Javier Caraballo-El Confidencial
- El desprestigio en que Dolores Delgado deja la Fiscalía General del Estado, en los dos años y medio que ha estado al frente, no es por esos chanchullos, sino por algo más corrosivo: la mediocridad
Este artículo comenzó a escribirse hace meses. A las 12:03 del miércoles 16 de marzo, anoté la confesión de un alto fiscal sobre el estado de cosas en la Fiscalía General del Estado, después de la última polémica de la titular, Dolores Delgado. ¿Acabará cesándola Pedro Sánchez?, pregunté. “Habría que adentrarse en la mentalidad del presidente y esa es una tarea complicada porque, tal como yo lo veo, es una especie de círculo vicioso: a medida que se confirmen más datos sobre su comportamiento irregular y sectario en la Fiscalía, más apoyo encontrará del Gobierno de Pedro Sánchez. La dejará caer en otro momento, cuando le convenga a él y, por supuesto, cuando nadie se lo pueda atribuir como propio. Así que, sí, ocurrirá, pero no ahora, más adelante. Con la misma pasmosa frialdad con la que ejecutó el relevo de Juan Carlos Campo como ministro de Justicia. Pedro Sánchez es un témpano de hielo para esas cosas. Le hizo tragar con los indultos a los independentistas catalanes y luego lo echó del Gobierno”.
Y así fue, es verdad: durante mucho tiempo el presidente y su ministro de Justicia, con su talante bonachón, estuvieron negando los indultos y, cuando recibió la orden de ponerlos en marcha, lo acató disciplinado. Primero dijo que había que verlo “con naturalidad”, luego asumió que no había “otra alternativa” y, cuando completó el expediente, el presidente Pedro Sánchez lo ‘premió’ con el cese. Y en la prensa del día siguiente, muchos titularon que cesaba en el cargo “el ministro de los indultos”. Como para pasar así a la historia, que debió pensar el afectado.
La última polémica a la que se hacía referencia al principio, en marzo pasado, tenía que ver con un fiscal, Ignacio Stampa, que optaba a una plaza en la Fiscalía Anticorrupción. Este fiscal, Stampa, investigaba el caso Villarejo y, por lo que se pudo constatar, la fiscal general del Estado estaba especialmente interesada en retirarlo de esa investigación. Recuérdese que Dolores Delgado y su pareja, Baltasar Garzón, fueron de los primeros que salieron ‘retratados’ en las cintas que grababa el tal Villarejo. Comían, charlaban afablemente y despellejaban o se reían de aquellos que les caían mal, como fue el caso de Marlaska, del que se mofaron por su homosexualidad. Con la ayuda de su número dos de entonces, Álvaro García Ortiz, se apañó y prolongó una denuncia contra Stampa que, según denunció este, se prolongó artificialmente el tiempo suficiente para contaminar su candidatura y bloquearle la posibilidad de obtener una plaza en la Fiscalía Anticorrupción.
Cuatro meses después de aquello, a nadie debe extrañarle que Delgado haya aceptado el sacrificio público de salir de la Fiscalía General del Estado, pero con la tranquilidad de que quien la sucede es su edecán, García Ortiz, y que, con toda probabilidad, este le corresponda con un ascenso a fiscal de Sala en el Tribunal Supremo. No hay ninguna puntada sin hilo en la renuncia de Dolores Delgado: Pedro Sánchez quería ‘dejarla caer’, Dolores Delgado lo acepta y lo asume, con la condición de que su sustituto, que es su ‘brazo derecho’, la nombre luego fiscal de Sala, ya que, en abril pasado, no pudo conseguirlo cuando el PSOE tuvo que retirar, por grotesco, que ese nombramiento se colara como enmienda en la ley concursal.
De todas formas, no podemos engañarnos: el desprestigio en que Dolores Delgado deja la Fiscalía General del Estado, en los dos años y medio que ha estado al frente, no es por esos chanchullos, sino por algo más corrosivo: la mediocridad. “El desprestigio para la carrera fiscal es lo que acaba hundiendo a todo el mundo en el desánimo”, se lamenta una fiscal veterana. “Ya sabemos, cómo no, que en todos estos años todos los gobiernos, de un signo político y de otro, han nombrado fiscales generales afines, pero todos tenían prestigio y consideración profesional dentro de la Fiscalía. Frente a eso, nos encontramos con que en este hombre de ahora, Álvaro García Ortiz, que ya es fiscal general del Estado, lo más relevante de su currículo es que lo llaman ‘Alvarone”.
El repaso de los nombramientos habidos hasta llegar a este fiscal general acredita los lamentos de los fiscales tras la marcha de Dolores Delgado que, paradójicamente, consigue algo que nadie había logrado hasta entonces, que se menosprecie a su sustituto más que a ella misma. ‘Alguien designarás que buena te hará’, que podría decirse manoseando el refrán. Puede entenderse con el mero recuerdo de algunos nombres de fiscales generales tan identificados políticamente como Cándido Conde-Pumpido, con el Partido Socialista, o Jesús Cardenal, con el Partido Popular. Nadie negará su adscripción ideológica, pero tampoco nadie en la carrera fiscal les reprochará la falta de prestigio profesional. Otros fiscales generales como Torres Dulce, nombrado por el Partido Popular, o Carlos Granados, por el PSOE, ejercieron además con un margen de independencia que resulta insólito.
Que no, que en esta fase, según se ve entre muchos fiscales, se ha caído más bajo todavía que en aquellos tiempos del felipismo en que se nombraba directamente a fiscales o juristas que participaban activamente en política con el PSOE, desde Javier Moscoso, que también había sido ministro de Justicia, hasta Leopoldo Torres, que fue presidente del PSOE de Castilla-La Mancha, pero acabó presentando la dimisión cuando se enfrentó abiertamente al Gobierno socialista por la falta de medios y recursos en la Fiscalía. O aquel fiscal general memorable nombrado por Felipe González, el Pollo del Pinar que le llamaban, Eligio Hernández, del que decían que había abandonado una reunión ‘secreta’ sobre el procedimiento de los GAL en el maletero del coche de uno de los abogados defensores de los altos cargos socialistas que estaban inculpados. Acabó dimitiendo antes de que declarasen ilegal su nombramiento.
Dolores Delgado se salvó por los pelos de un proceso igual, porque el Tribunal Supremo, el año pasado, rechazó dos recursos por cuestiones formales, sin entrar en el fondo del asunto, pero ha conseguido superarlos a todos ellos en la desconsideración y el descrédito que ha dejado como estela. Nadie le agradecerá más que los afectados que haya provocado el elogio y hasta la nostalgia de los peores fiscales generales del Estado que ha habido en España. Si lo pensamos bien, ese ha sido, sin duda alguna, el mayor de sus logros como fiscal general.