Electricidad estática

ABC 18/11/15
IGNACIO CAMACHO

· El Gobierno está en vilo ante la eventualidad de que la campaña estalle por algún punto sensible, Cataluña o el yihadismo

CON pies de plomo camina el Gobierno sobre el empedrado de la crisis siria, con el temor de pisar una mina política. Los estrategas de La Moncloa, que miran con satisfacción relativa unas encuestas en las que el marianismo recobra poco a poco un papel de referencia, atisban el peligro de una emboscada electoral antibelicista y se mueven con suma cautela en el marco diplomático. La deprimida izquierda radical ha creído encontrar en la emocionalidad pacifista de las redes el elemento que necesita para reactivarse. Y Rajoy, al que el «no a la guerra» ya le birló una victoria, no está dispuesto a resbalar con la misma cáscara de plátano. Ante la corajuda reacción francesa al atentado, con el ejercicio implacable del derecho de represalia, el presidente ha dado orden de marear la perdiz y parapetarse en la legalidad internacional y en el pacto antiterrorista. Máxima solidaridad política, firmeza retórica y absoluta cooperación policial, que lleva tiempo funcionando, pero España no mandará más tropas sin las bendiciones europeas y el visto bueno de una oposición de la que el PP no acaba de fiarse.

Pedro Sánchez está atado a su firma en el acuerdo antiyihadista y a la afinidad ideológica con Hollande, pero puede verse tentado a buscar escapatorias para evitar la fuga de votos hacia Podemos, que enarbola con soltura la bandera relativista y meliflua del pacifismo, el diálogo multicultural y la alianza de civilizaciones. Pablo Iglesias es un táctico nato y ha detectado un estado de opinión en el que puede moverse solo. No ha perdido un minuto para liderar el discurso del remordimiento y las responsabilidades occidentales, lanzando al debate a sus peones territoriales y a sus ciberactivistas. Su partido domina en internet y está sobrerrepresentado en la televisión; con esas armas le puede achicar el campo al PSOE si el conflicto sirio se encona. No le importa quedarse aislado, lo prefiere porque su intención es volver al discurso que mejor le ha funcionado, el de ariete contra la casta.

Con todo, hay un escenario mucho más grave, que es el de un posible atentado con el consiguiente de emotividad y una previsible fractura social. El Gobierno está en vilo ante la eventualidad de que la campaña estalle por alguno de sus puntos sensibles, Cataluña o el yihadismo, y se produzca una convulsión de la opinión pública que lleve al 20-D en condiciones de excepcionalidad fuera de control. Queda un mes de máxima tensión latente, con una atmósfera política inflamable. Fiel a su talante estable, el presidente ha renunciado a explotar la sobreactuación en el convencimiento de que le basta con mantener el statu quo de ventaja relativa, pero hay en el entorno gubernamental un recelo contenido, una carga de electricidad estática. La sensación intangible de que cualquier chispazo de anormalidad puede provocar un cortocircuito.