RAÚL LÓPEZ ROMO-EL CORREO

  • La actitud política y social hacia estos rituales inciviles ha cambiado por la labor de las asociaciones de víctimas del terrorismo y otras entidades

Durante más de 30 años, entre 1977 y 2010, el nacionalismo vasco radical recurrió de forma sincronizada a tres instrumentos. En primer lugar, disponía del terrorismo de ETA, que fue la organización matriz y la principal referencia de dicho sector. En segundo término, optó por concurrir a las elecciones a través de HB, el brazo político de ETA. Tercero, sus distintas organizaciones (juvenil, sindical, proamnistía, femenina, etcétera) quedaron configuradas a finales de los 70 y convocaban movilizaciones hasta casi monopolizar el espacio público. Como mostró José Manuel Mata, en la mayoría de los casos (un 48%) se centraban en el apoyo a ETA o a sus presos. El siguiente grupo de protestas las realizaban alrededor de demandas típicas de los movimientos sociales (antinucleares, feministas, de gays y lesbianas, contra el paro, las drogas o la OTAN, un 12%). Los ‘ongi etorris’, es decir, los homenajes a los presos excarcelados, eran el 6% de todas sus movilizaciones. Tenían importancia cuantitativa y, sobre todo, cualitativa.

Los historiadores hemos analizado los aspectos negativos de la identidad colectiva fomentada por la izquierda abertzale: la agresividad, el odio, la violencia. Queda pendiente trabajar más sobre los estímulos positivos que tenían sus militantes. Uno es el sentimiento de formar parte de un colectivo supuestamente antiguo, diferente y unido, por el que merecería la pena luchar (y hasta matar) por su salvación y continuidad; el principal es recibir el reconocimiento de los pares.

Los ‘ongi etorris’ se empezaron a hacer en los inicios de la Transición, cuando la apertura de las oportunidades políticas lo permitió. El primer recibimiento del que hay constancia fue el tributado a Gregorio López Irasuegui, uno de los condenados en el proceso de Burgos de 1970. Tuvo lugar en la estación de tren de Abando de Bilbao en la noche del 2 de octubre de 1976, tras su salida del penal de Puerto de Santa María. Un millar de personas le esperaban con ikurriñas y cantando el Eusko Gudariak.

Una vez conseguida la democracia, los ‘ongi etorris’, organizados ya casi en exclusiva por el nacionalismo vasco radical, siguieron siendo parte del paisaje habitual en Euskadi y Navarra. Desde 1976 hasta prácticamente la actualidad, la mayoría se han celebrado sin interferencias judiciales ni policiales, con la principal excepción de la legislatura de Patxi López como lehendakari y Rodolfo Ares como consejero de Interior del Gobierno vasco (2009-2012). Las variaciones de contenido de dicho ritual incivil han sido escasas. Lo que ha cambiado es la actitud política y social hacia los mismos. Las asociaciones de víctimas del terrorismo y otras entidades (Fundación Fernando Buesa, Gogoan, Elkarbizi…) han hecho una labor de concienciación que ha dado frutos.

En los últimos años el número de ‘ongi etorris’ ha ido disminuyendo. Covite contabilizó 45 en 2017; 38 en 2018; 18 en 2019; 15 en 2020 y cuatro en 2021. El motivo es doble. Primero, ya han salido de la cárcel la mayoría de los condenados por terrorismo. A finales de 2021 quedaban poco más de 200 presos de ETA en España y Francia, cuando llegaron a ser más de 700 entre 2007 y 2011. Segundo, la presión en su contra, cada vez mayor, ha surtido efecto. En noviembre de 2021 el colectivo de presos de ETA publicó un comunicado en el que en adelante pedían ser recibidos de forma discreta, entre allegados, al salir de prisión. En la práctica, en los meses anteriores ya venían haciéndolo así casi siempre. Se trata de una rectificación táctica. Siguen sin mostrar arrepentimiento por 50 años de terrorismo. Es un cambio relevante pero insuficiente.

En todo caso, los ‘ongi etorris’ no desaparecen; dicen que los harán sin eco mediático. Dicho ritual ha estado tan inserto en su cultura durante décadas que los irreductibles no renuncian a recibir con bengalas y vítores al último ex preso, caso de lo ocurrido hace poco con ‘Mortadelo’ en Pamplona, en una muestra de las contradicciones y las reminiscencias del oscuro pasado de ese mundo. Claro que es peor el alarde público, pero no debemos esquivar el debate de fondo: ¿Qué valores transmiten, aunque lo hagan en privado? Además, la presencia de los perpetradores «en nuestras plazas y pueblos» sigue patente vía carteles, pancartas, pintadas… Esta iconografía se despliega de forma a menudo asfixiante en un entorno que es de todos. La convivencia democrática empieza por desterrar cualquier atisbo de legitimación del victimario, ya que, como dice Andoni Unzalu, «aplaudir al violador es aplaudir la violación».