Al revés de lo que viene a pasar en las finales de la Copa del Rey de Fútbol, los pitidos y abucheos, que los hubo, no fueron para el Jefe del Estado, sino para el presidente del Gobierno. También hubo peticiones de dimisión. El doctor Sánchez trató de cubrirse  con Don Felipe, pero no coló. Cada vez que la megafonía anunciaba su nombre el personal se ponía tarasca.

A uno no le gustan estas demostraciones, ni en la final de Copa, ni en la Fiesta Nacional, aunque en esta última hay circunstancias atenuantes, pero me llama la atención que la mayoría de los críticos a lo de ayer suelen defender que los abucheos al patrocinador de la Copa eran libertad de expresión. El presidente del Gobierno, lejos de patrocinar nada, ha basado su poder en el apoyo de quienes quieren destruir España. En segundo lugar, ha hurtado su persona a la rendición de cuentas en el Parlamento. Pero hay más. ¿Cómo podría recibir Madrid a un gobernante que acaba de anunciar su propósito de descapitalizarla? Ha menospreciado el tirón de lo local, aunque sea la capital por antonomasia y esto contradice la españolidad más arraigada, recordemos a aquel ilustre cacique granadino, Natalio Rivas, eterno diputado en Cortes, a quien le gritó un paisano suyo  en un mitin en Órgiva: “Natalio, colócanos a tós”.

Ahora estas cosas se hacen de manera menos vistosa, por la vía presupuestaria. Así, Carmen Calvo se ha llevado a Córdoba, su tierra, una base logística del Ejército de Tierra que en principio iba a ir para Jaén. Zapatero, un maestro, convirtió en divisa: “León ya ha ganado su futuro”. Ahí estaba su ampliación del aeropuerto (un vuelo diario) como prueba, la modernización del sistema de regadío, que en la provincia suponía la mitad de lo invertido en toda España y el Instituto Nacional de Tecnologías de la Comunicación.

Y va Sánchez, que es de Madrid, y se anuncia quitándole la capitalidad. Su portavoz, Isabel Rodríguez, que políticamente es muy mona, parece limpia y vocaliza mucho mejor que sus predecesoras, fue, y en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros del lunes, explicó sus razones: “Queremos hacer más grande a España. Se trata de compartir país, de compartir Estado”. Qué desconocimiento. ¿Sabrá esta criatura que los presidentes autonómicos, no ya Aragonès, incluso Torra, son los representantes ordinarios del Estado en Cataluña? (Artículo 6º del Estatut). Y el lehendakari Urkullu reivindicó personalmente esa condición en su discurso de toma de posesión hace 13 meses. Además de portavoz, la tierna Isabel es ministra de Política Territorial, no digo más.

Quizá para darle gusto podríamos llevar la Presidencia del Gobierno a las Bárdenas Reales, la España vaciada y ecológica, 42.000 hectáreas de parque natural y reserva de la biosfera, que el doctor es pura sensibilidad medioambiental, aunque se nos iba a poner en un pico la pista de despegue y aterrizaje del Falcon. Y si hay que llevar Gobierno a Cataluña y Euskadi, que lleve Defensa a Gerona e Interior a Hernani. No todo va ir a Barcelona y Bilbao. Pero volvamos a la causa principal que motiva su rechazo y su agorafobia. Son apoyos peligrosos. Pedro Sánchez no ha seguido la sabia advertencia que le hacía Talleyrand, un cabrón a rayas pero muy listo, al mismísimo Napoleón: “Con las bayonetas se puede hacer de todo, Majestad, menos sentarse sobre ellas”.