Carlos Sánchez-El Confidencial
- EEUU ha cumplido lo pactado en Doha hace año y medio: se ha retirado de Afganistán. Biden podría haberlo incumplido, pero ha preferido no alargar una agonía que duraba ya 20 años
Hay un párrafo en el acuerdo que firmaron EEUU y los talibanes el 29 de febrero de 2020, todavía con Trump en la Casa Blanca, que lo dice todo, y que puede explicar mejor que cualquier análisis erudito el paseo militar de los talibanes en Afganistán.
El punto uno de la parte dos (el acuerdo está dividido en tres apartados) establece que el Emirato Islámico de Afganistán, que no está reconocido por EEUU como Estado, como remarca en numerosas ocasiones el documento, “no permitirá que ninguno de sus miembros, otras personas o grupos, incluidos Al-Qaeda, puedan usar el suelo de Afganistán para amenazar la seguridad de los EEUU y sus aliados”.
El compromiso puede parecer papel mojado, y es verdad que los talibanes son poco de fiar, pero lo cierto es que el acuerdo, firmado en Doha (Qatar) por el mulá Baradar, tras ser liberado por el Gobierno de Pakistán (a petición de un enviado de Trump), después de pasar ocho años en prisión, se ha cumplido de forma impecable por las dos partes.
Las imágenes de miles de presos saliendo de las cárceles de Kabul forman parte del compromiso adquirido por EEUU hace apenas 18 meses
El acuerdo, de hecho, obligaba a EEUU a retirar de Afganistán todas sus fuerzas militares, y la de sus aliados, incluido todo el personal civil no diplomático, seguridad privada, contratistas, asesores y personal de servicios de apoyo, en un plazo de 14 meses, y eso es justamente lo que se ha hecho con un retraso de apenas tres meses y medio. Algo que puede explicar que los talibanes hayan llegado a Kabul prácticamente sin pegar un solo tiro. Aunque para ello la Administración Biden haya tenido que cumplir uno de los puntos más peliagudos del acuerdo, como es la liberación de 5.000 presos talibanes. Las imágenes que se han visto estos días de miles de presos saliendo de las cárceles de Kabul, en realidad, forman parte del compromiso adquirido por EEUU hace apenas 18 meses.
Un nuevo ‘statu quo’
Todo a cambio de que no se repita el 11-S, para lo cual hay un compromiso de los talibanes de que cuando alcancen el poder, algo que ya ha sucedido, enviarán un “mensaje claro” a los grupos terroristas que operan en la zona de que no cooperarán con grupos o individuos que amenacen la seguridad de EEUU y sus aliados. Es decir, paz a cambio de un Estado. O lo que es lo mismo, EEUU asume el nuevo ‘statu quo’ —el Gobierno del islamismo más radical— a cambio de garantizarse que no habrá acciones terroristas, aunque ello suponga la creación del Emirato Islámico de Afganistán.
Sin duda que la apuesta es arriesgada. Entre otras razones, porque la salida de EEUU de suelo afgano limita sus fuentes de información contraterrorista. Biden, sin embargo, ha preferido respetar los acuerdos de Trump. Podría no haberlo hecho, pero ha preferido priorizar, como sostiene Vanda Felbab-Brown, analista de Brookings, uno de los principales centros de investigación de EEUU, la lucha contra el terrorismo en otras zonas del planeta que hoy se consideran más amenazantes.
La posibilidad de exportar terrorismo desde Afganistán es más reducida que desde África, lo que ha animado a Biden a respetar los acuerdos
Este es el caso de Al-Shabab, que mantiene una fuerte lealtad con Al-Qaeda, mientras que otras variantes del fanatismo terrorista, incluido el ISIS, operan en la región del Sahel, en particular en Malí. Dicho de otra manera, a Washington le preocupa más hoy el terrorismo procedente de África que de Afganistán. Entre otras cosas, porque es previsible que la retirada de Afganistán tenga un coste político bajo para Biden, salvo en determinados círculos progresistas que lo auparon al poder por haber dejado a los afganos —y, sobre todo, a las afganas— a merced de los talibanes.
Dicho de otro modo, hoy la posibilidad de exportar terrorismo desde Afganistán es más reducida que desde África o determinadas zonas del Oriente Medio, lo que habría animado a Biden a respetar los acuerdos firmados por Trump con los talibanes, suscritos, por cierto, por el secretario de Estado Mike Pompeo, hoy partidario de bombardear Kabul para expulsar a los talibanes.
No es de extrañar que algunos analistas alineados con los demócratas hayan hablado del ‘coraje’ de Biden para entregar el poder a los talibanes, que para nada son un grupo homogéneo, sino una suerte de franquicias territoriales enfrentadas en muchos casos a eso que ha venido en denominarse ‘señores de la guerra’. De hecho, hoy nadie descarta una fragmentación del país que en el peor de los casos conduzca al enfrentamiento armado entre facciones rivales, con lo que ello supone del cumplimiento de los acuerdos con EEUU en materia de control del terrorismo.
