Enrique Casas

 

Gregorio San Juan (Bilbao)
Palabras para ser Leídas en la Tumba de Enrique Casas, Asesinado en Euzkadi

Vengo de los orígenes del llanto,
de la olimpíada del terror y el luto,
de coronar la cima del espanto.

De ver de cerca el miedo, el absoluto
desprecio de la vida, las razones
de los caínes vascos, el tributo

de sangre que se cobra a borbotones
la hidra loca de Euzcadi. Se diría
que hay que inmolar a más generaciones;

que no son suficientes todavía
los crímenes recientes. Nos separan
murallas de cadáveres. Un día

los odios que a estas gentes acibaran
la vida ¿detendrán quizá la rueda
de muertos que estos años nos deparan?

¿Cómo escuchar su lamentar? ¿Qué queda
de la Casa del Padre? Sólo escombros
ruinas que al corazón el llanto veda.

Vengo del carnaval de los asombros
y del cinismo y de la mascarada
que soportamos sobre nuestros hombros.

El crimen esta vez no fue en Granada
(¡en su Granada! donde, oscurecida,
la voz de García Lorca fue acallada)
sino en Euzcadi, tierra maldecida
donde la sangre fluye en catarata.
En ésta, que fue Tierra Prometida,

solar de libertad, aquí se mata,
se mata a militares y a paisanos
se asalta, se secuestra y se maltrata.

Todos en él pusisteis vuestras manos,
cómplices del silencio, vacilentos
obispos, respetables ciudadanos.

Esta es la hora mortal de los violentos,
la hora siniestra, la hora sin mañana,
la hora confusa del que siembra vientos.

Llegando aquí, toda cuestión es vana.
Estas muertes el fruto son, podrido,
del árbol que plantó Sabino Arana.

Enrique, tu valor reconocido,
tu fe en la vida, todo fue abortado
por un soplo de muerte sin sentido.

Mira ese panorama desolado,
y mira, pisoteada por el lodo,
la paz por la que tú tanto has luchado.

Estamos otra vez, codo con codo
unidos, lamentando el desenlace
que te arrancó la vida de ese modo.

La España en democracia que renace,
la España en pie de paz y en alegría
no ama la paz del R.I.P.

la paz de estos odiosos victimarios,
la paz del cementerio y los adioses
ofrecida a unos dioses sanguinarios.
¿O son los dioses vascos esos dioses
de la venganza ruin? ¿Aquí no vale
amar la vida? ¿Aquí no vale que oses

parar la construcción del odio? -¡y dale!-
Ein Blut, ein Volk, ein Reich, como diría
Rosenberg, travestido de abertzale.

El odio manda, el odio desafía;
la mística sangrienta de la muerte,
que ha sumido a este pueblo en la agonía.

Pero hay que resistir. Nadie deserte
de esta urgente tarea, de esta herencia
gloriosa que nos ha tocado en suerte.

Llamo a todos los hombres de conciencia,
los que no tengan aún la fe perdida,
los que hayan agotado la paciencia.

Salgan sin miedo a defender la vida,
a apostar por la patria y su futuro,
a salvar a esta tierra envilecida

por la sorda amenaza de lo oscuro,
por el negro alacrán que, solitario,
acecha día y noche tras el muro.

Hablo de ese jayán patibulario,
del comando salvaje que asesina,
del heroico abertnazi mercenario.

Del puñal y la bomba, de la inquina
del gudari, que ceba la metralla
y siembra sangre, lágrimas y ruina.

Hay que hacer �¿eh, Guillén?- una muralla.
De nuevo unir la mano con la mano,
blanca o negra, la mano que no falla.
Adiós por siempre, Enrique, amigo, hermano.
Bajo este viento frío de febrero,
dejo estos versos en el aire vano,

compañero del alma, compañero.
Nunca más triunfen esos paladines
de la muerte y del odio verdadero.

Esa raza maldita de caínes.