DAVID GISTAU-EL MUNDO
…policial con el haz de luz proyectado a los ojos– y transforma al entrevistado en un mero pretexto. Aun así, podemos decir que el propósito canónico de la entrevista es muy sencillo: conocer mejor al personaje y sacarle incluso aquello que quería ocultar o que no sabía que sabía, como en un juego de la mayéutica. La mejor entrevista posible es socrática.
En este sentido, no podemos sino congratularnos de que Otegi haya sido entrevistado en la televisión pública. En una época poblada de pícaros y logreros como ésta, donde casi todo ocurre en una dimensión subterránea de la que de vez en cuando rebalsa mierda porque alguien se siente engañado y plantea una queja como la de las dos señoras de Madrid a las que no les cumplieron un contrato de asesinato –y que también presentaron la firma del estafador–, hay que celebrar las ocasiones que favorecen que todos nos conozcamos mejor. La entrevista a Otegi ha resultado tener esta función de desenmascarar impostores que fue prolongada horas después, en el Parlamento, por los diputados reticentes a ovacionar a los asesinados por el terrorismo. Y que son precisamente en los que Sánchez pretende apoyarse para refundar España, aunque sea admitiendo en el acuerdo cláusulas que habrían parecido humillantes a Fausto en su negociación con el Diablo.
Después del paso de Otegi por nuestras salas de estar, conocemos mejor, por ejemplo, a la televisión pública. Tan militante y predispuesta a volverse instrumental en los enjuagues de Sánchez, que avergüenza y hace sentir mal a sus propios periodistas, que de repente se ven sentados delante de Otegi y no saben cómo salvar un ápice de su propia dignidad. De esto se dio cuenta hasta Otegi, que les hizo un reproche, como diciendo: «Muchachos, olviden su propia honra, saben como yo que esta noche vine aquí a que me trataran bien». También conocemos mejor a Sánchez, sus verdaderas intenciones, su concepto de agrupamiento progresista, todo el paripé de la incertidumbre acerca de la investidura, que sólo sirve para mantener a la derecha en tensión autodestructiva por culpa de la engañifa de la abstención patriótica. Hasta el PP, del que se supone que no tenía dentro socialdemócratas avergonzados de sí mismos y ansiosos de expiación, ha caído en la trampa.
Por encima de todo, conocemos mejor a Otegi. Conocemos mejor, más bien, la falacia de un supuesto proceso evolutivo que fue propulsado por la palabra paz con la que lo ungió Zapatero y que le permitió, no sólo entrar en ciudades como Barcelona recibiendo trato y selfis de ídolo del pop, sino ponerse de pronto a arbitrar la democracia ejemplar, ecologista y feminista, con regañinas a los desechados por fascistas. Hace falta ser bruto, o muy cautivo de la propia naturaleza, para acudir a una entrevista concebida para normalizarte como líder democrático fetén y salir de ella habiendo asustado aún más a los espectadores con la resistencia a pedir perdón, con la impermeabilidad ante la compasión, y con las convicciones graníticas acerca de la legitimidad de los asesinos. Esa frase atroz, de psicópata, en la que Otegi sólo llegó a lamentar un daño superior a aquel que tenían «derecho» a hacer. ¿Quién concedía ese derecho? ¿Hasta dónde alcanzaba la patente de corso? ¿Valían los muertos uniformados, pero no los demás o es una cuestión numérica; es decir, que ETA tenía un vale de hasta 500 muertos? Éstos son los personajes vertebrales de la España que se nos viene encima.
EL ASPIRANTE A MANDELA DE ELGOIBAR
Mientras otros abusaban de Gandhi, Otegi se caracterizó por trazar una analogía de su situación carcelaria con la de Mandela. Modestia para qué. El profeta de la paz, caracterizado como tal por el Zapatero de la ‘trattativa’ mafiosa con ETA, acudió a una entrevista a que lo consagraran como demócrata y asustó con su apego a los valores del terror .