sentido de las preferencias sociales. Los ingleses quieren evitar que la industria demoscópica aproveche su alta sensibilidad estratégica para transformarse en un factor de intoxicación colectiva. En España, donde la legislación electoral considera a los ciudadanos menores de edad al prohibir la publicación de sondeos en la última semana de campaña, falta una mínima regulación de exigencias científicas y técnicas cuya ausencia favorece los discursos superficiales y difumina la precisión del debate público. Vivimos una democracia imperfecta, tal vez aún inmadura, como para que además la convirtamos también en una democracia borrosa.