Juan Carlos Girauta-ABC
La izquierda occidental del siglo XXI: una lírica ramplona para el mastuerzo y una épica roma para el pastueño
La izquierda de entonces nos fascinaba, para qué vamos a negarlo. Aquí llegaba un poco escasa de sustancia por el viaje, pero uno podía seguir en las revistas enteradas lo que pasaba en París. Sí, París. El español culto tiene el hábito de mirar hacia allí, a ver qué pasa, y mal que le pese a mi estimada Elvira Roca. Sigan haciéndolo, caramba, solo hay que ver lo que escriben Carrère, Finkielkraut o Houellebecq para volver a quitarse el sombrero. Llámenme afrancesado.
Y si entones lo suyo era levantar barreras, elaborar difíciles códigos de acceso y atenerse a ellos, jugar el juego clásico de los sacerdotes egipcios que conocen las crecidas cíclicas del Nilo, ahora es lo contrario. El recinto
de la izquierda es accesible a cualquiera, y eso no es plan. Aquellas filiaciones políticas pueden sonar chinas -a veces literalmente- pero en Europa se valoraba entonces la ironía, se competía a todas horas por el saludable distanciamiento de lo que se suscribía para que no te tomaran por un membrillo. Ahora es al revés: hay que ponerse muy serio ante la más torpe exhibición sentimental, sobre todo si tratas con ofendidos crónicos. No en balde se les llama «ofendiditos» en las redes diabólicas.
Se podía ser tan incoherente como ahora, pero con una cierta gracia, por Dios. No se empeñen en la denominación de origen «gauche caviar». Esto no llega a gauche sushi, esto es gauche chía o algo así. Como una música peñazo de las esferas, ya no somos conscientes de lo que suena ahí fuera: el eco del eco de unas ideas y de unas actitudes que ya nadie recuerda. Vivimos en un descomunal sesgo de confirmación de masas, en una búsqueda frenética de identidades a la carta. Lo que sea con tal de no quedarse solos ante el peligro de pronunciarse por sí y ante sí, con todas las consecuencias y el mundo por montera.
Es una inseguridad en marcha, aquella marcha hacia delante de Kundera, que nunca se acaba y que encarna el kitsch. Un temor adolescente ridículamente prolongado hasta las canas, hasta la senectud y hasta la tumba.
Es un desconocimiento de las fuentes, acaso un citar al que cita al que citó. Hay otra modalidad que es conocer las fuentes pero no entretenerse con comillas. Tipo tesis de Fráudez, o de quien se la hiciera. Como si aquí y ahora yo dijera que esta gente son un fue, y un será, y un es cansado sin un motivo que lo justifique. O bien: ¿No ves la herida que tengo desde el pecho a la garganta? Ni la ves tú ni la ve nadie, porque os habéis olvidado, de tanta afición como tenéis, de que lo que explotáis es por lo general la herida ajena.
La izquierda occidental del siglo XXI: una lírica ramplona para el mastuerzo y una épica roma para el pastueño. La practican los luchadores a distancia, los profesionales del sacrificio vicario y el trabajo simbólico. Hay una Ilíada de barra de pub y una Odisea donde las sirenas llevan mallas de licra para disimular el pez. Qué fatiga, la nada.