Lo último que le faltaba a Pablo Casado era dar positivo por Covid. Bueno, en realidad le faltan más cosas; este hombre ha demostrado una capacidad extraordinaria para disfrazar de error cualquier decisión, aunque sea un acierto básico. A mí me parece, por ejemplo, que acertaba el hombre al pedir que se reabra el Parlamento en el mes de enero con el fin de poder actuar sobre la luz, el Covid y los fondos europeos. Esto ya se lo había explicado con meridiana claridad su malograda portavoz, Cayetana Álvarez de Toledo: “Un Parlamento no se cierra ni en caso de guerra. La democracia no se pone en cuarentena nunca”. Esto fue poco antes de que humillara dialécticamente al hijo del frapero, Pablo Iglesias Turrión en mayo de 2020, tres meses antes de ser destituida como portavoz del Grupo Popular en el Congreso.
Alguna vez he sostenido que nuestra vida política tiene una deuda contraída con tres mujeres que acertaron a poner en su sitio al botarate fundador, cuatro si contamos el viaje de la diputada canaria Ana Oramas en marzo de 2018 cuando le afeó “ese tonito machista que usa con periodistas y políticas”. Luego vino Cayetana al afearle: “usted es el hijo de un terrorista. A esa aristocracia perteneces usted; a la del crimen político”.
Luego fue Rocío Monasterio la que lo expulsó de un debate electoral en la cadena SER después de negar la veracidad de las balas amenazadoras en abril se 2021. Y finalmente Isabel Díaz Ayuso terminó echándole de la vida política después del legendario 4 de mayo.
Antes, en octubre de 2020, Casado había cometido un error estratégico con su enfrentamiento a Santiago Abascal en la moción de censura que Vox había planteado contra Pedro Sánchez. Nadie habría reprochado a Casado una abstención, pero él patinó cientos de metros al acusar a Abascal de chapotear en la sangre de las víctimas. ¡Al partido de Ortega Lara! Una acusación semejante llevaba consigo una ruptura obligada entre los dos partidos de la derecha.
Los errores de la pareja Casado- Gª Egea no se acabaron ahí, salvo que el principal adversario del PP sea la presidenta de la Comunidad de Madrid y su último objetivo sea una alianza contra Vox, el partido de la ultraderecha, sin reparar en que la ultraderecha o la derecha extrema eran ellos durante el zapaterismo. Todas las encuestas se han repetido con admirable tenacidad. Si Pablo Casado quiere sustituir a Sánchez en el inquilinato de la Moncloa va a tener que llegar a un acuerdo con Abascal, que mejora en porcentaje de votos y en número de diputados a costa del PP. La encuesta de Sigma-2 también señala que el PSOE va a perder una cuarta parte de sus votos y que Ciudadanos se volatiliza.
Hasta aquí todo normal. La gran esperanza popular sigue por la vereda de las comunidades autónomas. Primero, Madrid y ahora Castilla y León, donde Alfonso Mañueco, quién lo iba a decir, tiene unas magníficas expectativas para las elecciones de febrero. La encuesta le pronostica una horquilla entre 37 y 42 escaños, mientras la mayoría absoluta está en 41. El par director está dispuesto a repetir el 4-M de Ayuso, pero con un candidato más pastueño, eso es todo.