Enseñanzas hegelianas

JUAN MANUEL DE PRADA – ABC – 20/02/16

Juan Manuel de Prada
Juan Manuel de Prada

· Para que Pablo Iglesias haga las paces con la casta bastará con que le paguen la lista del súper.

Se lo escuchábamos ayer mismo al parroquiano de un bar castizo, cuando anunciaban en el telediario que Obama se disponía a visitar Cuba: –Si los americanos han conseguido entenderse con los Castro… ¿por qué no van a poder entenderse los demócratas con Pablo Iglesias?

Y el parroquiano tenía más razón que un demonio. Durante siglos, la dialéctica se rigió por aquel mandato evangélico: «Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno». Pero esta actitud tan neta y tajante es muy poco democrática; y todo demócrata que se precie se acoge a la dialéctica hegeliana –tesis, antítesis, síntesis–, que nos enseña que es necesario superar las contradicciones para que haya progreso, para que la «racionalidad pura liberadora» que Hegel llama Espíritu (y el Evangelio, más expeditivamente, Maligno) pueda ejercer su soberanía sobre el mundo. El Espíritu, según Hegel, configura la realidad, aun en contradicción con la naturaleza de las cosas, que tiene que acabar acatando el dictado de la razón liberadora. Y, desde ese momento, hablar conforme a la naturaleza de las cosas (diciendo sí o no, como se nos pedía en el Evangelio) se convierte en intransigencia e inmovilismo.

Hegel se regocijaba de la riqueza expresiva de la lengua alemana, que con un mismo verbo –¡ aufheben!– quiere decir a un tiempo anular y conservar. Y en esto consiste la síntesis hegeliana, que parece que está aboliendo tesis y antítesis y en realidad las conserva, sublimadas. Así ocurre con el abrazo de Obama y Castro que pone paz entre capitalismo y comunismo; y que no hace sino conservar (pareciendo que las anula) ambas aberraciones, mediante una síntesis aún más aberrante. Para lograr más plenamente este embeleco, la dialéctica hegeliana requiere el concurso de diablillos que inquieten a las masas ingenuas (como Mefistófeles inquietaba a Fausto, metiéndole prisa), de tal modo que la síntesis que a un tiempo los anula y los conserva les parezca una salvación y un alivio.

Este papel mefistofélico es el que desempeñó a nivel planetario el barbudo Castro; y el que ahora representa a nivel autóctono el coletudo Iglesias. Iglesias nos mete miedo, porque viene a birlarnos la cartera (pero el progreso, que es el vaciado en escayola de la revolución, no se logra por desprendimiento de las carteras, sino por empeño de los carteristas); y entonces aceptamos aliviados una solución de síntesis, que nos birlará el alma sin que nos enteremos.

Por lo demás, contentar a estos diablillos que el Espíritu hegeliano usa a modo de espantajos es más bien sencillo. Pemán ya anticipó hace más de medio siglo que «si en las Antillas se lograra colocar una gigantesca máquina refrigeradora», Fidel Castro haría las paces con los Estados Unidos; y para que Pablo Iglesias haga las paces con la casta bastará con que le paguen la lista del súper, como a su alcalde zaragozano. Y así –¡ aufheben!– los podemonios quedarán absorbidos –anulados y a la vez conservados– en la síntesis que salga de los enjuagues de los pactos poselectorales, como el castrismo ha sido absorbido –¡ aufheben!– en una nueva amalgama con la que el Espíritu hegeliano aspira a ejercer su soberanía sobre el mundo.

Dentro de cien años, hablaremos de izquierdas y derechas, de comunismo y capitalismo, del mismo modo en que hoy hablamos de güelfos y gibelinos. Tal vez se creyeran enemigos irreconciliables; pero, a los ojos de la dialéctica hegeliana, sólo son diablillos intercambiables que favorecen el advenimiento de la racionalidad pura liberadora, el Espíritu hegeliano. Cuando termine de advenir, nos enteraremos de lo que vale un peine.

JUAN MANUEL DE PRADA – ABC – 20/02/16