Iñaki Ezkerra-El Correo
Que Enrique Múgica ya no sintonizaba con el PSOE oficial es un hecho obvio pero, más allá de la incomodidad que generaba en ese partido del que fue un representante histórico, es también y sobre todo la figura que desvela la inconsistencia, la impostura, la banalidad y las contradicciones de la deriva que ha experimentado el socialismo español en los tres últimos lustros.
Con motivo de la triste noticia de su muerte, la prensa ha recordado estos días un episodio biográfico de Enrique Múgica que refleja de manera elocuente ese distanciamiento con el que fue su partido. El 19 de septiembre de 2006, cuando aún ejercía como Defensor del Pueblo, presentó contra el nuevo Estatuto de Cataluña ante el Tribunal Constitucional un recurso homólogo al que había presentado el Partido Popular un mes y medio antes; el 31 de julio de ese mismo año exactamente. La reacción airada de la izquierda y el nacionalismo catalanes no se hizo esperar. El 17 de octubre, la Mesa del Congreso admitió a trámite una iniciativa parlamentaria suscrita por IU, ERC y los verdes catalanes para reprobar y pedir el cese de Múgica en su cargo. Dicha iniciativa fue rechazada en 2007 por la Comisión Mixta de Relaciones con el Defensor del Pueblo gracias a los votos del PSOE, el PP y CC.
Yendo un poco más lejos del aspecto narrativo, emocional o meramente anecdótico, ese episodio conlleva una ineludible carga de profundidad política. El simple hecho de que el propio PSOE de Zapatero se viera obligado a arropar a Múgica en aquella embarazosa tesitura desmantela por completo ese frágil y manido argumentario del que todavía se vienen sirviendo distintas voces socialistas y por el cual la causa de la deriva secesionista del nacionalismo catalán estaría en la impugnación ante el Tribunal Constitucional de aquel texto estatutario. Si se quiere demonizar a la derecha democrática por haber tomado aquella iniciativa legal; si se le quiere hacer responsable hasta del desafío independentista; si se pretende presentar, como se ha hecho de forma reincidente, aquel recurso de inconstitucionalidad como la causa de todos los males secesionistas, habrá que poner a Múgica en el mismo plano de las responsabilidades. No se puede condenar en unos rivales políticos el mismo hecho que se absuelve simultáneamente en quien interesa presentar como correligionario ideológico. Si, pese a aquél y a otros hipotéticos ‘pecados derechistas’ de Enrique Múgica, tanto el PSOE como el propio Pedro Sánchez coinciden en sendos tuits en reconocerlo como un «gran defensor de la democracia y la libertad», el famoso recurso contra el Estatut no puede ser un argumento que convierta ni a la derecha española ni a nadie que comparta su criterio en «enemigo de la libertad y la democracia», como se sigue pretendiendo de manera recurrente.
Pero el posicionamiento de Múgica frente al Estatut es sólo una parte de su discrepancia de la etapa que se abrió en el PSOE con el zapaterismo y que se ha prolongado con el sanchismo. Su caso, su trayectoria, su ejemplo, son la demostración palpable e incontestable de que es posible ‘otro socialismo’; de que se puede ser de izquierdas sin comulgar con la Ley de Memoria Histórica ni renegar de la Transición; sin abjurar de la Constitución ni del constitucionalismo que unió al PSOE y al PP en la lucha contra el terrorismo y el nacionalismo totalitario; sin ‘olvidar ni perdonar’ a quienes asesinaron a su hermano ni transigir con pactos con los herederos de ETA; sin renunciar al ideario socialdemócrata ni abrazar el populismo eurofóbico; sin apuntarse a la voladura del techo del déficit ni a la demagogia barata en la cuestión de la inmigración; sin jugar a buenista con el integrismo islámico ni tragar con el antisemitismo que se pone la careta progresista…
La personalidad de Enrique Múgica se agranda con su adiós. Desmantela por sí sola todas las concesiones, las incongruencias y los sofismas con los que desde la dirección de Ferraz se ha estigmatizado desde 2004 al disidente. Si por razones tácticas no se atreven a cuestionarlo hoy ni el PSOE en general ni Sánchez en particular es porque esos estigmas que esgrimieron contra toda contestación que viniera de sus propias filas eran igualmente tácticos, vanos y quebradizos. A diferencia de otros grandes referentes de la vieja guardia -Felipe González, Alfonso Guerra, José Luis Corcuera…-, Múgica no hizo polémicas declaraciones en los últimos años. Ni se dedicó a lanzar tuits incendiarios como los de algunos que parecen llevar mal el confinamiento o la fiebre del Covid-19 y no paran quietos. Prefirió actuar a interactuar virtualmente y a destiempo. Dijo e hizo lo que tenía que decir y hacer cuando debía decirlo y hacerlo. No cuando ya estaba retirado sino cuando tenía poder y, por ser fiel a sí mismo, podía perderlo.