Kepa Aulestia, DIARIO VASCO, 11/6/11
Los movimientos postelectorales están siendo justificados según principios que varían de un día a otro, a impulsos de un PNV que pretende mejorar su posición maniobrando
Los partidos que obtuvieron representación institucional el 22-M tienen la inexcusable obligación política de tratar de mejorar sus resultados atrayendo el favor o la complicidad de otras formaciones en la constitución de las nuevas corporaciones locales y en la elección de los órganos de gobierno forales. Pero lejos de exponer esta verdad en toda su crudeza, llevan semanas e incluso meses entreteniéndose en jugar, como si fueran trileros, con principios que un día exponen con pompa y circunstancia para cambiarlos por otros al día siguiente. Principios que volverán a ser sustituidos hoy, cuando electos y dirigentes justifiquen o deploren lo que ocurra con la elección de los alcaldes. Ya lo dijo Groucho Marx: «Estos son mis principios. Si a usted no le gustan tengo otros». Pero ese eclecticismo interesado no es solo reflejo de la picaresca e incluso del cinismo que rodea siempre a las negociaciones postelectorales. Revela también las taras ideológicas que presentan los protagonistas de la política, tan proclives a compatibilizar lo uno y su contrario.
Una de las manifestaciones más significativas de esa ambivalencia está en el uso que los jeltzales hacen del concepto de mayoría social, como si se tratara de una categoría móvil e intercambiable. Son propensos a apelar a la mayoría de la sociedad, que unas veces aparece marcadamente abertzale, otras demócrata a secas frente a la intolerancia violenta, y más recientemente ha sido presentada como aquella realidad con la que «no conectan» los postulados de Bildu, según Markel Olano. Pero lo verdaderamente asombroso de cada una de esas mayorías particulares es que el PNV dice poder representar a todas ellas genuinamente y sin ayuda de nadie. Lo que permite a los jeltzales soslayar la encrucijada que supone optar por la articulación política de una de esas mayorías, descartando las otras, mediante la consiguiente alianza unívoca. Así, el EBB puede negarse a formar parte de un frente que excluya a Bildu mientras tienta a socialistas y populares a votar a sus candidatos para evitar que la coalición independentista se haga con el poder allá donde ha sido la primera fuerza y, al mismo tiempo, se resiste a establecer un acuerdo que dé dimensión política a esa mayoría ciudadana con la que no conectaría Bildu, aunque paralelamente se disponga a recibir sus votos para mantener a Xabier Agirre al frente de la Diputación alavesa. Como las jornadas postelectorales se alargan y dan para todo, Urkullu llegó a exigir un compromiso programático a Bildu para aceptar su apoyo en Álava. Compromiso que rehúye cuando se trata de recabar el favor de las demás formaciones.
El PNV será la opción más beneficiada en la feria postelectoral -aunque lo sea por dos o tres alcaldías- debido a su ubicación en el espacio partidario; pero también porque esa ubicación y su propia cultura política le procuran una deontología más relajada que la de los demás. Combina la negativa a conformar una mayoría política alternativa a Bildu con la posibilidad de arrebatar a la coalición independentista alcaldías o la diputación de Gipuzkoa esperando precisamente que populares y socialistas se aferren -en este último caso con ayuda de Rubalcaba- al mismo principio que el PNV dice detestar. El principio jeltzale está claro: impedir que Bildu obtenga un alcalde u otro y por supuesto el diputado general de Gipuzkoa resulta lícito siempre que sea el PNV el beneficiado por tal exclusión.
También por eso han acabado denunciando el tono «chulesco y del pasado» de Bildu, a ver si socialistas y populares se enteran de una vez del déficit democrático que presenta la coalición. No se trata de una jugada maestra, sino de una manifestación más de la profunda convicción con la que los jeltzales entienden que lo natural en este país es que gobiernen ellos. Mientras, el partido de Urkullu sigue concibiendo a la izquierda abertzale como el fondo de reserva al que apelar en unos casos y al que representar en otros. Su posición resulta coherente con la cultura política de nuestro nacionalismo. El hecho de que, anunciando que votarían a sus propios candidatos, empujaran a los socialistas a intercambiarse los apoyos con los populares puede resultar anecdótico. A no ser que definitivamente el PSE-EE se cierre en banda, en cuyo caso será acusado de preferir que gobierne Bildu para perjudicar así al PNV, y éste pueda descubrir al fin su fiasco electoral.
Con los años, la demanda a los partidos para que clarifiquen durante la campaña sus intenciones sobre las alianzas postelectorales ha dado paso a la consagración de su negativa a hacerlo como rasgo de cordura política. Es más, remitir la cuestión al previo escrutinio de los votos se ha convertido en una expresión jactanciosa de la prerrogativa de los partidos para hurtar a los electores una información fundamental. Porque no se trata solo de una actitud cautelosa, tampoco obedece únicamente a su disposición oportunista, se está convirtiendo sencillamente en un fraude democrático. Sobre todo cuando se niega lo que realmente se va a hacer. Claro que ahora se nos está negando incluso lo que se hace en el momento. Cuando los principios se vuelven maleables en un partido dominante como el PNV, el contagio está asegurado. No hay más que ver las explicaciones de EB preparando el terreno para coaligarse con los jeltzales en Álava, o el retorno de Aralar a su espacio natural de izquierda abertzale después de especular con la eventualidad de que Bildu quedase fuera de juego. Aunque ese mismo contagio se manifiesta en el aturdimiento del PSE-EE. Esta historia de los principios y el oscurantismo sobre las alianzas postelectorales promete ponerse interesante ante las autonómicas.
Kepa Aulestia, DIARIO VASCO, 11/6/11