Eduardo Uriarte-Editores

Mientras en un día apagado por la pandemia y por darse a pocas fechas de la conversión de todos los que están en su contra en el bloque de  dirección del Estado. En el día que tocaba a la presidente del Congreso y al del Gobierno hacer una apología hueca de la Constitución, en Venezuela el expresidente Zapatero apoyaba a Maduro en unas elecciones fraudulentas para prolongar la continuidad del régimen bolivariano. Poco importa que la gente se muera de hambre, que millones se exilien, que miles hayan caído asesinados. Qué importa ante la enajenación ideológica de una generación izquierdista a la que la realidad brutal en nada corrige su exaltado y agresivo sectarismo: la gente no entiende el sistema electoral venezolano. Como si fuera éste únicamente el problema y no la dictadura que lo impone.

La empatía, si no la conversión, con el populismo revolucionario es el fundamento de la crisis política que hoy padecemos propiciada por el otrora partido de la estabilidad como lo fuera el PSOE. Un expresidente impulsor del pacto de coalición con Podemos, de la legalización de HB, con una visión complaciente con todos los nacionalismos, que apoya, a su vez, el aberrante Gobierno de Venezuela, es el origen de nuestra crisis política. Un encuentro nocturno en Barajas del ministro de Fomento con la vicepresidenta venezolana y su lote de maletas avisa de la naturaleza de la crisis. Como también el pésimo recibimiento por parte del Gobierno al líder de la oposición venezolana, cuando toda Europa condena el régimen de Maduro. Comportamientos que debieran alertarnos sobre la nueva naturaleza antisistema del socialismo español, seducido por la más autoritaria y corrupta fórmula que el izquierdismo haya experimentado tras la caída del Muro.

En “Bananas”, película de Woody Allen, los revolucionarios latinoamericanos en el poder de la república de San José adoptan el sueco como idioma oficial, lo que invita a la carcajada del espectador. Aquí la lengua vehicular del sistema educativo deja de ser el español, como la parodia de San José, y al constitucionalismo se le hiela la sonrisa. En la república de ficción se olvidan de la promesa de convocar elecciones libres. Aquí eso llegará -buen procedimiento para que se cumpla la amenaza de Iglesias de que la derecha no vuelva a gobernar- tras el cerco a la Corona, tras el nombramiento de la ministra de Justicia como fiscal general, tras el control del poder judicial, tras la creación del ministerio de la verdad. Con un Congreso humillado al conceder a Sánchez sesenta días de estado de alarma, ante la incapacidad de los diputados de hacerle huir a Varennes, el poder absoluto puede seguir abusando del decreto ley, el perdón a los sediciosos, del proceso de conversión de la nación en una confederación. El partido socialista nos va conduciendo, poco a poco (“A Fuego Lento”, Francesc de Carreras), hacia la mutación constitucional. Y puede ser que pronto acabe viniendo Maduro como observador ante nuestras futuras elecciones.

La Constitución tiene sus vacíos y defectos, pero no se puede achacar a ella los problemas políticos que padecemos. Mas bien, cuando los partidos habitaban un espacio constitucional y hacían del encuentro una máxima difícil de truncar, los frutos recogidos de ella resultaron abundantes. Es la práctica política, los objetivos a alcanzar, las formas que se exhiben, los que destrozan cualquier espacio para la política promoviendo el evidente deterioro institucional y social que actualmente padecemos. Repugna profundamente la manipulación propagandística esgrimida desde el poder, el descarado cinismo utilizando la mentira como arma, lo que induce al rechazo institucional, y al de la misma Constitución por estar dentro de él, cuando es responsabilidad de la práctica de los partidos y no  causa de la Constitución la crisis en la que más profundamente estamos sumidos.

Por si no tuviéramos acumulados problemas hoy se añade las tensiones con Marruecos. A la crisis migratoria propiciada desde el vecino reino se nos une el reconocimiento de Trump de la soberanía marroquí del Sahara tras haberle beneficiado con una política armamentística que rompe cualquier equilibrio. Mientras el Gobierno Frankenstein y sus aliados se esmeraban en cómo destrozar lo existente, la acción del vecino que siempre ha estado al acecho traspasa la preocupación, posible consecuencia de una trayectoria diplomática con Estados Unidos inamistosa frente al reforzamiento de las relaciones con los países bolivarianos.

Amén de los fracasos en la gestión de la pandemia, la política inmigratoria o la diplomática, la impasibilidad social ante la desmesura del proceso de voladura del sistema constitucional es vergonzosa. Que se eleven a la plataforma de la dirección de la política a los que la gobernabilidad de España les importa un comino, o los que sólo desean, apoyando a Sánchez, crear repúblicas independientes. resulta sencillamente insostenible. Cuántos socialistas vieron asesinar a compañeros, cuántos socialistas gobiernan gracias a los que aclamaban a los asesinos y los siguen aclamando cuando salen de la cárcel.  Estos socialistas asumen este acercamiento y compadreo bajo la falsa excusa de que la democracia es inclusiva y que la derecha es peor, asumiendo, por el contrario, el totalitarismo en el que todos sus nuevos socios comulgan y que nunca dejó de existir en lo más bajo del socialismo. O se quiebra esta coalición de poder o el marco político, en medio de una crisis sanitaria y económica, salta por los aires. Yugoslavia no estaba tan lejos.