ENCAJE DE BOLILLOS

  • IGNACIO CAMACHO

 

Los magistrados del TC han hecho una filigrana jurídica de diseño para construir puentes sobre un río revuelto

INGENIERÍA jurídica. Los magistrados del Constitucional han hecho una filigrana de diseño para construir puentes sobre un río revuelto. Las aguas las había agitado el presidente del Parlamento catalán en sumisa complicidad con Puigdemont, y el Gobierno se lanzó a ellas a ciegas, obnubilado por un ataque de nervios. El recurso preventivo contra el pleno de investidura, descartado pocos días antes por Rajoy en Onda Cero, era una medida a la desesperada que ponía a prueba los límites del Derecho. Pero si en cualquier litigio de política convencional una sentencia en contra representa un revolcón del Gabinete, en el conflicto catalán supone un fracaso del Estado entero. Para eludirlo, los miembros del Alto Tribunal han tenido que echar mano de todos sus recursos de expertos. Se han ganado el sueldo; tras ocho horas de debate no sólo han evitado que los independentistas saboteen las instituciones desde dentro sino que han logrado preservar su propia unanimidad con un dictamen de consenso.

El fallo del TC es un paradigma de arbitraje creativo. Un encaje de bolillos para evitar que el nacionalismo agrandase su delirio. La investidura delegada o a distancia es un sindiós, un despropósito, un desvarío, pero jurídicamente estaba, o lo parecía, en el vacío legal de un supuesto imprevisto. Un limbo. La solución encontrada impide a Puigdemont aprovecharse de la ambigüedad de la letra de la norma para retorcer su espíritu. Le cierra todos los resquicios: o acepta presentarse ante el juez, y con seguridad ir a la cárcel, o tendrá que continuar huido. Ni desaira al Consejo de Estado ni otorga al Gabinete la solicitada del pleno pero evita sus efectos nocivos y, sobre todo, salva el riesgo de que las garantías de la Constitución sirviesen para dejarla inerme ante sus enemigos.

Los nacionalistas tienden a olvidar que el Estado no consiste sólo en el Gobierno. Que existen otras instituciones –la Corona, los tribunales, los partidos, el Congreso– con energía y determinación suficientes para afrontar su reto. Se han acostumbrado a impostar lealtad a unas normas que luego ha ido pacientemente subvirtiendo. Han desoído sentencias desfavorables, han tergiversado las favorables y por último han tratado de construir su propio ordenamiento, bien mediante la desobediencia abierta, como en otoño, bien tratando de explotar ciertas lagunas legales para refugiarse en ellas como si fuesen agujeros negros. La candidatura telemática era algo más que eso: se trataba de una nueva humillación, una burla, un flagrante desprecio. No podrá ser porque el Constitucional ha parado el golpe a base de estrujarse el cerebro. La Moncloa rozó el descalabro con una iniciativa poco madurada, improvisada a destiempo; durante 24 horas de zozobra y de choque de legitimidades hubo peligro de gol en propia puerta pero el portero, que para eso está, ha reaccionado con reflejos.