Elogio del Gobierno

LIBERTAD DIGITAL 24/07/13
JOSÉ GARCÍA DOMÍNGUEZ

El griterío histriónico en el auto de fe contra el Partido Popular ha hecho perder de vista un aniversario importante que se cumple estos días. Me refiero al del máximo histórico de la prima de riesgo, los 649 puntos que llegó a alcanzar en julio de 2012. Ahora nadie se acuerda (la memoria del establishment íbero es como la de los peces: no dura más de tres segundos), pero por aquel entonces arreció una campaña de difícil parangón en la historia universal de la tontería. ¿Cómo referirse, si no, a la empecinada exigencia por parte de expertos, lobbies y creadores de opinión para que España se metiera en la boca del lobo solicitando un rescate total de su economía? En un rapto de lucidez, el Gobierno no hizo caso del clamor de las elites más miopes, cortoplacistas y suicidas de Occidente.
Aunque tampoco hacía falta ser un genio para advertir que la doctrina dominante estaba equivocada. Y es que, si el rescate era tan bueno, ¿por qué no lo quería pedir Italia? Por lo demás, la respuesta se adivinaba demoledoramente simple: porque resultaba obvio que el aceite de ricino de las mutilaciones presupuestarias impuestas por la troika estaban provocando el derrumbe de las economías nacionales allí donde se aplicaba. Esa superstición religiosa, la idea de que achicando el déficit se estimula el crecimiento, ya se había revelado errónea en todas partes. Bastaba con ojear los indicadores oficiales de Irlanda, Portugal o Grecia, los tres países intervenidos, los tres en caída libre. Las tres economías en proceso de descomposición, abocadas a mendigar un segundo rescate para alargar una agonía que se antoja interminable.
Tenían que venir a «salvarnos», pues, los de fuera y como fuera. Un nihilismo tras el que latía algo más que la triste mediocridad de una parte nada desdeñable de nuestras clases rectoras. Como en el noventa y ocho, el primer problema de España no es otro que el patológico anti-españolismo de los españoles, la interiorización de la leyenda negra. Otra vez esa tara colectiva, nuestro muy enfermizo gusto por el autodesprecio y la flagelación masoquista. El cómo vayamos a salir de ésta no es asunto que tenga claro nadie, salvo los doctrinarios e iluminados de guardia, aquí siempre legión. Pero, desde luego, no será regodeándonos en el fatalismo paralizante de la pretendida excepcionalidad hispana. Saldremos, claro que sí, aunque a pesar de nosotros mismos.