Eduardo Uriarte-Editores

En política las ensoñaciones en la mayoría de los casos han sido causa de los mayores desastres, pues su uso e intención generalmente consiste en escapar de la realidad. Suelen consistir en crear una fabulación para destruir el presente, y con éste la realidad. Pero el darse de bruces con ella suele acabar en tragedia.

No sé cómo a un miembro de la defensa de los procesados por la declaración de independencia de Cataluña se le ocurrió argumentar, como elemento eximente, que aquello no había sido más que una ensoñación, cuando de hecho, la ensoñación debiera siempre contemplarse como un agravante. Ensoñación de unos jóvenes estudiantes y seminaristas fue el invento de ETA, y no hay más que contemplar el reguero de muerte que ha dejado y las consecuencias políticas que sigue generando para reconocer la brutalidad y la trascendencia de aquella tan cercana ensoñación política. Lo de Hitler también fue una endemoniada ensoñación, no hay más que recordar la enajenación producida en su segundo, Rudolf Hess. La ensoñación en política es lo más peligroso que existe, acerca las masas a parusías y redenciones que creíamos propias del medievo. Por eso, la ideología de la ensoñación, de moda en esta postmodernidad, es profundamente reaccionaria.

A Felipe González, tan denostado por la derecha, le debe ésta, y el sistema de convivencia que nos dimos, el enorme servicio de cargarse las ensoñaciones de la izquierda. Con ello limó su radicalidad y extremismo, apartó las utopías que indefectiblemente conducen al enfrentamiento, confirmó el sistema constitucional y nos proyectó hacia un futuro de bienestar. Significó una ducha de realismo y racionalidad para un izquierdismo que soñaban con la ruptura política tras las experiencias de la dictadura y la guerra.

Hoy, la izquierda no perdona el revisionismo racionalista de González, no perdona la Transición democrática. Quizás, malos alumnos de Barrio Sésamos y cebados por el bienestar del sistema del 78, no descubrieron la diferencia que existe entre dictadura y democracia. La izquierda, huérfana de ideología, se subió al puzle de reivindicaciones particulares y multicolores de la postmodernidad, incluida una aberrante seducción por la ideología más potente hoy en España, la de los nacionalismos secesionistas, exaltando, además, donde antes era el igualitarismo y solidaridad, el particularismo y la diferenciación, incluyendo también el privilegio.

Ensoñación contra el sistema del realismo y la racionalidad que por coherencia acabará en la dictadura de los que manden o en el cantonalismo anarquista. Felipe hizo un gran servicio a la izquierda española y a España, pero todo eso se truncó con Zapatero y ha sido proseguido con mayor énfasis por Sánchez hasta acabar sacando a su partido del núcleo constitucional. “La desjudicialización de la política”, los acuerdos con el secesionismo, incluido el generado por ETA, la coalición con los bolivarianos domésticos, nos ha arrastrado ya a la quiebra de la convención política que hizo posible la democracia. Lo que empieza a existir es un autoritarismo feroz aliñado por un nivel de propaganda digno de Goebbels. Porrazos a los agricultores, mención irónica del 155 a aplicar a Murcia, “desinflamación” ante la sedición, y sumisión ante el sedicioso Junqueras.

Aunque siempre haya existido una izquierda antisistema, que pasó su tiempo en las catacumbas, el PSOE de Felipe no lo era. Sin embargo, Zapatero nos llevó al límite ante una crisis económica, que negó hasta el último momento con la testarudez de un aprendiz de déspota, asumiendo finalmente traumáticamente la dimisión. Sánchez va a hacer lo mismo ante la crisis política generada por el secesionismo, despreciando instituciones y la misma legalidad. Todo ello ante la mirada de una izquierda que ha mutado el racionalismo por la adhesión emocional, es decir, por el servilismo. Evidentemente, esa izquierda no puede ser un instrumento para el progreso, lo será para una revolución conservadora, como los fascismos.

Nuestro gran líder intenta convertir el movimiento de rebeldía secesionista en palanca para la reformulación del sistema político de la misma manera que Zapatero, con el señuelo de alcanzar la paz mediante la negociación con ETA, creó las bases de una alianza estratégica que hoy se materializa en la alianza con Bildu. El inicio de un proceso, otro, el del izquierdismo socialista, encaminado a truncar el sistema, so pena de desenterrar el frente popular, al abuelo fusilado, y la Memoria Histórica revanchista.

El descubrimiento prematuro de una dictadura se empieza a detectar cuando con asiduidad el líder se contradice a sí mismo, a la vez que las palabras cambian de sentido, o se inventan nuevas, porque el poder obliga a demostrar con la invención de las palabras quién es el que manda – Humpty Dumpty a Alicia en “Al Otro Lado del Espejo”-. Se aprecian actuaciones caprichosas, sin sentido -ojo con la subida del salario mínimo, discútelo y tantéalo, no vayas a mandar al paro a la gente, aunque quede muy propagandística la subida-. No hagas lo que quieras con la aliada venezolana contradiciendo las órdenes europeas, aunque declames que eres el más europeísta, y no te pongas a negociar el futuro de España, no sólo el de Cataluña, con uno que ni siquiera es diputado y que prosigue en fragante rebeldía. Caprichos de déspota, adobado por mucha propaganda y ejecutado con desprecio por la legalidad. Y esto no ha hecho más que empezar. Todo ello cuando se cumple el setenta aniversario de la muerte de Orwel, que, por cierto, descubrió en España el peligro de las ensoñaciones.