En el país de Chikilicuatre

Si un estado juega con el mito de la polis, de la nación, de la familia, de la ley, el honor de los muertos caídos en su defensa, del derecho a la justicia…, puede atentar contra el mito, el que controla las pasiones del ciudadano. Que el director no vuelva a tocar el mito: en lugar de atajar el terrorismo, acabará limpiando de ciudadanos la polis. Como en Mondragón.

En el mismo día en el que se dilucidaba el destino del país mediante elecciones generales salió como nuestro representante en eurovisión, también por elección popular, el cantante Chikilicuatre. Si alguien osara desacreditarlo otro tendrá a mano el argumento presidencial, antes de que el rey interrumpa la conversación, de que tal fenómeno ha sido elegido por el pueblo como gran explicación en defensa de su fama y dignidad. Ello en todo un discurso de autoridad que considera la elección popular la quinta esencia de la democracia, cuando no es más que uno de los instrumentos que ésta posee, y no siempre utilizado con sabiduría como se demuestra desde la antigüedad como cuando a Pilatos se le ocurrió darle el derecho de decidir al pueblo judío y eligió a Barrabás, o más recientemente cuando a los alemanes se les ocurrió elegir a Hitler.

Lo cierto es que este país, emotivo hasta el tópico y donde los haya, lleva su historia desde la desaparición del absolutismo más mediante reacciones emotivas que por la reflexión. A excepción de los pocos años del consenso democrático de la transición, reflexión casi impuesta tras un largo mea culpa de cuarenta años de dictadura, eso no ha sido lo más característico de nuestra idiosincrasia. Mientras otras comunidades políticas hacen una mezcla de ambos, emotividad y reflexión, aquí no, incluso nuestra gesta nacional por excelencia, la guerra contra Napoleón, de la que ahora se cumplen dos siglos, fue más una reacción popular emotiva, con la torre de marfil de la ilustración en Cádiz, que poco influyó en las partidas que se batían el cobre viviendo sobre el terreno y haciendo de su capa un sayo -poco más o menos como los actuales partidos sobre sus feudos autonómicos- que algo que con sentido pueda calificarse como nacional. Emoción y sentimiento que en esta era de la televisión basura saben estos medios encauzar en función de sus intereses. Gozamos de una aceptable situación de bienestar pero informes como el de Pisa nos van indicando los niveles educativos preocupantes en los que estamos. Y esa seria carencia se va a convertir en tema de preocupación ahora que la economía del ladrillo no tira y el turismo se va a resentir de la crisis internacional.

En este país tan emotivo y bastante cutre respecto a su nivel formativo, carente por otro lado de mitos lo suficiente asumidos como para que la cohesión política tienda a perdurar –carecemos del patriotismo republicano de los franceses y del sentido de comunidad liberal insular de lo británicos- nos llaman los partidos de una manera estresante a participar en las elecciones, como si en ellas residiera toda la democracia. Nos llaman así porque lo es todo para los partidos, no porque les importe en demasía la democracia, sino porque de ellas, si de momento se respeta, surge el acceso al poder. Por eso nos estresan tanto. Por eso en este país es, a la manera sectaria que antes era patrimonio casi exclusivo de los nacionalistas, negando la muy saludable y democrática costumbre en nuestros países vecinos de cambiar de opción cuando no lo hacen bien los que disfrutaron de nuestro favor, donde los partidos dan un trato durísimo a los que cambian su voto pues lo observan como un acto de alta traición. Y esto lo hacen unos partidos que cada vez disponen de más poder, porque exclusivamente de esto se trata.

Desgraciadamente en estas últimas elecciones el último acto de campaña lo realizó ETA, y, aparentemente, los partidos interrumpieron la campaña en sus actos, al menos en sus actos de formato estandar electoral. El asesinato de Isaías Carrasco supuso todo un acontecimiento macabro para verter aún mayor emotividad a una campaña en apariencia con muchos actos informativos, con los medios de comunicación exultantes por los dos debates en televisión entre los dos candidatos, con desplantes y acusaciones de mayor o menor tono pero muy poco pedagógica. Bajo la apariencia de informativa la campaña se reducía a un repiqueteo de acusaciones al adversario, argumentos para los propios –tan para los propios que a la derecha del PP no hay nada pero a la del PSOE tampoco queda nada-, pero que ahorraba, por parte de ambas fuerzas, cualquier tiempo y esfuerzo para demostrar las acusaciones. Era espectáculo lo que nos ofrecían, eran arengas para animar a los propios, como fin acorde con una legislatura de enfrentamientos y sectarismos deleznables, y muy poca información.

