Cristian Campos-El Epañol

Pocos mitos más falsos hay que el del político que cae por la portada de un diario. Ni siquiera Richard Nixon, el arquetipo del presidente derrotado por la prensa, cayó por una portada, sino por cientos de ellas.

Desde la publicación el 1 de agosto de 1972 del primer artículo sobre el escándalo Watergate hasta la dimisión de Nixon, el 8 de agosto de 1974, pasaron dos años. En esos dos años, el Watergate ocupó cientos de horas de cobertura televisiva y de artículos publicados en el Washington Post, el New York Times y la revista Time.

No hace falta decir qué habría ocurrido si Pedro Sánchez hubiera sido el presidente americano en 1974. Bob Woodward y Carl Bernstein habrían sido ya despedidos del Washington Post y vinculados por la CNN con el Ku Klux Klan a raíz de un bulo filtrado desde un correo de Moncloa.

A veces, ni siquiera cientos de portadas son suficientes. A Francisco Camps le dedicó el diario El País 169 portadas y ni así logró que el presidente valenciano fuera condenado por los tribunales. Sí fue condenado Camps, en cambio, por lo que llamamos «la opinión pública» y que es la forma fina con la que los periodistas aludimos a la turbamulta.

El País, en fin, no logró que se condenara judicialmente a Camps, pero sí crispar la convivencia entre españoles, alterar el resultado de las urnas –Camps dimitió recién iniciada su tercera legislatura para poder defenderse en los tribunales– y crujirle la vida a un inocente.

Viene esto a cuento del debate originado en el PP por la intervención de Cayetana Álvarez de Toledo en el Congreso de los Diputados el pasado miércoles.

Ahí va mi opinión:

1. Las dos intervenciones de Cayetana Álvarez de Toledo, que pueden verse aquí y aquí, fueron magistrales. Probablemente dos de las mejores que se hayan oído en el Congreso de los Diputados en muchos años.

2. Las intervenciones de Cayetana habrían sido igual de magistrales sin la alusión al padre terrorista de Pablo Iglesias. El «burro de Troya» y el «también en esto es usted el número dos» habían convertido ya en ceniza a Iglesias. La guinda estropeó el pastel.

3. Pablo Iglesias, y no digamos ya los partidos nacionalistas, han dicho barbaridades peores en el Congreso sin que a la señora Meritxell Batet se le haya movido un solo pelo de la cabeza.

4. Las intervenciones de Cayetana desviaron el foco de Fernando Grande-Marlaska y lo centraron en un tema secundario.

5. Lo anterior es tan cierto como que aunque la portavoz del PP se hubiera ceñido al plan original del PP, las televisiones socialistas habrían desviado el foco de Marlaska con cualquier otra excusa.

6. Más allá del mal trago momentáneo para Marlaska, la sesión del Congreso fue una escenificación teatral y escasamente productiva que reiteró lo ya conocido: la oposición no tiene los votos necesarios para tumbar a Pedro Sánchez o a cualquiera de sus ministros. A eso se reduce todo.

7. Pero este es el punto más importante a largo plazo:

Más allá del debate interno en el PP sobre el estilo de oposición que le conviene al partido, si todo el plan del PP para forzar la dimisión de Marlaska depende de que Cayetana no se salga del sendero y echarse luego a rezar para que las televisiones socialistas no se distraigan con el vuelo de una mosca, es que ese plan es inservible.

Y eso porque, spoiler, que las televisiones socialistas se centren en Marlaska y sólo en Marlaska no depende de nada que haga o deje de hacer el PP. Es, además, un empeño condenado al fracaso.

¿Cuántas portadas ocuparon José Luis Ábalos y Delcy Rodríguez? ¿Cuántas horas de televisión? ¿Cuántas preguntas parlamentarias? ¿Y dónde está hoy Ábalos?

Donde estaba. Ábalos está exactamente donde estaba.

Si el foco no lo hubiera desviado el miércoles el padre terrorista de Iglesias lo habría hecho la última filtración destinada a desacreditar a la juez Carmen Rodríguez-Medel, alguna coma mal puesta en el informe del 8M o el anuncio de algún nuevo impuesto a los ricos por parte de Iglesias.

El mejor ejemplo de ello es la bronca provocada ayer por Pablo Iglesias y Enrique Santiago en la comisión de reconstrucción.

Parece una obviedad que la comisión no le interesa al presidente del Gobierno y que Iglesias y Santiago cumplieron a rajatabla la misión de reventarla. El día que esta se cierre en falso, el Gobierno culpará de ello a la intransigencia de Vox, del PP o de Ciudadanos, y aquí paz y después gloria.

Pero, ¿qué puede hacer el PP contra ello? Derribar las Torres Gemelas costó menos tiempo, esfuerzo e inteligencia que levantarlas. Eso es el populismo: el camino rápido hacia la demolición de lo bello, de lo digno, de lo común.

Cayetana Álvarez de Toledo cometió un error táctico al final de una intervención brillante, sí. Pero los planes del PP no pueden depender de la complicidad de una prensa que jamás será cómplice de los populares y sí, en cambio, de sus rivales políticos. Los buenos planes no dependen de los errores del enemigo, sino de los aciertos propios.

Tampoco dependen de una portada, sino de cientos de ellas. Es bueno recordarlo.