NICOLÁS REDONDO TERREROS-EL MUNDO
El autor cree que o Pedro Sánchez convoca comicios generales inmediatamente o se lleva por delante lo que queda del PSOE, que ha sufrido un fuerte castigo en Andalucía.
Susana Díaz ha ganado las elecciones y el candidato del PP ha evitado la sorpresa que anunciaban algunas encuestas. Sin embargo, los dos grandes partidos nacionales han sufrido un varapalo durísimo y sólo suben electoralmente con fuerza Ciudadanos y Vox, el partido de Abascal. Pero no nos entretengamos en los aspectos que sólo atraen la atención de los espíritus vulgares. Vayamos por partes. La candidatura de Díaz ha sufrido el desgaste inherente a una gestión que a muchos andaluces les ha parecido eterna y a los procesos judiciales iniciados por múltiples casos de presunta corrupción que afectaban a la gestión de anteriores gobiernos andaluces. También habrá que trasladar a la candidata una parte de la responsabilidad por un descenso tan acusado –su frustrado intento de dirigir el PSOE supongo que habrá contado negativamente, de la misma forma creo que el socialismo andaluz no ha podido dejar de ser el partido representante de un status quo negativo, sin capacidad para ilusionar a un electorado escéptico–. Pero, ¿todos éstos han sido los únicos inconvenientes que se han acumulado alrededor de las candidaturas socialistas andaluzas? ¿No ha habido más aspectos negativos influyendo en la campaña?
Creo que ha habido una gran influencia de la política nacional en los resultados de los socialistas andaluces. Fuera del círculo que he denominado creyentes laicos, los ciudadanos españoles no han entendido el enrocamiento en La Moncloa de Pedro Sánchez. Pudieron comprender el voto de censura a Rajoy porque el ambiente político era irrespirable. Pero mantenerse en el Gobierno dependiendo entre otros de los independentistas catalanes o de Bildu, no para gobernar –no hay un programa de gobierno posible entre ese grupo de oscuros intereses– sino para evitar que gobiernen otros, resulta tan incomprensible como inmoral. Los ciudadanos que no están incluidos en ese grupo de creyentes laicos no comparten que se hiciera una moción de censura para convocar elecciones y que al día siguiente anunciaran que tenían intención de gobernar mientras pudieran; les parece increíble que el PSOE acepte, como si fuera un vasallaje inevitable, que los socios del Gobierno negocien Presupuestos y otras cuestiones desconocidas para la mayoría con los independentistas en la cárcel. Les parece inaudito que el Ejecutivo no se haya reunido con el primer partido en Cataluña, dejando todas las zalamerías para personajes toscos e iliberales como Torra o Rufián. Yo creo que los españoles no entienden que los socialistas, presos de una mudez calculadora, no defiendan a su ministro de Asuntos Exteriores cuando le agreden sus socios de Gobierno. Y se habrán disgustado cuando la vara de medir a Rajoy cambia a conveniencia cuando se trata de los nuestros… ¡Son tantas las razones para estar confundidos y son tan escasos los motivos para confiar!
Tras estas elecciones, creo que se puede decir, por desgracia, que el destino del PSOE nunca ha estado tan irremediablemente unido a una persona. Basta recordar que hasta el más poderoso González tenía oponentes dentro de la familia socialista y, aunque aquellos contrapesos no eran determinantes orgánicamente, sí eran conocidos por la sociedad e influyentes en la vida política nacional como lo fueron la UGT o el mismísimo Alfonso Guerra. Esa pluralidad fue disminuyendo durante los mandatos de Zapatero, aunque algunos recuperaran su iniciativa crítica después de que el leonés dejara la política oficial. Con Pedro Sánchez, en esta segunda etapa, el pluralismo interno ha desaparecido, y lo ha hecho cuando sus decisiones, las de los últimos cinco meses, han sido las menos comprendidas por la sociedad española. El resultado de Andalucía es el preludio de tiempos que esos creyentes laicos no tendrán el valor de imaginar. No sé lo que pasará en Andalucía, pero sí sé que o Sánchez convoca elecciones inmediatamente o se lleva por delante lo que queda del PSOE.
