MANUEL MONTERO-EL CORREO

  • Resulta imprescindible abordar este tiempo de pandemia con un apoyo institucional a la UPV/ EHU por parte de todos los sectores concernidos

Suele ser costumbre en cualquier proceso electoral señalar que las elecciones inmediatas son trascendentales, que marcarán un antes y un después, transformando vida e instituciones. Se debe al gusto por creer que vivimos siempre momentos decisivos.

En realidad, tal parafernalia retórica suele ser superflua y equivocada. Pocas veces las elecciones marcan profundas rupturas; afortunadamente, habría que añadir. Las democracias funcionan mejor sin sobresaltos, cuando los cambios, livianos o profundos, se integran desde todos los puntos de vista en el funcionamiento institucional normalizado, reacio a las convulsiones.

Lo anterior no quita importancia a los procesos electorales. Al contrario: no hay convocatorias especialmente trascendentales, pero todas lo son. Las instituciones se construyen sobre las decisiones colectivas y sobre los votos, que son signo de vitalidad y de compromiso.

La Universidad del País Vasco celebra este jueves sus elecciones a rector/a. ¿Unas elecciones más? Por lo dicho antes, ninguna lo es y ésta constituye otro paso en el normal desarrollo de la institución universitaria. No un hito, sino algo más importante: la sucesión de mandatos, con la correspondiente renovación de programas, propuestas y equipos. La rutina electoral es siempre una buena noticia.

Sin embargo, esta elección presenta alguna característica que la singulariza y que exige aún más la expresión del compromiso universitario con el desenvolvimiento institucional. Tiene lugar en tiempos difíciles, condicionados por la pandemia, que requiere un esfuerzo colectivo intenso. No cuentan en esto las posiciones ideológicas. Resulta imprescindible abordar este periodo con un esfuerzo conjunto, que incluye el apoyo institucional a la UPV/ EHU por parte de todos los miembros de la comunidad universitaria.

La pandemia está planteando circunstancias nuevas, que ni siquiera se habían previsto. Lo que sucedió en el segundo cuatrimestre del curso pasado -cuando en marzo el coronavirus forzó a cerrar las aulas- ha sido uno de los grandes acontecimientos en la historia de nuestra Universidad. Conviene resaltarlo, por mucho que se pierda en la generalización de apuros que vivimos en todos los órdenes de la vida. No debe pasar desapercibida la envergadura que tuvo la respuesta universitaria. La Universidad del País Vasco, una universidad presencial, hubo de adaptarse súbitamente, sin una preparación previa, a impartir una enseñanza a distancia. De un día para otro. El esfuerzo fue más que considerable. Sin duda, hubo insuficiencias y errores -de gestión, de profesores y de estudiantes-, pero con gran diferencia pudieron las luces y el esfuerzo colectivo. Los apuros se saldaron positivamente, lo que debe ponerse en el haber de la rectora Nekane Balluerka, que ahora acaba su mandato.

No sabemos cuánto tiempo se mantendrán las difíciles circunstancias ni la profundidad que habrán de alcanzar las medidas excepcionales. Por eso resulta imprescindible un posicionamiento decidido de la comunidad universitaria para salvar esta situación con los mínimos costes posibles desde el punto de vista de las obligaciones docentes e institucionales. Esto abarca la intervención en los compromisos públicos. Resulta imprescindible también que no haya vacíos en la gestión de la pandemia y que esta tarea cuente con apoyos holgados, incluso para rectificar las fallas que se adviertan.

La pandemia, que crea condiciones que pueden desanimar al voto -siquiera por la necesidad de hacer una campaña distinta, ‘a distancia’-, no es la única razón que invita a la participación. En la conveniencia de apoyar a la Universidad no se puede soslayar la crisis que vivimos, pero también está la necesidad de afrontar las tareas que definirán su situación en el futuro: el impulso a la internacionalización y una mayor presencia social, tareas que vienen suscitando la atención de la UPV/EHU desde hace años y que no cabe descuidar, lo mismo que la política de investigación y una mayor integración participativa de la comunidad universitaria.

Como viene sucediendo últimamente, son elecciones con una sola candidatura, en este caso la de Eva Ferreira, con experiencia de gestión, un excelente currículum y una propuesta que afronta las principales cuestiones que tiene ante sí la Universidad, además de las consecuencias universitarias de la pandemia.

Quienes en su momento vivimos unas elecciones competitivas echamos de menos la tensión electoral de aquellos tiempos. Sin embargo, que no haya otras candidaturas no es achacable a la que asume el riesgo de presentarse. El compromiso universitario exige la participación también en la difícil y peculiar coyuntura que atravesamos y que no puede llevar a la retracción en ninguna de las tareas que tenemos pendientes.