- El autor distingue entre las dos acepciones de «enervar» y asegura que el intento de estigmatizar la crispación busca mantener a la masa adormecida.
O sea, que enervar es tanto crispar los nervios, como relajarlos. La paradoja de esta palabra es de gran actualidad porque la nueva consigna nacida del Gobierno, y adoptada al instante por la miríada de comentaristas políticos afectos, es justamente la de desautorizar cualquier crítica a su ejecutoria como un acto rechazable de crispación.
De entrada, hay que conceder que crispar no tiene buena prensa. El verbo parece remitir a uno de esos extremos viciosos que la tradición no aconseja seguir, ni la de Oriente ni la de Occidente. Ni el camino medio del Buda ni el justo medio de Aristóteles parecen sugerir ese camino…
Pero las apariencias engañan, porque el comportamiento recto, virtuoso, prudente que estos sabios aconsejan no es la equidistancia entre extremos, sino la posición ponderada. Como dice otro sabio, este español y contemporáneo, «el equidistante es el que entre la vida y la muerte escoge la enfermedad».
De modo que para juzgar lo virtuoso o vicioso de una actitud habrá que atender a su ponderación, no a su equidistancia. Y eso implica atender a las circunstancias concretas, porque uno nunca es ponderado en abstracto. No atender a las circunstancias, por ejemplo, nos podría llevar a recetar una maravillosa dieta hipocalórica de moda… a un paciente aquejado de delgadez extrema.
Cambien «Estado» por «Gobierno» en las principales instituciones y se harán una idea de lo que está ocurriendo
Es fácil imaginar momentos de crispación viciosa. A lo largo de la historia han surgido grupos dedicados a crispar sociedades para malograr situaciones ideales de consenso, para romper paces que parecían perpetuas, para sembrar cizaña en fértiles campos de mieses…
Pero ¿cuáles son las circunstancias de la España de hoy? Francamente, ninguna de estas situaciones es un retrato de la sociedad española. Antes bien, lo que presenciamos es el escenario opuesto: una sociedad alarmantemente adormecida ante una situación de pesadilla, donde la degradación paulatina del Estado de derecho se está ejerciendo por aquellos que tienen la obligación de salvaguardarlo.
Quienes hemos vivido el procés en la zona cero reconocemos las máculas de la enfermedad y conocemos su origen y evolución. El proceso de liquidación de espacios de libertad, la estigmatización de la disidencia, la intervención y control de cualquier poder o contrapeso de poder, el empleo de la mentira con el más absoluto desparpajo y la mayor impunidad, la manipulación de los sentimientos con políticas populistas…
Todos los gobiernos con vocación totalitaria siguen el mismo manual, y el nacido de la cohabitación del sanchismo y el podemismo, ayudado por las parteras más infames, tiene esa vocación en muy alto grado.
La grave consecuencia es que ningún organismo del Estado es ya de todos nosotros. Tenemos una Fiscalía General del Estado que ya no es tal, sino del Gobierno. E idéntica transformación han sufrido los Abogados del Estado, reducidos a la condición de Monaguillos del Gobierno juramentados en su lucha contra el Poder Judicial.
Hagan ustedes un ejercicio sencillo: quiten la palabra «Estado» del nombre de nuestras principales instituciones y coloquen «Gobierno» en su lugar, y empezarán a tener una visión clara —y espero que crispada— de lo que está ocurriendo en España.
Porque el plan en marcha es que el poder ejecutivo sea el único poder. Lo sepan o no Iván Redondo y Pablo Iglesias, lo suyo es el programa clásico del «fascismo de izquierdas» diagnosticado por Sloterdijk, y en esa línea han sabido hallar en el estado de alarma, con lujos de excepción, la ocasión propicia para avanzar hacia su meta a oscuras y en celada. Es el «encierro aborregado» del que también habló el filósofo alemán.
Si en algo se ha mostrado eficaz esta elite extractiva es en devolver favores o pagar anticipos por favores futuros
El atropello a la clásica división de poderes es innegable, pero la acometida no se queda ahí. Todo el sistema de contrapesos que ofrece el entramado de entidades, organismos e instituciones en las democracias avanzadas está siendo asimismo colonizado para mayor gloria del Gobierno.