El PP ha perdido siete diputados, la mitad de lo que ha bajado el PSOE, pero tiene dos grandes ventajas. La primera es que ha logrado mantener la segunda plaza. La segunda es que, a pesar del descenso en porcentajes y diputados, puede gobernar Andalucía. Pero detrás de esta apariencia parece evidente que el PP muestra una incapacidad existencial para ser un dique contra el populismo de derechas. Puede equivocarse pensando que esto es una gran victoria cuando es el anuncio de un futuro que pasa por la siguiente pregunta: ¿se siente capaz de tener, de ofrecer, a la sociedad española un discurso sustancialmente distinto al de Vox? No lo ha hecho en Andalucía. Hace tiempo dije que si el PSOE jugaba a Podemos ganaría Podemos; ahora digo que si el PP juega a Vox, enriquecerá electoralmente al partido de Abascal.
Ciudadanos ha obtenido un gran resultado electoral pero este éxito le sitúa en una encrucijada realmente conflictiva. Puede hacer caso a la teoría que viene a decir que en realidad Vox, el PP y Ciudadanos son lo mismo, y que hubo un tiempo, prehistórico desde una perspectiva política, en el que los tres partidos eran exclusivamente uno. Pero esa opción situaría a Ciudadanos en la irrelevancia política. Tiene la legitimidad para convocar al PSOE y al PP con el objetivo de definir unas reglas de juego que sean respetadas por los partidos constitucionales en Andalucía, pero también en el resto de España. –Ábalos dijo la noche electoral que los partidos políticos democráticos en Europa tienen clara la necesidad de oponerse a partidos inconstitucionales, seguro que se refería a Vox, pero… ¿no lo son igualmente los de Bildu, que no han condenado el terrorismo que el propio Abascal sufrió?, ¿no lo son los independentistas catalanes o Podemos?–. También puede proponerse para encabezar un Gobierno reformista y moderado que sirva para excluir a ambos extremos de la política española: a Vox y a Podemos. En cierta medida, el resultado le permite mantener, mejor que a nadie, un discurso que transcurra por el centro político español. La historia nos suele envolver en paradojas, a veces trágicas y en ocasiones cómicas. El gran triunfador de las elecciones andaluzas es quien lo tiene más complicado.
MADELEINEAlbright en su último libro sobre el fascismo hace una definición extensiva del fenómeno político: identificación extrema entre el dirigente y un grupo social, un pueblo o una clase; la determinación de utilizar todos los medios necesarios para llegar al poder –muchos ejemplos nos muestran cómo movimientos totalitarios llegaron al poder pacíficamente– y el menosprecio de los derechos y las opiniones de los adversarios. Sin embargo, creo que en esa primera definición la autora se olvida de un factor muy importante para la compresión del éxito de los movimientos totalitarios: en sus orígenes siempre hubo quienes creyeron que ayudándoles perjudicarían a sus oponentes y que posteriormente serían fácilmente manejables. Ayer hubo políticos que promocionaron a Podemos para perjudicar al PSOE y hubo medios que se apresuraron a encontrar rentabilidad económica, no sólo noticias, de la novedad. En esta campaña hemos visto cómo algunos han utilizado el miedo a Vox para menoscabar al PP, elevando al primero a un fenómeno parecido al de Podemos. Unos y otros terminarán lamentando sus malas artes.
Pero no caigamos en nuestro morboso y coqueto pesimismo; lo que nos sucede lo podemos ver, con características propias pero con el mismo denominador común, en todo Occidente. Pudimos creer que estos movimientos extremos de derechas y de izquierdas habían desaparecido, pero han vuelto con fuerza para quedarse, y también en España tendremos que convivir con estas desagradables realidades políticas. Cuando parece que se rompen las costuras de nuestras democracias es el momento de ser más valientes en la defensa de los principios que nos han permitido llegar a donde hemos llegado. Es la hora de ser menos cortoplacistas y de mirar al futuro sin la cabeza baja, es la oportunidad que nos brinda la historia de comprobar si estamos a la altura de la generación anterior, de la que en estos días celebramos el 40º aniversario, emulando su capacidad de convertir anhelos de concordia y libertad en realidad.
Nicolás Redondo Terreros es miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.