JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-EL CORREO

Los resultados electorales que prevé el sondeo que hoy publica este diario dibujan una sociedad tan satisfecha y autocomplaciente como conformista y resignada

Leída la encuesta que viene publicando este periódico, no sé qué puedo decirles que ustedes ya no sepan. Y es que la imagen que refleja coincide, rasgo a rasgo, con la que ustedes y yo nos habíamos hecho de nosotros mismos. Basta con mirar un poco a nuestro derredor, y hacer otro tanto de introspección, para comprobar la exactitud del dibujo que presenta de nuestra sociedad. Satisfecha y autocomplaciente; conformista y resignada. Confiesa que vive bien o muy bien; cree que, en la pandemia, lo ha hecho mejor que las demás; apoya, cómo no, el ingreso mínimo vital y aplaude, por supuesto, el aumento de la carga impositiva para pagarlo; está contenta con Osakidetza y la cree preparada para una nueva embestida del virus; no tiene interés en renovar el Estatuto y se daría por satisfecha con que se cumpliera; y hasta le da un generoso aprobado a la gestión de la política. Una sociedad, en suma, políticamente correcta, homologable a las acomodadas socialdemocracias del entorno. Encantada, en fin, de haberse conocido.

Con tal sociedad, poco cabe decir para justificar los resultados que el sondeo ofrece de las próximas elecciones. Se explican por sí mismos. Reflejan, en efecto, la satisfecha y conformista imagen que nuestra sociedad ofrece. Y es que, escaño arriba, escaño abajo, nada cambia en sustancia. Ni los mismos protagonistas se habrán llevado sorpresa ni visto defraudadas sus expectativas. Si acaso, un par de detalles podrían demandar comentario. Merece destacarse, por ejemplo, aun cuando no sorprenda, la debacle que se augura a un PP, que, en alianza con Cs, habría perdido casi la mitad de su representación. No sorprende, digo, porque no otra cosa cabía haber esperado tras el derrocamiento de su natural candidato, la exhumación de un sustituto que se suponía políticamente sepultado y el acuerdo con el partido que, a excepción de Vox, más esmero ha puesto en hacerse odioso, con su insistente discurso uniformizador, a la inmensa mayoría del electorado vasco. Lo sorprendente sería que, de resultar así las cosas, el inductor de tan nefastas iniciativas no se diera por enterado.

Tampoco la anunciada caída, que no derrumbe, de Elkarrekin Podemos puede considerarse sorpresa. Si ya la desconcertante deriva de su partido nodriza invitaba a la baja de adeptos, los nunca explicados -quizá por inexplicables- cambios que vienen produciéndose, desde sus orígenes, tanto en el liderazgo como en las candidaturas del partido en Euskadi no eran el mejor muro para contener la fuga de un electorado que tan prometedor surgió hace cuatro años. Ni habrá tampoco ayudado a su fidelización la machacona matraca de una candidata que se ha pasado la campaña mendigando una alianza de izquierda que, en la sociedad descrita, pocos desean y en la que aún menos creen.

Lo demás -subidas más o menos acentuadas de PNV, EH Bildu y PSE- se explicaría, más que por atractivo propio, por deserciones ajenas. Los traspasos entre perdedores y ganadores responden a un reparto equitativo, prueba del conformismo y la resignación de una sociedad que prefiere el statu quo al cambio. Este gusto por la quietud habrá crecido además abonado por la incertidumbre del actual estado de cosas, así como por el recuerdo del reciente pasado aventurero. El caso es que el electorado se decanta, no ya por la continuidad, sino por el permanente apalancamiento, premiando el acuerdo entre nacionalistas y socialistas con la mayoría que antes le había negado y permitiéndole continuar con su política de pragmática autocomplacencia.

Todo muy propicio para la estabilidad y la seguridad que los tiempos requieren. Pero arriesgado también, de cara al futuro, por lo que supone de estancamiento en un resignado ‘es-lo-que-hay’. Si el cambio por el cambio no es actitud merecedora de aplauso, tampoco lo es la que asume como opción la continuidad por la continuidad. Su riesgo consiste en acabar creyéndose que seguridad y estabilidad son sinónimos de inmovilismo y conformismo. Por contra, alternancia y alternativa, aunque tampoco sean sinónimos, sí son términos asociados. Y, si la alternancia queda excluida de por vida, también las políticas alternativas se anulan, corriéndose un riesgo que la democracia no debe permitirse: el de un aburrimiento que dé paso a la desafección y, en último término, a la defección de la ciudadanía.