IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

En la situación del empleo, lo bueno está en las cifras. Con los datos de fin de año, obtenemos un nuevo récord de afiliación, al superar en 367.734 el número de personas registradas en la Seguridad Social durante la segunda semana del mes de marzo del año 2020 que suponía el récord anterior. Es cierto que la sexta ola de la pandemia presenta una agresividad muy superior en los contagios, pero sensiblemente menor en el número de hospitalizaciones y fallecimientos, lo que ha permitido a las autoridades priorizar el mantenimiento de la actividad económica por encima del riesgo sanitario. Algo que ahora se tolera con normalidad y que antes se proscribía con contundencia. Aún así estamos lejos de lo que era una situación de movilidad normal antes de que apareciese la enfermedad. Por eso las cifras de diciembre no solo son buenas, sino que se acercan a lo milagroso. La afiliación creció en 72.600 personas y el desempleo menguó en 76.800. Todo un éxito que el Gobierno y los sindicatos han considerado como la evidencia de la urgente necesidad de reformar la legislación que lo ha hecho posible. Claro que no hay situación buena que sea susceptible de mejorar. Pero, ahora que lo pienso, tampoco existe la que no pueda empeorar. Murphy ‘dixit’.

Lo feo, lo que no nos permite celebrar los datos con exceso de cohetería y grandilocuencia es el dato de la persistencia de un número elevado de trabajadores con actividad limitada que no cuentan para estas estadísticas: 124.087 asalariados acogidos a los ERTE más 108.178 autónomos con prestación. Con una constatación añadida. Hemos superado los niveles de afiliación precrisis, pero tampoco es que estuviésemos muy contentos entonces, como no lo podemos estar ahora, con más de tres millones de personas en paro, con los que duplicamos los guarismos habituales entre nuestros socios europeos.

Y lo malo, lo que tenemos que analizar despacio y en profundidad son las disfunciones de un mercado como el laboral español, que permite conjugar la existencia de millones de parados con la demanda insatisfecha de sectores que ofrecen empleos que no logran cubrir, en todo el amplio espectro del mundo del trabajo, desde la alta tecnología a la recogida de la fresa, el aceite o la aceituna. Llevamos años mirando hacia otro lado, sin atrevernos a escudriñar las causas que explican tan escandalosa situación que supone un drama social y un abuso presupuestario. Los empresarios ofrecen trabajos y tenemos trabajadores sin empleo. El problema es que la oferta no casa con la demanda. O si lo prefiere, la demanda de trabajo no encaja con la oferta disponible. ¿Por dónde lo arreglamos?