Iñaki Ezkerra, ABC 07/12/12
En los lugares donde no hay Justicia el puesto de ésta lo ocupa la opinión pública, que es siempre voluble.
Sospecho que, cuando Rajoy anunció en su campaña electoral esa Ley de Emprendedores que nunca llega, como la de Transparencia, no pensaba exactamente en un perfil como el de Díaz Ferrán. Sospecho que el exjefe de la patronal no se aproxima mucho al modelo del empresario emprendedor, sino más bien depredador, que deja por los suelos al gremio que nos va a sacar de la crisis. Pero, aún así, uno se resiste a escribir una de esas columnas-púlpito en las que el autor hace el papelón moralista de predicador, inquisidor, fustigador de vicios y cortador de cabezas. Uno se resiste a eso porque ese articulismo resulta tan previsible —es el de sota, caballo y rey— como ineficaz. En los lugares donde no hay Justicia (y nuestro país es uno de ellos) el puesto de ésta lo ocupa la opinión pública, que es voluble, iracunda y sentimentalota. Tan pronto pide para un fulano el garrote que ya no contempla nuestra legislación como le absuelve por lo bien que se expresa. Tan pronto ese fulano paga el pato por todos, y por una vendetta política, como sale de la cárcel y monta un partido con el dinero que robó y nunca devolvió. Tan pronto un analista culpa de lo indemostrable a un adversario ideológico, como pone la mano en el fuego por la inocencia de un gañán, y sólo por intuición o por sus interesillos personales; porque ha cenado con él o porque no le invitó a una cena; porque ha tenido una buena o una mala digestión; porque sí, porque le ha dado el pálpito…
En España, como fruto de la inmadurez y la debilidad de nuestra democracia, hay una sobredosis de opinión gritona y llorona. Hay la superstición parademocrática de que «cada uno tiene su opinión», cuando hay cosas que son difícilmente opinables o no opinables sencillamente. Que la Tierra gira es un hecho no susceptible de modificación por quienes piensan lo contrario. Que un sujeto sea culpable de fraude fiscal, apropiación indebida o blanqueo de capitales es algo que debe juzgarlo un juez, que es quien tiene todos los elementos de juicio y nunca mejor dicho. Hay algo más que inhibe mi sentencia personal sobre Díaz Ferrán y es, paradójicamente, su culpabilidad en apariencia clamorosa. En los lugares donde no hay Justicia, es tradicional también la elección de un chivo expiatorio que sacie la demanda social de ésta. Si, además, el chivo elegido es realmente culpable de algo, su lapidación deja una cara de profunda satisfacción ética en los granujas que quedan libres gracias a ese escarnio «ejemplar».
En España la «ejemplaridad» para un caso es una perversión absolutoria para el resto. Y es que hay demasiados escándalos económicos: Mas, Griñán, la Pantoja, Urdangarín, el alcalde de Sabadell, quienes les dieron créditos… Aquí no se salva nadie. O, mejor dicho, pueden salvarse todos si se da con el chivo adecuado. Díaz Ferrán no tiene ya partido padrino sino un oficio desprotegido por la derecha y desprestigiado por la izquierda. Tiene, en fin, muchos boletos. Ése sí que sueña loterías.
Iñaki Ezkerra, ABC 07/12/12