Un amigo mío, que fue juez durante muchos años y que lo fue porque desde niño no se planteó ser otra cosa, sueña con arreglar el mundo de la Justicia. Su sueño, aunque no lo diga, coincide con sus aspiraciones y, lo que es más admirable aún, con su empeño por lograrlo.
Mi amigo, por fuera, es de aspecto normal y aire apacible; se conoce que la procesión va por dentro. Su mujer, que es más realista que él y también bastante más agraciada físicamente, cree que el problema viene de lejos, concretamente desde que tanto ella como él, ingresaron, respectivamente, en las carreras fiscal y judicial y nunca se arrepintieron de haberlo hecho, pues están convencidos de que ambos oficios son de los más bellos del mundo.
Yo creo que lo que le ocurre a mi amigo es que, después de haber vestido la toga durante tantos trienios, piensa que, visto el panorama, a la Justicia de hoy no la conoce ni su madre, o sea, Temis, esa diosa de la mitología griega que se nos presenta portando una balanza y una espada e incluso, a menudo, con los ojos vendados.
Mi amigo, que no fue un mal juez ni tampoco un juez extraordinario, sino un juez más, cuya vida judicial se desarrolló en un ir y venir de gozos y amarguras, me dice que no basta con quejarse y que si se quiere mejorar la situación de su amada Justicia hay que arrimar el hombro y contar lo que pasa. De manera que se ha puesto manos a la obra y ha elaborado un manifiesto.
Lo ha escrito, me dice, guiado por el afán de defender al Poder Judicial, aunque sin renunciar a llamar al pan, pan, y al vino, vino. También a sabiendas de que la faena es una suerte literaria que requiere precisión y concisión, cualidades ambas que reconoce no está seguro de reunir.
Éste es el texto que me envía para que lo haga público de la forma que considere más conveniente.
MANIFIESTO que, gustosamente, someto a la consideración de jueces, fiscales, abogados, profesores de universidad, juristas de toda condición y ciudadanos del común que claman por un poder judicial independiente de verdad y suplican que políticos, pseudopolíticos y parapolíticos pongan fin a sus habituales lucubraciones y dislates.
A tal fin, sirvan de punto de partida las siguientes premisas.
Primera. Todo Estado, por el solo hecho de serlo, jamás debería dejar de ser un Estado de Derecho y de Justicia. Es en la legalidad donde el Estado encuentra su justificación.
Segunda. La Justicia se constituye, por derecho propio, en un pilar básico del Estado. Una nación que no tiene auténtica separación de poderes carece de Constitución.
Tercera. Son los ciudadanos quienes tienen derecho a una justicia independiente y eficaz. No se olvide que el artículo 117.1 CE proclama que «La Justicia emana del pueblo (…)».
Un poder del Estado, no de los partidos
Pues bien, en atención a estas tres reglas, los abajo firmantes alzamos nuestra voz y proponemos las siguientes líneas de defensa.
I. DEFENDEMOS que el Poder Judicial es un poder del Estado, no de los partidos, gobiernen o no gobiernen. Si lo que se desea es una justicia realmente independiente, hay que alejarla de las siglas políticas y de sus sedes. Cuando en la función de los jueces se buscan rentabilidades políticas, sobra la justicia y basta la intriga.
II. DEFENDEMOS que la Justicia jamás puede ser entendida en clave ideológica. Querer hacer política con la justicia no es menester de jueces, ni tan siquiera de políticos, sino de traficantes de la justicia que alteran su pureza.
III. DEFENDEMOS que el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), como órgano constitucional que es (artículo 122 CE), no puede ser objeto de injerencias por parte de los partidos políticos. El reparto de diez vocales para mí, siete para ti y tres para aquéllos, no es la mejor forma de sacar a la institución de la sima del desprestigio por el empeño de algunos de que sus miembros, sean los fulanos, menganos o zutanos de turno, responderán a la confianza depositada en ellos.
IV. DEFENDEMOS el modelo del juez preocupado únicamente por su independencia y repudiamos que los altos cargos judiciales sean nombrados con la misma discrecionalidad con que se nombra a un director general. Nada más triste y deprimente que una judicatura en la que el camino más rápido para ascender en el escalafón, aparte de la antigüedad, sea la buena relación con los mandamases de los partidos.
