Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
El lehendakari Urkullu ha convocado sus elecciones para el 12 de julio. Digo las suyas, porque él las convoca y nadie duda de que será él quien reciba el encargo ciudadano para seguir al mando del Gobierno vasco. ¿Es una buena fecha? No, es una fecha horrible. Las adelanta, pues podían celebrarse en octubre y las convoca cuando, en el mejor de los casos, estaremos estrenando esta cosa tan anormal como será la nueva normalidad. Tendremos a los presidentes de mesa, a los vocales y a los apoderados encerrados un montón de horas, recibiendo a un montón de gente que acudirá a votar entre airados, por las consecuencias de la crisis, y temerosos por el contagio. ¿Ilusión? Más bien poca.
Si le pregunta a él, le dirá que es la fecha más oportuna, que lo hace solo por nuestro bien, pues es lo que más le conviene a Euskadi y que el país necesita un Gobierno fuerte. Si le pregunta a la oposición, lo hace cuando le conviene a él y que no es normal convocar elecciones en estas circunstancias. ¿Se imagina cómo será la campaña electoral, cómo de concurridos estarán los mítines, quién mirará los carteles, quién leerá los programas? A mí me parece un castigo excesivo esto de encadenar una cuarentena tan dilatada -con tantos muertos y desastres por medio- con otras elecciones. ¿De verdad que nos lo merecemos?
Elegiremos un nuevo Gobierno y eso sí que es una cuestión delicada. La crisis es grande hoy y será tremenda mañana. El confinamiento mental que seguirá al confinamiento legal va a dejar la economía tan aplanada como Dresde después del bombardeo aliado. No solo necesitaremos un Gobierno fuerte. Necesitaremos un Gobierno capaz, compacto, imaginativo e ilusionante. Cuatro en uno. Ese es el reto.
Primero tendrá que obtener dinero, después aplicarlo con eficacia y más tarde devolverlo a quien nos lo preste. Es una tarea muy ardua. Nadie puede negar que Urkullu ha sido siempre sensible a las necesidades de la economía vasca y se ha mostrado en especial comprensivo con la industria. Pero no ha tenido un final feliz de legislatura. Las trapacerías de sus congéneres en Álava, los desastres inacabados en la gestión del vertedero de Zaldibar y los titubeos ‘a la Sánchez’ cuando ha cogido el mando del confinamiento ensombrecen su gestión. Pero esas cosas nunca han tenido coste para el PNV y no lo tendrá ahora. Es inmune. Así que ya puede preparar su programa, esforzarse en explicarlo y conseguir acertar. No es nada fácil y desde luego no es el mejor momento para ser lehendakari. Supongo que lo sabe.