En el fango

EL CORREO 18/11/13
MAITE PAGAZAORTUNDÚA

La Ley del Parlamento Vasco 4/2008, de 19 de junio, de Reconocimiento y Reparación a las Víctimas del Terrorismo, determinó la reparación, la participación, el respeto de su dignidad, la justicia, la verdad y la memoria como derechos fundamentales de las víctimas del terrorismo. Reconoció el significado político de las víctimas del terrorismo.
En su artículo 8.2 estableció que: «[…] el derecho a la memoria tendrá como elemento esencial el significado político de las víctimas del terrorismo, que se concreta en la defensa de todo aquello que el terrorismo pretende eliminar para imponer su proyecto totalitario y excluyente: las libertades encarnadas en el Estado democrático de Derecho y el derecho de la ciudadanía a una convivencia integradora. La significación política de las víctimas del terrorismo exige el reconocimiento social de su ciudadanía».
El artículo 8.3. determinó que: «El mantenimiento de la memoria y del significado político de las víctimas del terrorismo constituye además una herramienta esencial para la deslegitimación ética, social y política del terrorismo».
Lo que estos artículos significan ha desaparecido de la acción del Gobierno vasco. Cabe preguntarse si no fue un mero espejismo, obligado por la realidad ineludible de una ETA asesina pese a su colapso, e insaciable, pese al engendro de negociación política con nacionalistas y socialistas, conocido por el lugar donde se realizó, Loiola.
Espejismo, tal vez, más allá de unos pocos días o meses del Gobierno de Patxi López, coincidiendo con el cruel asesinato de Eduardo Puelles. Antes del plan de legalizar, como fuera, a las siglas de los ‘posibilistas’ como si no compartiesen la estrategia de ETA. Había que ayudarles con decretos y conceptos. Había que introducir palabras sentimentales para eludir la política con mayúsculas, esto es, la asunción del Estado de Derecho y la crítica del pasado. Los decretos de Patxi López y los conceptos almibarados, junto con las entrevistas de loa a Rufi Etxeberria o Pernando Barrena, van realizando sus efectos poco a poco, para que ellos, los victimarios y su entorno encuentren el confort semántico, que es lo mismo que decir el confort político.
Ya hemos llegado a los actos institucionales de memoria de las víctimas del terrorismo que repugnan profundamente a la gran mayoría de ellas. Con los socialistas en una versión suicida de la generosidad, los otros perseguidos por no aceptar el nacionalismo obligatorio tampoco acudieron a los recientes fastos del lehendakari. Pero los que no han condenado los asesinatos o la persecución de ETA pudieron ir y se atrevieron a poner nota de las ausencias. Esto no es sino chapotear en el fango.