JUAN CARLOS VILORIA-El Correo

  • La gente está saliendo a la calle no tanto por disidencia política como por hambre

En Cuba los precios de los alimentos suben cada día a niveles inalcanzables. El pollo distribuido en el racionamiento ha pasado de una vez por semana, a principios de este año, a una vez cada quince días y dicen que va a pasar a ser una vez al mes. La gente está saliendo a la calle no tanto por disidencia política como por hambre y porque no puede más. El país hace frente a un incremento epidémico de la covid mientras los cortes de corriente en las casas se hacen cotidianos como en los años 90 cuando colapsó la Unión Soviética y dejó de llegar el petróleo gratis. Alberto Garzón, el ministro comunista del Gobierno de Sánchez, puede estar tranquilo. Los cubanos no van a morir por los efectos perjudiciales de la ingesta de carne. Tampoco Cuba pondrá en peligro la sostenibilidad del planeta. Garzón puede dormir tranquilo. Tan tranquilo como la izquierda europea que ha sostenido el régimen castrista negándose a admitir su carácter inequívoco de dictadura comunista.

Desde cátedras universitarias, filósofos a la moda, antisistemas y anticapitalistas, partidos de izquierda en general y medios de difusión ‘progresistas’, Cuba se ha defendido como un referente idílico del socialismo. Como un modelo contrapuesto al soviético, como si el paraíso socialista caribeño pudiera ocultar el fracaso de la economía estatalizada. Pudiera disfrazar la represión de intelectuales no afines, artistas contrarios al régimen, homosexuales. Ignorar la supresión del libre ejercicio profesional a médicos, periodistas, arquitectos, abogados. El cierre de todos los comercios privados hasta la más humilde tienda familiar. Y aplaudir la estigmatización de los que huían de la dictadura como gusanos, contrarrevolucionarios o traidores.

Esa ha sido la tarea impagable de la izquierda europea sosteniendo la ficción de la revolución cubana. Desde Regis Debray (más tarde caído del caballo) hasta los eurodiputados verdes que condenaban a EE UU en lugar de a la dictadura. Paraíso, sí. Para los capitalistas que llegaban a Varadero, al Floridita, al Malecón, con divisas para disfrutar de lo que los cubanos no podían. Una ficción socialista viviendo de las remesas de los dos millones de emigrantes y exiliados, del turismo y de la limosna de sus amigos soviéticos, chavistas y demás. Pese a vivir sin medios de comunicación libres, sin Internet, sin partidos, sin poder salir de la isla y con una policía política como perro guardián, los cubanos están perdiendo el miedo al régimen. El miedo se difumina en las calles. El crepúsculo de la dictadura parece próximo. Y el fiduciario de los hermanos Castro, Miguel Díaz-Canel, es poco carismático y no es respetado por Washington ni escuchado por los cubanos.