Ignacio Varela-El Confidencial
- La nueva gama de productos llamada a revolucionar el mercado político no ha hecho aún acto de presencia; por tanto, no está —no puede estar— en la mente de quienes responden la pregunta sobre su intención actual de voto
En esta como en todas las encuestas serias, la estimación de voto nace fundamentalmente de la respuesta que se obtiene cuando se pregunta a los entrevistados algo así como: si las elecciones (generales, en este caso) se celebraran mañana, ¿a qué partido votaría? No digo que la estimación que se ofrece al público refleje mecánicamente el resultado de esa pregunta (si fuera así, sobrarían el resto del cuestionario y los analistas), pero esa es la materia prima imprescindible, la harina del pan o el huevo de la tortilla.
Naturalmente, los entrevistados suelen responder sobre el mapa de las fuerzas políticas presentes en ese momento, no sobre candidaturas hipotéticas ni sobre futuribles. A diferencia de columnistas y tertulianos, los votantes solo incorporan a una formación entre sus eventuales opciones de voto cuando esta deja de ser una entelequia y adquiere corporeidad.
En las elecciones europeas de 2014, emergió Podemos y allí empezó a cambiar lo que los politólogos llaman ‘el sistema de partidos’. Poco después, la irrupción de Ciudadanos en toda España completó la nueva parrilla. El marco se mantuvo así hasta que las elecciones andaluzas de 2018 anticiparon la eclosión de Vox como actor relevante. Finalmente, la escisión de Errejón intentó ofrecer una tercera vía a los votantes de la izquierda, con más empeño que fortuna fuera de Madrid.
Todos intuimos que el sistema de partidos del anterior ciclo político está a punto de devenir obsoleto. Se ve venir la desaparición virtual de algunos de sus protagonistas, como Ciudadanos y el Podemos que creó Pablo Iglesias (de hecho, sus dos líderes están ya en el retiro). Sigue siendo una incógnita el volumen que finalmente alcanzará Vox, cuyo suelo electoral parece bastante asentado, pero su techo es un albur. Y se aguarda con expectación la aparición en el escenario de dos nuevos actores: una miríada de candidaturas provincialistas en la España interior, azuzadas por el éxito de Teruel Existe (nunca 20.000 votos en una sola circunscripción dieron para tanto), y la criatura que finalmente resulte de la voladura controlada de Unidas Podemos, presuntamente pilotada por Yolanda Díaz.
Todos tenemos la convicción de que el próximo Congreso de los Diputados será muy distinto del que salió de la infausta repetición electoral de noviembre de 2019. Sospechamos que progresará la cantonalización de la política española, abriéndose un juego infernal de acuerdos y alianzas a cien bandas, difícilmente compatible con la estabilidad y con la articulación de políticas nacionales coherentes. Barrenada definitivamente cualquier vía sensata de concertación en el espacio de la centralidad, PSOE y PP quedarán aún más atrapados por sus respectivos aliados destituyentes. Las fuerzas nacionalistas más o menos institucionales de Cataluña y el País Vasco verán su hegemonía amenazada por sus rivales más radicales y, además, tendrán que acostumbrarse a compartir el pastel del ‘todo para mi pueblo’ con las nuevas formaciones mesetarias.
Me pregunto cómo se comería una mayoría sanchista en la que ERC y Bildu convivan con León Ruge, Soria ¡Ya!, Más Ávila, Burgos Enraiza o como diablos termine llamándose esa Cosa urdida para utilizar el pavoroso problema de la despoblación como instrumento de chantaje localista sobre un poder famélico. O cómo haría coexistir Casado la fiesta del cantonalismo disgregador con Ortega Smith en el Ministerio del Interior.
En el otro lado, está por ver si el nuevo invento providencial-populista de las ‘Conversaciones de Yolanda con el Pueblo’ desemboca en un gatillazo que haga trizas la izquierda o en una segunda opa hostil al PSOE, apoyada esta vez en las cúpulas sindicales.
De momento, no hay encuesta que pueda despejar todas esas incógnitas. Simplemente, porque la nueva gama de productos llamada a revolucionar el mercado político no ha hecho aún acto de presencia; por tanto, no está —no puede estar— en la mente de quienes responden la pregunta sobre su intención actual de voto. Pueden elaborarse estudios de gabinete sobre su posible impacto electoral y sobre el juego político posterior (he visto algunos realmente sofisticados y valiosos). Pero no puede pretenderse que eso salga de una encuesta convencional.
Creo que no habrá que esperar a las elecciones generales —salvo que se anticipen— para que el panorama se vaya aclarando. El dominó electoral que ha preparado Pablo Casado para minar las posiciones sanchistas y blindar las suyas dará ya unas cuantas pistas sobre los contornos del nuevo mapa que se está gestando.
En las elecciones de febrero en Castilla y León, asistiremos al debut de la España Vaciada. Si esa fórmula pincha en su territorio más natural, el experimento quedará herido de muerte de saque. Pero si triunfa, puede empezar a cambiar todo el escenario político.
Un puñado de procuradores de la España Vaciada en las Cortes regionales haría imposible la mayoría absoluta con la que sueña el PP; pero a la vez, Mañueco dispondría de una posible línea alternativa de pactos de gobierno que afloje el dogal de Vox. Trasladado al escenario nacional: una representación nutrida de la España Vaciada en el Congreso —pongamos entre 10 y 15 diputados— golpearía aún más a los dos grandes (¿qué pasa si PP y PSOE quedan por debajo de 100 escaños?) y obligaría a reformular la naturaleza de las relaciones de Sánchez y de Casado con sus actuales compañeros de viaje.
En Andalucía, se juega casi todo. Para la izquierda, el desafío es existencial: no hay posibilidad de que el PSOE gane las elecciones en España sin ganar en Andalucía. Y no hay posibilidad de que el artilugio de Yolanda Díaz adquiera consistencia a nivel nacional si no tiene un sólido anclaje electoral en el sur. Pero ni Juan Espadas parece estar en condiciones de aproximarse siquiera al resultado de Susana Díaz, ni Yolanda parece dispuesta por ahora a meterse en el intrincado avispero de la izquierda de la izquierda andaluza, que Isabel Morillo ha descrito brillantemente en este periódico.
Andalucía ofrecerá también un anticipo de la futura relación de fuerzas entre el PP y Vox. Moreno Bonilla puede ganar como Ayuso, y eso dejaría un escenario abierto, o puede quedar atrapado en un 60-40 con Vox (como está Casado a nivel nacional), y ello preludiaría una entrada masiva de Vox en los gobiernos del PP (o del PP en algunos de Vox), con las trompetas de la emergencia antifascista llamando a filas al otro lado de la trinchera y el bibloquismo rampante terminando de destrozar el país.
Todo esto empezó con un ‘noesno’ irresponsable y tiene pinta de terminar en un ¡viva Cartagena! inmanejable. Mientras tanto, las encuestas permanecen a la espera. En la foto fija que pueden ofrecer, ni serán todos los que hoy están ni estarán todos los que hoy son.