De tanto estirar la cuerda alrededor de su discurso ahora no tienen manera de desenredarla. Ni pacificación, ni reconciliaciones, ni pases de página. Bastó que Puigdemont, cual hombrecillo repelente, les recordara las 6 humillaciones sucesivas a las que sometió a Pedro Sánchez para que de pronto, quien tuviera oídos para oír, se quedara con la sensación de que el Presidente arrogante estaba convertido en un ansioso yonki; necesitaba la dosis de poder que sólo el traficante podía suministrarle. La presentación electoral de Carles Puigdemont en Elna -un punto de la Francia rancia y residual de los Pirineos Orientales que manejan los Insumisos- es un documento excepcional para meterse en el laberinto.
De tan hechos como estamos a las singularidades políticas no sorprende ya que un alegato tan elaborado como el de Puigdemont en Elna haya pasado de refilón con apenas unas líneas de citas inconexas. Que el aparato mediático Moncloa-Ferraz no se diera por aludido se entiende, pero que la oposición conservadora hiciera lo mismo es una prueba de que su escaso talento político lo invierten en defenderse, a la espera de que las estrategias sean como las manzanas que un día se caen de puro marchitarse. ¿No tienen traductores de catalán en la sede de Génova para leer con detenimiento el mitin de Puigdemont del pasado 21 de marzo? Les daría más munición de la que necesitan y les quitaría de encima la costra de décadas de incompetencia y tontuna.
Que el aparato mediático Moncloa-Ferraz no se diera por aludido se entiende, pero que la oposición conservadora hiciera lo mismo es una prueba de que su escaso talento político lo invierten en defenderse
Nadie parece tener interés en describir la batalla catalana de los Fernández, que son tres. La derecha conservadora española se olvida que el primer partido en Cataluña no fue Pujol sino el PSC y que el segundo lo ocupaban ellos hasta que se fueron suicidando a besos y puñadas. La instrumentalización del que hoy es el PP catalán fue obra del presidente Aznar que lo descabezó porque así se lo pidió el president Pujol a cambio del silencio. Lo mismo que había hecho Felipe González unos años antes. Lo que se olvida, y es lo más importante, consistió en que Jordi Pujol no aceptó ni los señuelos de González ni los de Aznar para que alguno de los suyos formara parte del gobierno en Madrid. El virreinato de Pujol tenía aval de Estado, pero en Cataluña ejercía de emperador único. Desterraron a Vidal Quadras por consenso, porque Aznar pese a hablar catalán en la intimidad -aquel chiste de botarate- no sabía nada de Cataluña salvo los diputados que necesitaba.
De haber sabido algo más que chistes sin gracia -el humor está reñido con José María Aznar- se habría dado cuenta que el Vidal Quadras de los 90 del siglo pasado era una amenaza para la hegemonía Convergente: habla un catalán mejor que la mayoría de ellos y les avergonzaba públicamente, pero sobre todo los conocía de cuna, desde que pasaron de mayordomos a caballeros corruptos. Hay que decirlo en su honor, Vidal Quadras aspiró a ser Ciudadanos antes de que se ofreciera el “casting” a Albert Ribera. Lo que devino luego queda fuera de esta historia.
El nombramiento casi póstumo de Alejandro Fernández como candidato del PP en Cataluña es un espejo del PP más que de la realidad catalana. La invención de Josep Piqué fue en su momento un encaje de bisutería sin ambición de joyería. Como si en política se practicara el prueba-error de un laboratorio burocrático; no pasó nada y se clausuraron las probetas de ensayo. Las batallas -mejor batallitas con cerbatana- del PP en Cataluña afectan poco a la política catalana pero la doble paradoja consiste en que siendo el tercer partido en número de votos -más que Esquerra Republicana y Junts- son los otros quienes ejercen de trascendentales para los equilibrios del gobierno central. Bien lo sabe el presidente Sánchez.
Un PP consolidado en Cataluña sería una amenaza para el espíritu de los Fernández, porque los Fernández Unidos no es Alejandro sino el estigma de los hermanos Jorge y Alberto, auténticos manipuladores de ese comercio minorista en que se convirtió el PP catalán. Casualidad que se apelliden Fernández, tan común en toda España por lo demás, y que Alejandro no tenga relación de parentesco con ese par de estrategas sonados cuyos modos y maneras practicaron tan al borde de la legalidad que hasta se la saltaron cuando uno de ellos hizo de ministro de Interior-Gobernación, con imborrables resultados. Dignos representantes de la cantera Mariano Rajoy, del hacer poco y con nefastos efectos. Han estado siempre ahí como una verruga.
Que Alejandro Fernández se negara a cualquier componenda con Junts y Puigdemont removió el lado febril del PP de la calle Génova, tan enfeudado en el espíritu un tanto siniestro de los Hermanos Fernández. Alberto en la alcaldía de Barcelona y Jorge a lo largo de su sinuosa carrera desde gobernador civil con Adolfo Suárez a Polonio en el Hamlet de Rajoy; podía rezar por tu alma, que de tu cuerpo ya se ocupaban los Servicios. Hay que desconfiar siempre de los beatos milagreros que están dispuestos a salvarte de sus infiernos a trompadas con la ley.
Que Alejandro Fernández se negara a cualquier componenda con Junts y Puigdemont removió el lado febril del PP de la calle Génova, tan enfeudado en el espíritu un tanto siniestro de los Hermanos Fernández
De momento Alejandro Fernández ha sobrevivido a la garlopa de la mediocridad del ir tirando y calladito, y tiene razones para sentirse crecido; ganar hoy día a los aparatos guerreros de los partidos, y poder contarlo, es una hazaña. Que se lo pregunten a García Page. En Cataluña se da la particularidad de que un partido conservador sea más crítico con el sistema del oasis devastado del pujolismo que la izquierda radical, que abreva en la charca de la servidumbre hacia el poder. Aquí no hay más Vox que la Alianza Catalana con sede en Ripoll. Una procesión en casa nostra que suma cofrades procedentes de las filas del independentismo irredento.
En Cataluña se da la particularidad de que un partido conservador sea más crítico con el sistema del oasis devastado del pujolismo que la izquierda radical, que abreva en la charca de la servidumbre hacia el poder
La soga de la política catalana está tan enredada que un discurso como el de Puigdemont en Elna debería servir para atar cabos y descartar flecos, porque si bien afecta al futuro del PP en toda España, igualmente desenmascara el relato falaz de Pedro Sánchez y la desescalada, la pacificación y la página que hay que pasar de un relato que no escribieron ellos. La cuestión estriba en que el libro lo tiraron a la papelera y no es posible encontrar ya a qué página se refieren. En esta Semana de Pasión cada cual debe llevar su cruz y sería una estafa al electorado afirmar que no hay cruces ni supuestos redentores. Una cofradía de ateos disfrazados de creyentes en el más allá.