Enrique Gil Calvo, EL PAIS 12/11/12
La reivindicación de independencia es un acto teatral de política ficción que generará frustración.
La campaña electoral de las legislativas catalanas adelantadas por Mas acaba de iniciarse un par de días después de que concluyeran las presidenciales estadounidenses con la relección de Obama. Y salvadas las distancias que diferencian a ambos comicios, me gustaría comentar ciertos paralelismos que los aproximan remotamente entre sí. El más obvio es su evidente carácter plebiscitario. En Estados Unidos se trataba de prorrogar o revocar el decepcionante mandato del actual presidente en ejercicio, optando entre lo malo conocido (un Obama que ha frustrado las expectativas que abrió en su día) y lo peor por venir (el Romney rehén del fanático Tea Party). Y en Cataluña se trata de otorgarle o no al president plenos poderes para abrir un incierto proceso secesionista (en vez de hacerle rendir cuentas por sus fallos de gobierno y su injusta vulneración de los derechos sociales).
Otro rasgo análogo es el clima de polarización que habrá presidido ambos comicios, agravando su deformación plebiscitaria. La población estadounidense ha quedado fracturada por una guerra cultural entre los patriotas que se sienten depositarios del esencialismo nacional, al que consideran traicionado por obra de Obama, y sus demás conciudadanos multiculturales, que se identifican con él como símbolo de su aspiración a integrarse. Una polarización que explica la reelección de Obama, pero que también se contradice con su propio programa político, fundado como estaba en la superación de las fracturas populares y la reconciliación suprapartidista. Pues bien, la población catalana, antaño un oasis de convivencia tolerante, también está siendo sometida a idéntica polarización, dada la guerra cultural desatada contra la perversa madrastra España. Una polarización a su vez realimentada por gestos como el Manifiesto contra la secesión.
Pero quizás el factor que mejor aproxima ambos comicios es su común aureola de ensoñación idealista, que ha prendido sobre todo entre las generaciones más jóvenes. En efecto, tanto en EE UU como en Cataluña las pasiones desencadenantes de la polarización plebiscitaria surgieron de un espejismo imaginario pero seductor. En el caso de Obama, ese espejismo fue la creencia confiada en sus presuntos poderes mesiánicos y taumatúrgicos, que hacían de él una especie de superhéroe político capaz de redimir a su pueblo y a la misma humanidad.
Aquel sueño americano se hizo realidad por un momento al producirse un hecho que hasta entonces resultaba increíble, como era el que un afroamericano conquistase la Casa Blanca. Sin embargo, la prosaica realidad fue erosionando el carisma de Obama hasta despertar a sus seguidores de su ensoñación mágica, para convertirlo finalmente a sus ojos en otro presidente normal y corriente. De ahí que cuatro años después haya tenido una hemorragia electoral de diez millones de votos. El sueño ha terminado y se impone la realidad. Y en el caso catalán ocurre algo parecido, pues la creencia en una Cataluña independiente es también una ensoñación imaginaria, apartada por completo de la dura realidad actual.
Una ensoñación que solo pudo resultar creíble por el efecto escenográfico de la masiva Diada del 11 de septiembre, cuyos ecos mediáticos hicieron creer durante algún tiempo a propios y extraños que la independencia de Cataluña no solo era factible por un acto de voluntarismo sino que además estaba al alcance de la mano. De ahí que Artur Mas cayese en la tentación de aprovechar la oportunidad que la Diada le brindaba para hacer suya semejante ensoñación reforzándola con el respaldo de su autoridad institucional. Pero con ello no hizo más que confundir sus deseos con la realidad. Lo cual es explicable en un político que defiende sus intereses partidistas, pero no en un gobernante que debe defender el interés general, y que no debe permitir que el principio de placer se imponga sobre el principio de realidad. Pues la reivindicación de independencia es una fiesta placentera que genera consoladora embriaguez, lo que permite evadirse de una injusta realidad imposible de soportar contribuyendo de paso a ocultarla. Pero también es un teatral acto de política ficción, que no hará más que generar frustración en cuanto sea desmentido por la realidad económica europea.
¿Cuándo se producirá el despertar de la ensoñación secesionista? ¿Cuánto durará la creencia en su ficticia posibilidad? ¿Se mantendrán sus efectos imaginarios el tiempo suficiente para que Artur Mas alcance sus objetivos? Cabe dudarlo. El despertar de la ensoñación de Obama se produjo dos años después, pero la ensoñación de Mas podría no alargarse tanto. Pero si Obama aprendió a evolucionar del idealismo al pragmatismo, ¿sabrá Artur Mas hacer lo mismo?
Enrique Gil Calvo, EL PAIS 12/11/12