ELECCI…¿QUÉ?

ABC-ANTONIO BURGOS

De 1977 a esta parte no he visto menor interés de los andaluces como por las elecciones autonómicas del domingo

COMO la presidencia de la Junta de Andalucía está en el Palacio de San Telmo, la antigua Corte Chica de los Montpensier, donde «una dalia cuidaba Sevilla», me he acordado del «Romance de la Reina Mercedes» del poeta Rafael de León, que fue el neopopularismo de la Generación del 27, a la que pertenecía sin que nadie se lo reconociera, hecho copla. El verso de ese «Romance» que he recordado ha sido: «Y lo mismo que una lamparilla/se fue apagando…» No la soberana, sino la soberanía autonómica del pueblo andaluz. Que cada vez, por cierto, dudo más de que exista como tal pueblo. Una cosa es la población de una región y otra muy distinta un pueblo: los «Andaluces, levantaos» del himno parece que hace ya muchos años que se han vuelto a sentar. Lo mismo que una lamparilla se ha ido apagando el sentimiento de los andaluces por su tierra, la ilusión de las manifestaciones del 4 de Diciembre de 1977, cuando, a falta de himno, que aunque existía nadie se lo sabía, cantaban el «Viva mi Andalucía» de José Manuel Moya y Aurelio Verde: «Andalucía, guapa,/mujer morena,/despierta que eres libre/de tus cadenas». Por no salir de la poesía cantada, de la sevillana al bolero, «ya todo aquello pasó,/todo quedó en el olvido», como en el verso de Carmelo Larrea. Como pasó y se apagó como una lamparilla la reivindicación de protagonismo político que supuso el referéndum de iniciativa autonómica del 28 de febrero de 1980, cuando los andaluces, en las urnas, no quisieron ser menos que nadie, que hubiera (como las ha terminado habiendo) nacionalidades de primera y regiones de segunda. Conviene recordar la verdad histórica, memoria que ahora le llaman a la utilización de sólo una mitad fratricida, y decir que aquel referéndum se perdió. Almería quedó descolgada, quería entonces lo que ahora muchos piden: que ni la Enseñanza ni la Sanidad dependieran del nuevo centralismo que se inventó en Sevilla, sino de Madrid, de una única nación española.

Por muchos debates a cuatro de tres al cuarto que haya en la TV y muchas encuestas que saquen con su sorpresa incluida, de 1977 a esta parte no he visto menor interés de los andaluces por sus asuntos como por las elecciones autonómicas del domingo. Muchos ni saben que hay elecciones, a pesar del machaqueo del No-Do del Régimen, de Canal Sur; y a pesar del pleno funcionamiento de la ingente maquinaria de poder y de propaganda en que se ha convertido la mayor empresa de Andalucía, que es la Junta. «Elecci… ¿qué», preguntan muchos. Otros, más cínicos, añaden: «¿Elecciones para qué, si en Andalucía siempre las gana el PSOE?».

Y a eso voy. A pesar del mayor escándalo de corrupción que vieron los siglos, como fue la mangoleta de los ERE; a pesar de la millonada de dinero público hurtada incluso a los parados; a pesar de que haya dos expresidentes, dos, Chaves y Griñán, sentados en el banquillo, la gente está convencida de que el PSOE vuelve a ser el partido más votado. Poco importa que sea el radical PSOE de Sánchez, el ocupa de La Moncloa y del Flacón, o el moderado PSOE de Susana. Para la Andalucía profunda, el voto conservador, el que no quiere aventuras, se llama PSOE. Años les ha costado conseguirlo, y muchos millones de los contribuyentes, pero lo han logrado plenamente, a pesar del farol de cola europeo en paro y en fracaso escolar, entre otros datos que siguen haciendo de Andalucía aquel «Tercer Mundo» al que dediqué un libro cuando no había conciencia ni orgullo de ser de esta tierra privilegiada. Han conseguido que la gente identifique a Andalucía con la Junta, y a la Junta con el PSOE, y al PSOE, con el presidente de turno, haya metido la mano en el perol o no. Igual que saben que cada día se pone el sol, se resignan a que el PSOE una y otra vez sea inevitablemente el partido más votado por su propio Régimen. Y con los candidatos que esta vez tiene Susana frente es que, ay, ni te cuento.