FERNANDO VALLESPÍN-EL PAÍS

  • El lenguaje sirve para entenderse; es más, es el medio natural de la comunicación, no solo del ocultamiento y el engaño. No está de más recordarlo

Las palabras de Cayetana Álvarez de Toledo después del congreso del PP andaluz dan motivos para alguna reflexión. Se las recuerdo: “Están llamando personalismo a la personalidad, y divismo al liderazgo”. Como es lógico, no sentaron bien en su presunto partido. Porque lo que hacía al decir lo que dijo en el contexto en que lo hizo es que Ayuso —y ella misma, supongo— tenían personalidad y capacidad de liderazgo, algo de lo que carecían los líderes del PP. Como ya saben, se armó una buena bronca. Es tan excepcional que los miembros de un partido disientan de sus líderes, que habría que guardarlas en un lugar bien visible en las hemerotecas.

Lo que a mí más me interesa de esta frase, que tuvo el efecto de un dardo directo a la yugular de Casado, es, sin embargo, lo que denota; a saber, la importancia del lenguaje para sembrar cizaña. Ya lo dijo el viejo Tucídides, el enfrentamiento básico y fundamental nace de un uso del lenguaje ajustado exclusivamente a los intereses de la facción de quien habla, rompiéndose así la capacidad para acceder a una común evaluación de la realidad —en este caso, dentro del mismo partido—. No es bueno para el PP que Ayuso pueda ser vista dentro de la organización como una diva personalista por parte de unos o como una líder de gran personalidad por parte de otros. Lo preocupante es que se diga, porque a partir de ese momento —como luego se vio— la disputa interna cobra una corporalidad y consistencia de la que antes carecía.

Algo parecido, aunque con otros matices, está ocurriendo en la disputa lingüística entre nuestros dos grandes bloques. Odón Elorza dijo el otro día en el Congreso que la oposición no es más que un grupo de golpistas y franquistas, y no es el primero que hace este tipo de imputaciones. Previamente, y ya desde hace tiempo, la otra parte venía acusando al Gobierno de filo-etarra por pactar con Bildu y de blanquear el independentismo al hacerlo también con ERC. Ignoro si se han tomado la molestia de pensar en ello, pero si cada cual fuera como lo describe la otra parte, no sé a quién diablos íbamos a votar. Como es obvio, se hace para descalificar al adversario al presentarlo como indigno representante del mal. El problema es que esta vieja estrategia tiene el efecto de anular la posibilidad de poder elegir entre alternativas, algo frente a lo que, con buen criterio, se resiste el ciudadano. Servirá, pues, para dramatizar retóricamente el choque entre los bandos contrarios, que cobra así el pathos de la lucha contra el mal absoluto; o para cohesionar a los bloques respectivos. Dudo que sirva lo más mínimo para cambiar el sentido del voto entre ellos. Lo que de verdad hace daño es lo que vimos en el otro ejemplo —o en las disensiones dentro del Gobierno—, la discordia en su interior.

Con este uso del lenguaje sintonizado a su uso disgregador y crispado se ofrece el combustible perfecto para que prenda el enfrentamiento. Pero representar el conflicto como último y casi exclusivo fin del discurso hace que pierdan fuerza sus otras dimensiones. El lenguaje sirve también para entenderse; es más, es el medio natural de la comunicación, no solo del ocultamiento y el engaño. No está de más recordarlo, aunque a uno se le pone cara de imbécil cada vez que porfía en reiterar estas cosas. Estoy empezando a bajar mi nivel de exigencia, ahora me basta con reclamar que se respete al menos su uso informativo. Que sepamos dónde están en cada una de las cuestiones y que lo argumenten. No hace falta que nos reiteren tanto lo poquísimo que se aman.