Hay bodas de todos los tipos. Las de Sangre, de nuestro Federico, dramáticas, terriblemente actuales por cainitas; las de Caná son milagrosas, óptimas para los amantes del vino puesto que Nuestro Señor Jesucristo transformó seis tinajas de agua en un caldo, según el Evangelio de Juan, de calidad notable. Para los amantes de Juego de Tronos está la tremenda Boda Roja, para epulones y cervantinos ahí tienen las de Camacho, Creso manchego que aparece en la segunda parte del Quijote. Hay bodas líricas como la celebérrima Le nozze di Fígaro, con la música de Mozart y el ingenioso invento argumentístico basado en la obra de Beumarchais. Resumiendo, hay infinitas formas de afrontar el himeneo, pero siempre se requiere una condición inapelable, a saber, que haya dos personas dispuestas a contraerlo.
Casado, que debe elegir pareja con quien compartir cama política, se halla en un dilema espantoso y uno empieza a sospechar que, de seguir así, va a quedarse para vestir santos. Por un lado tiene como futuro novio o novia o novie – le pido humildemente perdón por el símil, Don Santiago – a VOX. Es el matrimonio que todos esperan, el lógico, el cabal, el necesario y, por qué no decirlo, el que desea ver la ciudadanía, harta ya de tanto poliamor, progenitor uno y progenitor dos, matrias y demás defecaciones intelectuales sin más propósito que pretender ser revolucionarios siendo tan solo decadentes y estrafalarios. Ah, pero Casado duda. Está el asunto de la dote y de ver quién aporta más al matrimonio, lógico, aunque de fácil solución. Sería cosa de sentarse ambas familias y razonar qué aporta cada uno de los contrayentes. Si dejasen a la señora Ayuso y a la señora Olona o a la señora Monasterio tomarse un café y charlar, lo arreglaban en menos que escupe un hueso de aceituna García Egea.
Pero hete aquí que, cuando todo sugería que se iban a dar el sí Casado y Abascal alguien ha pronunciado las temibles palabras de “Y si alguien entre los presentes tuviese algo que decir que hable ahora o calle para siempre”. Entonces, ¡oh, horror de los horrores!, se ha levantado Sánchez y ha gritado “De eso nada, Casado es mío y, o rompe esta boda o no hay nupcias que valgan”. Sánchez, que se ha encamado con golpistas, comunistas, etarras, en fin, lo mejor de cada casa, vetando una boda. Lo que hay que ver.
Y Casado, presa de pánico escénico, ha dicho lo mismo que la copla: “¿De tu boda, qué? De mi boda, ná. ¿Pues no dicen qué? Dicen, pero cá”. Y ahí tienen a Mañueco, que llevaba las arras dispuesto a todo, mesándose los pelos, a VOX renegando de una boda en la que le tocaría pagar el gasto sin derecho a ser más que la otra, que a nadie tiene derecho porque no tiene un anillo con una fecha por dentro, y a Sánchez y su banda exultantes al comprobar la flojera de Casado, que sigue instalado en el marco mental que la pseudo izquierda ha metido con martillo y escoplo en la clase política. Nada, que es de extrema derecha, dice Casado, que a mi no me manda nadie y que exploraremos todas las vías. Uno recuerda aquellos versos del gran Tip, el genio del surrealismo humorístico, al que mi admirado Alfonso Usía cita en su imprescindible libro “Coñones del Reino de España” y que, hablando de bodas, dice “En la boda de Senén hubo pastas, dulces, frutas, maricones y hasta putas, ¡en fin, que estuvo muy bien!”. Pero Casado prefiere explorar.
Explora, hijo mío, explora, pero mucho me temo que te han dejado compuesto y sin novio. Que, con tu apellido, ya es decir.