La cosa fue a peor tras el asesinato del compañero Isaías. La retórica y la poética obrera, de eficacia probada en la II República hasta mandarla al muladar de la historia, sustituyó entre la rabia y el lloro de respetables políticos cualquier discurso racional. La tendencia a sustituir el discurso político por el moral o el poético es de larga tradición española supliendo la carencia de un mínimo nivel de cultura política. “Isaías lo somos todos”, rezaba una pancarta en la plaza, y afortunadamente no es así. El pobre Isaías está muerto por un asesinato realizado por terroristas, y el resto aún estamos vivos para honrar su recuerdo y hacer todo lo posible para que ETA sea derrotada. Ustedes se consolarán, y no se entiende bien el sentido de la frase, queriendo ser Isaías, pero yo prefiero no serlo. Lo siento mucho, cuando me toque me tocará, pero de momento no lo soy. Sin embargo, supone una llamada eficaz, sobre todo si no se reflexiona, para acercarnos al asesinado y a su símbolo de socialista hasta la muerte de una manera afectiva. Es de lo que se trata.

La hija, valiente donde las haya, declamó y exigió “que el asesinato de mi padre no sea manipulado por nadie”, desconociendo que este asesinato ya estaba manipulado desde su origen por ETA, que lo convirtió en acto simbólico de muchas de las aberraciones que sostiene. Pero además, una vez que ha pasado al plano político tal asesinato, dos días antes de unas elecciones, es imposible que tan aberrante acto no se manipule. Los que entendemos algo de comunicación sabemos que la simple traslación del un acontecimiento por los medios de comunicación ya supone manipulación. Luego, podrá haber manipulaciones más descaradas e interesadas, que probablemente fuera lo que quería decir su hija, pero debiera haberlo aclarado aunque muchos la entendimos Me aventuro a pensar que lo que quería decir es que su padre asesinado era de los suyos, y, por lo tanto la adhesión también.

La emotividad del momento hace realmente difícil ponerse en un plano analítico, casi resulta sacrílego, pero se hace necesario, máxime cuando el mundo de los políticos prefiere no hacerlo. Una de las cuestiones más tristes ante este aberrante asesinato de una persona inocente es la poca solidaridad que ha suscitado entre sus vecinos de Mondragón. Muy pocos se dejaron ver en los actos de protesta y homenaje. La mayor parte de las crónicas procedentes de los periódicos más dispares coincidían en descubrir la ley del silencio que impera en esa localidad, y transmitían tal información con un tono e incluso exclamación de escándalo.

No sé si esos periodistas están buscando héroes a precio de saldo, que quizás en el pasado los hubieran podido encontrar, pero lo que buscan ahora es nada menos que a temerarios. El pueblo está gobernado en la actualidad por ANV, y éstos cuando gobiernan se nota que gobiernan. Además, gobierna ANV con el democrático apoyo de EB, y, además, gobierna después de que tras un periodo de negociación con el Gobierno español éste haya adecuado las circunstancias para que pudieran ser legalizados y volver eufóricamente a la alcaldía. Máxime, cuando, como consecuencia del Pacto Antiterrorista, habían sido ilegalizados y habían salido del poder local, todos creían, menos ellos, para no volver jamás.

A ver quién se fía ahora y se atreve a hacer declaraciones condenatorias ante una cámara o un periodista: siempre vuelven. Volvieron tras su acoso por el asesinato de Miguel Angel Blanco, parecía que de una vez una revolución democrática los había echado del mapa, pero volvieron tras las negociaciones con el PNV que dieron lugar al pacto de Lizarra. Volvieron, la última vez de forma más traumática, tras la negociación con el PSE y el Gobierno, después de una solemne resolución del Congreso de los diputados y una amistosa excursión conjunta al Parlamento europeo, cuando nadie, que no fuera nacionalista, les echaba en falta. Y cuando volvieron empezaron a pulular comandos por la localidad cerrajera (encantadora denominación) al sentirse a gusto con el ambiente, y por lo que se ha visto no todos han sido detenidos como el comando de la T4.

Hacen bien los vecinos en no hablar, incluso en mostrar sus simpatías abertzales, sacar tonillo euskaldun el que no lo sea. Lo normal, que luego entre ellos se arreglan y los que pagamos los platos rotos somos los de siempre.