V. DEFENDEMOS el sistema de oposiciones como el mejor de los posibles para acceder a la carrera judicial. No se trata de afirmar a ultranza que la memoria sea el instrumento más idóneo para hacer un juez sabio y justo, pero sí que, puestos a elegir, es preferible el aspirante que se sabe de carrerilla el Código Civil o la Ley de Enjuiciamiento Criminal a aquél que se pasa el día recitando los nombres de políticos que pudieran hacerle un hueco en el escalafón. La lógica y la experiencia demuestran que la oposición es el procedimiento que mejor garantiza la ecuanimidad, pues con él todos los aspirantes tienen las mismas oportunidades.
VI. DEFENDEMOS la figura del auténtico jurista de prestigio, pero más al jurista «conocido» por todos que al «reconocido» por los suyos. Hay que acabar con el descaro de incluir en el inventario a falsos genios repletos de trabajos políticos, lo que no quita que las altas jerarquías de la magistratura se cubran con eminentes juristas procedentes del foro o de la cátedra.
VII. DEFENDEMOS sin reservas ni fisuras a nuestro Tribunal Supremo, órgano jurisdiccional superior en todos los órdenes, salvo lo dispuesto en materia de garantías constitucionales. Negar legitimidad al TS como algunos irresponsables del gobierno de Cataluña han hecho a propósito de la sentencia del juicio del «procés» es un aliciente propio de políticos de tres al cuarto y, por tanto, jamás la manera de respetar el Estado de Derecho.
VIII. DEFENDEMOS la crítica de las resoluciones judiciales, pero rechazamos el acoso personal, la descalificación ad hominen y la carta blanca al agravio. Y así, por ejemplo, que en la sesión del Congreso celebrada el pasado martes, una diputada de Junts, otra de ERC, una tercera de Podemos y un cuarto de Sumar, de forma explícita llamasen prevaricadores a los jueces que intervienen en los procedimientos judiciales relacionados con el 1-O, es una alarmante señal de injusto exceso y un pésimo precedente.
IX. DEFENDEMOS el modelo de fiscal independiente que es el querido realmente por nuestra Constitución. El artículo 124 dice que el Ministerio Fiscal interviene de «oficio o a petición de los interesados», pero no que haya de hacerlo siguiendo instrucciones y, menos aún, órdenes del Gobierno. Un fiscal, empezando por el fiscal general del Estado, no puede ser de nadie. Ni en la persecución de sus adversarios políticos ni en la búsqueda de impunidad para sus amigos.
X. Por último, puestos a defender, DEFENDEMOS que la administración de Justicia sea debidamente atendida en el plano económico. Es muy hermoso trabajar por vocación y con sacrificio, pero el funcionario judicial que ejerce sus tareas con escasez de medios, más pronto que tarde se sentirá desmoralizado. Con tacañerías presupuestarias y mientras los gobernantes sigan pensando que los tribunales son bienes mostrencos, jamás lograremos una administración de justicia digna de tal nombre.
Sabe que la paciencia es amarga, pero el fruto es dulce. De ahí que cuando se siente invadido por la desilusión y tienen la tentación de huir de tanto sinsabor, prefiera el optimismo al nihilismo
Aquí termina el texto recibido de mi amigo el juez y que quizá no sea más que un decálogo de reflexiones bienintencionadas. Lo que sí parece evidente es que el autor no se avergüenza de hacer pública su fe en el Poder Judicial. Sabe que la paciencia es amarga, pero el fruto es dulce. De ahí que cuando se siente invadido por la desilusión y tienen la tentación de huir de tanto sinsabor, prefiera el optimismo al nihilismo. Ojalá que, en un futuro no lejano, sorteados los contratiempos, la recolección de la Justicia española se presente con unos resultados que podamos saborear.
En fin y esto no lo escribe mi amigo, sino que es de otra cosecha. Tengo para mí que como el gran jurista Piero Calamandrei declara en el libro Elogio de los jueces escrito por un abogado, «quien tiene fe en la Justicia consigue siempre, aun a despecho de los astrólogos, hacer cambiar el curso de las estrellas».
(Este artículo es una versión actualizada de la intervención del autor en el «Acto de reivindicación de la independencia del Poder Judicial» celebrado el pasado 24 de enero en el Foro España Cívica)