Nada escapa a los tentáculos de un Ejecutivo que, habiendo nacido ya como el más cuantioso y costoso de toda la Democracia, ha seguido engordando con cargos a dedo durante toda la pandemia —¡15 direcciones generales más, 12 subdirecciones, 5 subsecretarías…!—, porque si en algún momento se han mostrado eficaces los enrollados tíos y tías que conforman esta elite extractiva ha sido a la hora de devolver favores pasados o pagar anticipos por favores futuros.
De ahí esos medios de comunicación públicos que han sido intervenidos por el tándem formado por la fidelísima Rosa María Mateo y el comisario Enric Hernández, antiguo director de la gaceta del PSC, convenientemente escudados por grupos privados como Mediapro, propiedad de un trotskista condenado por colaborar con ETA y uno de los principales pulmones financieros del separatismo catalán.
De ahí también personajes tan improbables para ocupar cargos en democracias saludables como Félix Tezanos, cuya falta de profesionalidad, inmoral, hunde cada día más en el fango el otrora prestigioso Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), o Fernando Simón, la voz de sus amos mucho antes que el portavoz del Centro de Coordinación de Alertas Sanitarias del que es irresponsable. De ahí la pieza recién colocada en la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia. Y un largo etcétera.
Hasta la Benemérita ha padecido un intento de colonización por parte de un renacido ministro del Interior del PSOE que asume hoy como propias las malas artes que parecía perseguir cuando fungía como juez. Detengámonos aquí para concluir, pues el caso Marlaska bien lo podemos elevar a categoría.
Marlaska ha tratado de coaccionar al jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid para cometer un delito, y lo ha cesado al no poder vencer el honor de Pérez de los Cobos. Luego ha mentido a las Cortes y a todos los españoles, y ha colocado en el lugar del cesado al jefe de Aduanas al mando cuando la visita de Delcy Rodríguez. Pero Marlaska sigue ahí, sin dimitir, porque en esta España tan soleada y tan poco crispada ya todo es posible.
El Gobierno de Pedro y Pablo tiene las manos libres para cualquier juego sucio. Seguro que conocerán ustedes el síndrome de la rana hervida, pero por si acaso se lo recuerdo: si se coloca una rana en un cazo de agua hirviendo, saltará, pero si el agua está tibia, se quedará ahí bien a gusto, de modo que si entonces el agua se va calentando lentamente, la rana irá adaptándose al aumento de la temperatura y se cocerá hasta la muerte.
La crispación de los que estamos empeñados en defender la democracia liberal es la única esperanza de este país
Cada acción de este gobierno tendente a embridar los poderes del Estado y a capilarizar el entramado institucional equivale a subir unos grados la temperatura del agua en la que se está cociendo la sociedad española.
Así las cosas, ¿es ponderado crispar en la España de hoy? Recuerden el doble significado de enervar. El destino de una sociedad enervada en el sentido original —es decir, privada de nervio, distendida— es el de la rana hervida. Para saltar del agua, la rana necesita enervarse en el sentido que le damos hoy al verbo; necesita recuperar tono vital, tensionarse, convulsionarse, contraerse, violentarse, crisparse.
Lo mismo le conviene a la sociedad. Hace años se empleaba una frase hoy en desuso, «sacudir el marasmo» para expresar esa necesidad de despertar a los que están dormidos, a los en exceso calmados, aplatanados; para despabilar a aquellos cuyo pabilo, cuya mecha, está a punto de desaparecer de tan chamuscada. Partidarios satisfechos con el soma de un mundo feliz, opositores que renuncian a serlo por desmoralización y una gran masa domesticada de tolerantes a fuer de indiferentes….
Debemos negarnos a integrar esta anormalidad democrática. Estigmatizar la crispación es una estrategia que abunda en favor del silencio de los corderos.
Así que críspense ustedes, se lo ruego. No sólo están en su derecho, también es su deber. No dejen de crisparse, y de crispar a sus familiares, y a sus amigos y hasta a sus conocidos, por poco que lo sean.
La crispación de todos los que todavía estamos empeñados en defender la democracia liberal es la única esperanza que le queda a este país.
*** Pedro Gómez Carrizo es editor.