Porque si es cierto que somos unos emotivos en nuestras reacciones, y sólo se nos nota cuando saltamos, es porque sólo nos dejan participar cuando se nos pide el voto. La política, creen las cúpulas de los partidos que es su monopolio, y tratan a la sociedad como súbditos bajo el Antiguo Régimen. Es cierto que la democracia actual es representativa, pero los partidos han sabido trasladar el desafuero mental hispánico a la actualidad, la creencia demostrada con hechos durante nuestras dos cortas republicas de que la democracia significa acracia, salvo el orden férreo que impongan los partidos. Por eso no hay que extrañarse de la enorme dificultad que poseen los diferentes poderes, contrapoderes, que erige toda democracia que se precie. A excepción del poder ejecutivo, fortalecido y cada vez atufando más a culto a la personalidad de una forma llamativa, desde donde surge todo el poder piramidal a las diferentes instancias del partido (sin duda alguna parasitando al Estado), con la simple posibilidad de crítica o incluso contradicción desde algún potente feudo territorial. El legislativo en España es un corralito de diputados disciplinadamente sujetos a la dirección de cada partido, donde la matización en la opinión y en el voto personal frente al grupo ha desaparecido del comportamiento. El que disiente en una cuestión acaba abandonando el escaño, por mucho que la Constitución señale que el mandato es personal y no imperativo, por el contrario, la fidelidad al colectivo debe ser total. Y el poder judicial está sometido al juego de los partidos, especialmente al partido que ostenta el poder. Del llamado cuarto poder más vale no hablar, pues funcionan los mass media como correas de transmisión, salvo alguna rara y muy extraña excepción. La dependencia en España del poder de los partidos es demasiado evidente.

Quizás porque no hayan cargos de designación por otras instituciones que no sean los partidos. No existen designaciones del rey, o del presidente de la república, como en el Reino Unido o la República francesa, o por universidades o corporaciones de diferente índole, aquí el monopolio del control por parte de los partidos es total. Y si el procedimiento de elección de todo cargo por los partidos se pensó en los balbuceos democráticos era garantía de democratización de los aparatos anteriormente controlados por grupos procedentes de la dictadura, quizás por este procedimiento tan contrario, estemos facilitando la presencia del partidismo político, que no de la política, en toda institución, favoreciendo con ello mecanismos de reproducción del totalitarismo.

En el fondo la gente es emotiva porque se le priva de elementos educativos en primer lugar, pero luego de información. Después, cuando hay cierto margen de libre expresión nos salimos de nuestras reprimidas composturas y nos ponemos a quemar conventos, algo hay que hacer y a alguien hay que echarle la culpa de nuestros males como desafortunada víctima propiciatoria de nuestras frustraciones. Pero si a la postre el sistema nos ha tratado como súbditos, que no ciudadanos, no es de extrañar que cuando nos llamen a tomar decisiones, en un ambiente apasionado como es el electoral, nos dejemos llevar por todo menos por la reflexión y actuemos como en las jacqueries medievales. Es nuestro especial sometimiento al poder político el que nos ha hecho emotivos, no lo somos por naturaleza, existen cultos españoles, como el conde de Romanones o Alcalá Galeano, con la sorna y el comentario tranquilo digno de un británico.

En este sentido si no hay héroes en Mondragón que diga lo que piensa, si es que a estas alturas de la presión que la violencia ejerce sobre nuestro consciente e inconsciente, le permite decir algo propio y condenatorio de la barbarie terrorista, no crea que va a ser muy reflexivo, será casi un infundio. Pero reflexionar sobre el hecho, eso queda para seres muy zarandeados por la realidad o de profunda preocupación y sensibilidad intelectual. Al final la gente no dice nada porque todavía estamos viendo que, como durante el Absolutismo y el Imperio, este Estado es muy bastardo, y nos manda que nos juguemos el tipo y él no hace nada. Por eso el saber popular es muy proclive a pensar en la bondad de negociar con terroristas, al fin y al cabo, el Estado nunca nos ha servido más que para que nos opriman, y que así vivamos en paz sin descubrir que si el Estado es un bastardo es a unos asesinos, que no van a dejar de serlo, a los que les van a dar unos poderes políticos para que sigan haciendo lo que saben hacer, pero quizás hasta legalmente en el futuro. Si negocia y se les da lo que piden se quedarán tranquilos. Vana esperanza de estúpido.

Y es que si un estado juega con el mito de la polis, de la nación, de la familia, de la ley, el honor de los muertos caídos en su defensa, del derecho a la justicia, por solucionar el problema del terrorismo con unos delincuentes no sabe que se está introduciendo en el terreno sacrílego de atentar él mismo contra el mito, el que controla las pasiones del ciudadano en su consciente e inconsciente. Y al tocarlo, aunque sólo sea en la posibilidad de premiar a unos asesinos, está desatando el caos y la tragedia fuera de control en muchos ciudadanos de repente sumidos en el desamparo. La profunda tragedia y desconsuelo del sheriff Cane en “Solo ante el Peligro”, cuando todos, hasta el juez, le dejan sólo. Y él sabe que huyendo no se resuelve el problema, que vienen a matarle y no hay concesión que les convenza de no hacerlo. El tema es de Aritoteles en el tratamiento de la tragedia: en su “Poética”: no hay que tocar el mito, porque el orden cae en el caos.

Que no vuelva, el que dirige la obra, a tocar el mito pues en vez de solucionar el tema del terrorismo acabará limpiando de ciudadanos la polis. Como en Mondragón.

Eduardo Uriarte, BASTAYA.ORG, 18/3/2008