José Luis Zubizarreta-El Correo

Si descontamos aquellas primeras de 1977, no habrá habido, en nuestra reciente historia democrática, elecciones, autonómicas o generales, tan inciertas, en propuestas y resultados, como éstas que el lehendakari ha convocado para el 12 de julio. Lo único cierto quizá sea, además de la fecha, la prisa que tanto el convocante como su partido han tenido para decidir el uno e impulsar el otro su convocatoria. Habrán creído que el marasmo actual es preferible a la incertidumbre futura. Y, más allá de los intereses electorales, también habrá influido el deseo de superar esta situación de anomalía, con un Parlamento disuelto sin título legal claro, y de disponer de un Gobierno, sea cual sea, en pleno funcionamiento. En cualquier caso, no es asunto sobre el que merezca la pena especular. Al fin y al cabo, la de disolver el Parlamento y convocar elecciones es una de las escasas decisiones que competen en exclusiva al lehendakari.

La primera circunstancia sobre la que se cierne la incertidumbre es, sin duda, la participación. Y ésta, más que de la capacidad movilizadora de los agentes políticos, va a depender del estado de ánimo de una ciudadanía que, a día de hoy, se mueve entre sentimientos tan paralizantes como el temor, la confusión y el hartazgo. La evolución de la crisis sanitaria, que ahora se decreta disuelta, y de las restricciones que impone, junto con la situación de la economía, decidirá si se abre también a la confianza. Difícil. De momento, un eventual rebrote, al que también ha aludido el lehendakari, agudizaría, si se hace realidad, el actual estado de ánimo tan poco favorable a la participación.

Pese a todo, las urnas, en una u otra fecha, estarán ahí y el electorado, en un número u otro, acudirá con sus papeletas en la mano. En ese momento, pese a ser seis, como las caras del dado, las opciones preferentes, las decisiones no se tomarán al azar. La gestión de la crisis será, inevitablemente, el asunto clave cuya ponderación más influirá en la inclinación de la balanza en favor de uno u otro contendiente. Los referentes a comparar son tres: quien sólo se presenta por persona interpuesta, Pedro Sánchez, el propio lehendakari y el heterogéneo grupo de quienes, hasta ahora, han limitado su acción a observar y juzgar. Ellos, en un grado u otro, son quienes han intervenido en el tratamiento de la crisis y dejado constancia de sus propuestas. Pero uno parte quizá con ventaja. Y es que, aunque nunca haya oído el dicho ignaciano, en tiempos de desolación como el presente el ciudadano se atendrá a él y preferirá no hacer mudanza.