MIQUEL ESCUDERO-EL CORREO

Estar en la Cochinchina (o en la Conchinchina, una deformación) viene a significar estar ‘lejísimo de aquí’. Se trata de una histórica región integrada en Vietnam del Sur, su capital era Saigón; hoy denominada oficialmente Ciudad Ho Chi Minh. Muchos de sus habitantes son jemeres, miembros de la etnia mayoritaria en Camboya, país limítrofe y que se independizó de Francia en 1954.

En 1970, un golpe de Estado bien visto por EE UU derrocó la monarquía y estableció una república. No tardó en rebelarse y crecer potente el Partido Comunista de Kampuchea, conocido como los Jemeres Rojos. Éstos lograron implantar en 1975, meses antes de que muriera Franco, un nuevo régimen, enormemente sanguinario. Le cambiaron el nombre al país, pasó a ser Kampuchea Democrática, y proclamaron el año cero de una nueva era. Para reducir a cenizas lo anterior, quemaron el dinero en papel moneda y volaron el Banco Central. Desplazaron a los tres millones de habitantes de la capital, Phnom Penh, e impusieron un control absoluto de cualquier relación, de modo que todos desconfiaban de todos.

Destruyeron todo aparato eléctrico (menos los usados para controlar y comunicarse entre sí, por supuesto). Gustaban de fotografiar su horror para dejar constancia de cómo desolaban y cuánto mataban; calaveras amontonadas. Alentaron sin cesar la desesperanza y la dureza más atroz: «Perderte no es una pérdida y conservarte no tiene ningún valor». «Sólo un corazón sin sentimiento ni tolerancia puede tener una posición resuelta en la lucha». En enero de 1979 los vietnamitas los echaron.

Las pesadillas demenciales deben siempre prevenirse, con firmeza y sin paranoia.