Enseñanzas de Carl Schmitt en Barcelona

IÑAKI UNZUETA, EL CORREO 08/01/13

Mientras las enseñanzas totalitarias de Schmitt se marchitan en el constitucionalismo, su dialéctica amigo-enemigo rebrota en los nacionalismos.

ACarl Schmitt (1888-1985) le tocó en suerte vivir los convulsos años de la República de Weimar que desembocaron en la poderosa irrupción del nacionalismo hitleriano. Su obra, profundamente marcada por la crisis institucional y económica de los años veinte, experimentó un giro hacia el ‘Estado autoritario’, proporcionando las balizas teóricas que guiarían el itinerario político-militar del nazismo. La obra de Schmitt presenta varias dimensiones (sociológica, política y jurídica) que uncidas aportaron la fundamentación para los totalitarismos.

Con respecto a sus ideas sobre la sociedad, Schmitt considera que los individuos se encuentran aprisionados en una red de dependencia mutua. Más exactamente, considera el ‘pueblo’ como categoría básica de una red asimétrica de fuerzas en las que unos pueblos están sometidos a otros. Desde esta perspectiva, si, por ejemplo, en la esfera de la moral la distinción última es entre el bien y el mal, y en la económica el lenguaje de los precios distingue entre lo rentable y no rentable, lo social presenta su propia distinción: amigo y enemigo. Dice Schmitt que, «el sentido de la distinción amigo-enemigo es marcar el grado máximo de intensidad de una unión o separación, de una asociación o disociación». El enemigo es el otro, el extraño, al que no hay por qué odiarlo personalmente. La dualidad amigoenemigo supera el nivel psicológico-personal de suerte que son los pueblos los que se agrupan por la distinción amistadenemistad. En un conflicto son las partes las que deciden si la alteridad del extraño niega el propio modo de existencia y por tanto si hay que combatirlo para preservar la propia forma de vida.

Sobre este planteamiento articulado en torno a la dialéctica amigo-enemigo, Schmitt levantó una concepción de lo político que se derivaba de la reconstrucción del Leviatán de Thomas Hobbes. Schmitt, como Hobbes, sostenía que los individuos atomizados se encuentran atenazados por el miedo hasta que en un momento determinado, la luz del entendimiento brilló y dio lugar a un consenso jurídico por el cual quedaron sometidos a la máquina del Estado, que a cambio de obediencia incondicional ofrece paz y seguridad. Sin embargo, el Estado, creación humana, gradualmente se independiza de sus creadores para conducirse por leyes propias que tienen como meta su fortalecimiento y perpetuación. Por ello, en el funcionamiento del Estado, la verdad o la mentira, lo bello o lo feo, lo correcto o lo incorrecto, resulta irrelevante y disfuncional. Una máquina, dirá Schmitt, no es justa o injusta, y al Estado en tanto que máquina lo único que hay que exigirle es funcionalidad.

Sin embargo, Schmitt detecta fisuras en el Leviatán de Hobbes. Si bien, con el planteamiento hobbesiano la potencia exterior del Estado somete al individuo, todavía queda intocada la libertad de conciencia interior, el Estado deja libertad al individuo para creer o no creer. Y fueron precisamente estas grietas las que, a juicio de Schmitt, utilizaron judíos y masones para horadar la médula del Estado. Con la reconstrucción que Schmitt hace del Leviatán de Hobbes, se cerraban las fisuras internas de corrosión del Estado, al tiempo que se abría la puerta para la represión total: la externa y la intrapsíquica que alcanza el alma de la persona.

Finalmente, en relación con los planteamientos jurídico-constitucionales, Schmitt planteaba en 1929 que la labor de guardián de la Constitución no podía recaer en el Tribunal Constitucional como planteaba Kelsen. Schmitt era consciente de los ataques del poder legislativo que politizaban la justicia y la distribución de poderes. La solución se encontraba en el jefe del Estado legitimado por los ciudadanos e independiente de los partidos políticos. Sin embargo, tan sólo dos años después, en 1931, Schmitt proponía ya abiertamente el giro hacia el Estado totalitario: «Si la sociedad se organiza a sí misma como Estado (…) todos los problemas sociales y económicos devienen problemas pertenecientes a las atribuciones directas del Estado». La sociedad que a través de la movilización total (Ernst Jünger) se autoorganiza en el Estado transita hacia el Estado total. Sin embargo, Hitler ni tuvo que recurrir a la fuerza ni precisó desmontar formalmente el orden constitucional, tan sólo tuvo que acogerse a los poderes de excepción que le otorgaban el artículo 48 de la Constitución.

Cuando se hundió el entramado de pactos entre los partidos sustentadores del régimen republicano (pacto con el poder militar para frenar la radicalización izquierdista; con los empresarios y trabajadores sobre el modelo socioeconómico a adoptar y pacto sobre la configuración territorial del poder político) la República de Weimar desapareció. Aunque cabría establecer con reservas ciertos paralelismos con la España actual: crisis económica, problemas constitucionales o auge de los nacionalismos; hoy Schmitt ejerce mucha influencia en Barcelona y ninguna en Madrid. Mientras las enseñanzas totalitarias de Schmitt se marchitan en el constitucionalismo, su dialéctica amigoenemigo rebrota en los nacionalismos. El presidente Mas no comparte las tesis del Estado total de Schmitt, pero el motor de su praxis política es la lucha contra el enemigo. En 1929 Schmitt dio una conferencia en Barcelona en la que en ciernes despuntaban sus ideas sobre la lucha agonal de los pueblos por su conservación. Según Schmitt, la conservación de la esencia de un pueblo exige que todo antagonismo religioso, moral o económico sea transformado en oposición política que agrupe a amigos y a enemigos. Así es como los agravios nacionalistas (laminación del autogobierno, déficit fiscal o menosprecio de la lengua) son convertidos en elementos políticos que señalan un enemigo. Esta concepción prepolítica de un pueblo que para salvar sus esencias mantiene una lucha agonística contra sus enemigos es el legado reaccionario de Schmitt que Mas ha recogido.

IÑAKI UNZUETA, EL CORREO 08/01/13