Ignacio Varela-El Confidencial
Entre tantas tácticas y regates, ya llegamos tarde a las citas trascendentes. Todos los analistas solventes coinciden en anticipar un próximo giro negativo de la economía
España necesita unas elecciones generales desde hace mucho tiempo. En concreto, desde que se comprobó que las celebradas en diciembre de 2015 y en junio de 2016 fueron fallidas, porque en ambos casos el Parlamento resultante fue incapaz de garantizar la gobernación del país.
A la primera, ninguno de los dos grandes partidos pudo reunir los votos para la investidura. A la segunda, solo el pánico de los socialistas a hacerse responsables de una nueva convocatoria los obligó a abstenerse, permitiendo la elección de Rajoy pero sin asumir ningún compromiso sobre la estabilidad. Esa decisión les costó, además, una fractura y una pelea sanguinaria en su interior.
La fórmula de gobiernos minoritarios sin acuerdos de coalición ni de legislatura es un desastre que conduce a la parálisis o a una acción de gobierno descoyuntada, pendiente únicamente de vivir al día y rebuscando extraños pactos de supervivencia a costa de que los socios de ocasión lo sangren en cada negociación. Le ocurrió a Rajoy y le ocurre, aún en mayor grado, a Sánchez.
La fórmula de gobiernos minoritarios sin acuerdos de coalición ni de legislatura es un desastre que conduce a la parálisis
El Gobierno de Rajoy optó por la parálisis. El de Sánchez, por una hiperactividad convulsa y vacua en la que solo se reconoce, como criterio sostenido, el propósito de utilizar su tiempo en el poder para una prolongada precampaña electoral. Ocupar el Gobierno hoy para seguir ocupándolo mañana.
En la democracia parlamentaria no gana el primero en votos, sino el que está en condiciones de encabezar y sostener un Gobierno estable
Ellos mismos lo han narrado. Se trata de convertir su debilidad esencial (la extrema minoría) en fortaleza propagandística. Tras el Gobierno bonito, una lluvia de propuestas bonitas cuyo contenido, consistencia y efectos son irrelevantes. Da igual que se aprueben o no: para cada victoria habrá una medalla que colgarse y para cada derrota, un banderín de enganche y una ráfaga de metralleta contra los socios y/o adversarios. O nos permiten gobernar sobre el aire o se les pasa la factura de imagen. Ingenioso, quizá, como artimaña electoral; pero completamente inservible como programa serio de gobierno.
El único compromiso esperanzador de Sánchez en la moción de censura fue el de convocar elecciones lo antes posible. Al día siguiente, lo transmutó en hacerlo lo más tarde que pueda. Es la firma de la casa.
Mientras, todas las reformas importantes están paralizadas al menos desde octubre de 2015.
La reforma del sistema político, incluida la necesaria revisión constitucional. La del sistema de protección social, especialmente la amenazada viabilidad de la Seguridad Social y las pensiones. La del aparato productivo, ligada a la transformación del sistema energético. La de un modelo de relaciones laborales que sea a la vez contemporáneo, justo y eficiente. Y la del modelo territorial, que hace aguas por todas partes. Poco ha tardado Sánchez en admitir —y advertir— que todo eso tendrá que esperar a que él gane las elecciones.
Además, están los grandes problemas de nuestro tiempo. Unos específicamente españoles, como el desafío separatista en Cataluña. Otros compartidos, como la destrucción climática del planeta, las migraciones masivas, el terrorismo islamista o la crisis demográfica de las sociedades occidentales.
Las reformas pendientes y los desafíos rampantes son imposibles de abordar con rigor si no se dispone de un Gobierno estable que lidere y con una voluntad de acuerdo y cooperación entre las fuerzas políticas y las instituciones: justamente las dos cosas de las que España carece desde hace demasiado tiempo. Por el momento, a este Gobierno le interesa más ubicar al PP y a Ciudadanos en la extrema derecha que tratar de entenderse con ellos sobre algo sustancial para el país.
España carece desde hace demasiado tiempo de las dos cosas necesarias para abordar con rigor las reformas pendientes y los desafíos rampantes
Pasamos el rato hablando de las elecciones únicamente desde la óptica de lo que interesa o no a los partidos. A fulanito le interesan las elecciones, pero a menganito no. Este las quiere ahora y aquel más tarde. Todos somos finos analistas de las estrategias ajenas. Por el camino, se nos olvida preguntarnos alguna vez qué es lo que conviene al país.
Es fácil ver que Podemos probablemente votará el techo de gasto y los Presupuestos, entre otros motivos, por privar a Sánchez de la coartada para convocar prematuramente unas elecciones para las que el partido de Iglesias no está preparado. Que los independentistas no desean que una convocatoria de elecciones generales se interponga en sus planes para precipitar las catalanas aprovechando el aquelarre que montarán por el juicio, por lo que tienen que medir los tiempos de su ruptura con el Gobierno de España. Que el propio Sánchez parece preferir un resultado exitoso en las municipales y autonómicas (en las que el éxito no se mide en votos, sino en gobiernos) que lo propulse para las generales. Que el PP necesita tiempo para recomponer la figura, consolidar a Casado y que se pase el mal sabor de boca que dejó Rajoy. Y que Rivera, siempre atento a navegar a favor de la corriente y sabiendo que es gratis, pide lo que, según las encuestas, desea la mayoría: elecciones, ya.
Parece que en los últimos meses todo se ha movido pero solo hemos pasado del bloqueo atrofiado de Rajoy al bloqueo atolondrado de Sánchez
Entre tantas tácticas y regates, ya llegamos tarde a las citas trascendentes. Todos los analistas solventes coinciden en anticipar un próximo giro negativo de la economía. Se frenarán el crecimiento y la creación de empleo, volverá la desconfianza de los mercados (sobre todo si se insiste en disparar el gasto público y los impuestos), la gigantesca deuda nos pesará como una losa… y la ola pillará a España con gobiernos inanes desde hace tres años y todos los deberes sin hacer.
Parece que en los últimos meses todo se ha movido pero, en realidad, solo hemos pasado del bloqueo atrofiado de Rajoy al bloqueo atolondrado de Sánchez. Nada importante se resolverá mientras no haya un Gobierno —seguramente de coalición— sostenido por una mayoría estable y con un programa conocido y practicable. Está archicomprobado que eso no puede salir de este Parlamento. Por eso España necesita con premura que sus votantes desatasquen lo que han atascado sus políticos.