Más allá de los grandes números, los que proclaman un imparable cambio de ciclo político en España, hay algunos datos del histórico 19-J que deberían haber encendido todas las luces rojas en La Moncloa, pese a la relativa resistencia del candidato Juan Espadas, que ‘solo’ perdió tres escaños respecto a los 33 que cosechó el susanismo en 2018, meritorio si se tiene en cuenta que el PP subió 32 (¡¡¡). Magro y absurdo consuelo será ese si a algún prócer del PSOE se le ocurriera aferrarse a él para maquillar una derrota escandalosa para la izquierda que interpela directamente a Pedro Sánchez por fiar su continuidad en La Moncloa a la agitación del espantajo de Vox como casi único argumento. Y a una izquierda a la izquierda del PSOE (léase Yolanda Díaz como supuesto aglutinante de ese protoespacio) incapaz siquiera de disimular su tendencia cainita mientras alguna de sus figuras ignora su imputación a golpe de bailes y risotadas. Habrán comprobado que los navajazos y la escandalera permanente entre quienes comparten gobierno no salen gratis.
Ya se lo advertían Andoni Ortuzar y el PNV que, pese a su merecida fama de canario en la mina, no vio venir la absoluta pero sí el otro titular que deja Andalucía, la absoluta desmovilización de una izquierda átona y desilusionada a la que no le han dolido prendas en autolesionarse.
Por ejemplo, Juanma Moreno barrió a sus rivales con un dato de participación discreto, que confirmó que, efectivamente, muchos andaluces prefirieron la sombrilla a la urna. Además, el PP goleó en el gran feudo del socialismo andaluz, Sevilla, donde, atención, multiplicaron por tres su representación, al pasar de tres a nueve diputados con una bolsa de abstencionistas muy similar a la de 2018. De los diez escaños que pierde lo que un día fue Podemos, el PSOE no rasca bola. Además, aunque el PP se da un festín a costa de la desaparición de Cs, aún resisten 120.000 irreductibles, un 3% largo, que sumado al 14% de un Vox estancado pero aún pujante sitúa al espectro de centro derecha en un 60% en una comunidad históricamente ‘roja’. Aun así, no asomó un atisbo de autocrítica en Ferraz. Adriana Lastra demostró por qué cada vez que habla sube el pan y atribuyó la estratosférica victoria del PP… ¡a la gestión de la crisis del covid del Gobierno de Sánchez!
Ni una palabra en cambio sobre su estrategia de convertir a Vox en el epicentro de sus discursos, creyendo, erróneamente, que la alerta antifascista que tan estrepitosamente fracasó en Madrid iba a funcionar en Andalucía o, por extensión, en el conjunto de España. Al final, el histrionismo de la extrema derecha y sus coqueteos con el neofascismo italiano han movilizado… el voto al PP, que ha recibido trasvases de casi todas partes. El gran éxito de Moreno, más allá del pelotazo, es haber concentrado el voto útil con un discurso moderado a años luz de la batalla cultural que encarna Ayuso. Buena señal para un Feijóo que presenta desde hoy sus credenciales para gobernar España sin el auxilio de Vox.