Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Siempre he pensado –fíjese que retorcido soy–, que el verdadero mérito de la subida del SMI recae en quienes lo pagan mucho más que en quienes lo decretan. Al final, para éstos solo se trata de manosear el BOE, mientras que aquellos están obligados a generar los ingresos necesarios para pagarlos. El último informe de Cepyme nos muestra de manera bien clara los problemas que aparecen adjuntos a las subidas. Desde 2016, el SMI ha crecido un 64,6%, lo que arrastra a los salarios inmediatamente superiores y eleva las cotizaciones sociales inherentes a esas subidas. De eso casi nadie se acuerda cuando se analizan sus efectos.
Otro motivo de preocupación es la relación entre el salario y la productividad. En general, todos conocemos con precisión lo que recibimos, un cálculo que acostumbramos a minimizar, mientras que solemos pasar por alto el cálculo de lo que aportamos, que además solemos exagerar. Pues en ese mismo periodo de tiempo, la productividad se ha reducido un 3,6%. Una situación que no es sostenible. Como ninguno estamos dispuestos a tolerar la mínima merma de salario, todos debemos esforzarnos por que nuestro trabajo sea más productivo cada día. Un esfuerzo que recae sobre los hombros de trabajadores (formación y esfuerzo) y empresarios (estrategia e inversión).
Algo de todo esto debería estar en la mente de la vicepresidenta primera, Nadia Calviño, cuando mostraba su preocupación y reclamaba prudencia ante la última subida del SMI. Un pulso que perdió ante la necesidad de dar respiro a sus colegas de Podemos, acorralados por los efectos del esperpento de la ley del ‘solo sí es sí’.
¿Ha sido imprudente la subida? Depende de la posición desde la que se la juzgue. Si se trata de cobrarlo, ha sido una subida timorata. Si se trata de pagarlo, es una cantidad peligrosa porque arrastra a otros conceptos de los costes laborales en un momento de dudas e incertidumbres.
El estudio de Cepyme aporta luz sobre las causas de esta situación y entre ellas destaca el tamaño minúsculo de nuestras empresas, mucho menor que el habitual en nuestro entorno europeo. El tamaño aquí sí que importa. En especial a la hora de incorporar talento, de aplicar el I+D y de acometer una necesaria presencia internacional. Este es un problema tradicional que han de resolver los empresarios. El Gobierno tiene que facilitar y no entorpecer el crecimiento de las empresas, pero nada se hará sin el convencimiento de su necesidad y la voluntad decidida de los empresarios.