Desestabilizar la región
Estaba cantado que el Ejército del Gobierno afgano no estaba en condiciones de defenderse por sí solo sin la capacidad logística de EEUU y de sus aliados, como así ha sucedido. Entre otras razones, porque Pakistán —el gendarme de la zona— siempre preferirá tener cerca a los talibanes que a EEUU, cuya presencia tiene por sí sola una enorme capacidad de desestabilizar la zona. Algo que puede explicar la naturalidad con que se ha seguido la marcha de los talibanes hacia Kabul en toda la región. Incluida Rusia, siempre alerta por el efecto que puede tener en su política interior lo que suceda en las antiguas repúblicas soviéticas de mayoría musulmana, algunas (Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán) fronterizas con Afganistán.
También en China, cuyo ministro de Exteriores, Wang Yi, se reunió hace apenas tres semanas en Pekín con el mulá Baradar, lo que da idea de que la llegada de los talibanes a Kabul tiene poco de sorpresiva, como se ha vendido en la prensa occidental. Otra cosa es lo que se quiera decir en público para justificar un cambio de posición en la zona. Sin el apoyo logístico de EEUU, el fantasmagórico Ejército afgano tenía la misma capacidad destructiva que los guerreros de terracota.
«No fuimos a Afganistán para construir un país. Es el derecho y la responsabilidad del pueblo afgano», recordó Biden hace apenas tres semanas
En aquella reunión de dos días con las autoridades chinas, lo que prometió el nuevo hombre fuerte de Afganistán es que no colaborarán con el denominado Movimiento Islámico del Turquestán Oriental, el grupo militante uigur que, según Pekín, amenaza la seguridad en Xinjiang, la capital de los separatistas chinos. Conviene recordar que Pekín, con un interés no disimulado en los importantes yacimientos de tierras raras que esconde el subsuelo de Afganistán, ha internado a más de un millón de uigures y otras minorías musulmanas en campos de trabajo en la región noroeste del país, que limita con Afganistán.
Es por eso por lo que resulta curioso que se haya querido ver la salida de EEUU o el desmoronamiento del Gobierno afgano como un hecho impredecible o, incluso, sorpresivo, cuando el acuerdo de febrero de 2020 dejaba vía libre a los talibanes para conquistar el país.
Todo es tan paradójico que los talibanes, de alguna manera, aparecen como los aliados de Biden, quien con esta jugada, no exenta de riesgo, está en condiciones de ofrecer al pueblo de EEUU el fin, veremos si temporal, de una pesadilla que ha durado 20 años. Y que ha consumido alrededor de un billón de dólares (algo más del 70% del PIB de España), la vida de 2.448 estadounidenses, y ha herido a 20.722 compatriotas, sin contar, como dijo el propio Biden, traumas invisibles en términos de salud mental. Y, por supuesto, sin contar los más de 120.000 afganos muertos durante dos décadas de horror.
Un ejercicio de ‘real politik’
Otra cosa es la imagen humillante que ofrece ver a soldados de EEUU huir a la fuga de Kabul, y que necesariamente recuerda al Saigón de 1975, y que como sucede ahora estuvo precedida del acuerdo de paz de París dos años antes, suscrito por Kissinger y Le Duc Tho, por el que recibieron el Nobel de la Paz que el vietnamita se negó a recoger. Nixon, en aquella ocasión, no fue tan explícito como Biden, pero como el actual mandatario de la Casa Blanca hizo un ejercicio de ‘real politik’. Y lo cierto es que EEUU, ahora, no está en condiciones de asentarse de forma indefinida en aquellos territorios donde operan terroristas que amenazan su seguridad, y menos si cuentan con tropas que conocen el terreno mejor que nadie, como en Vietnam.
“No fuimos a Afganistán para construir un país. Es el derecho y la responsabilidad del pueblo afgano decidir su futuro y cómo gestionar su país”, dijo Biden hace apenas tres semanas, lo que era, en definitiva, la demostración palmaria de que la suerte del pueblo afgano estaba echada. Entre barbarie y civilización, EEUU ha preferido lo primero debido al altísimo coste que tendría para su país una presencia de cinco o seis décadas, como la que impuso en Alemania o Corea del Sur tras la II Guerra Mundial.
Al contrario que Roma, Washington no tiene intención de exportar su civilización o agrandar su imperio, lo que busca es el control de daños
Es decir, al contrario que Roma, Washington no tiene ninguna intención de exportar su civilización (la invasión de Afganistán fue una respuesta más política que militar al 11-S) o agrandar su imperio, sino que lo que busca es simplemente una política de control de daños, habida cuenta de la potente resistencia talibana, mal calculada por los estrategas norteamericanos, como ha reconocido en ‘Foreign Affairs’ P. Michael McKinley, antiguo embajador de EEUU en Kabul. Los ingleses, cuando conquistaron India, no tenían fecha de salida, y ese es el error de la política de invasiones más o menos fugaces de Washington, que dispara rápido a la hora de intervenir, pero que cuando las cosas se tuercen tiene una clara tendencia a dejar un país devastado.
La batalla por la hegemonía en la zona está tan perdida que a los talibanes, con buenas relaciones con Pakistán, China e Irán (con quienes comparten su furia contra EEUU), lo último que les preocupa es si EEUU reconoce formalmente el nuevo Estado. El nuevo Gobierno no solo tiene suficientes aliados en la región para tirar hacia adelante, sino que también cuenta con una cierta capacidad económica gracias al opio. Naciones Unidas ha estimado que en la última década la superficie destinada a su cultivo ha crecido un 37%.
Algo que puede explicar que el mulá Baradar haya dado órdenes de tomar Kabul con humildad. Por el momento, sin fanfarronería. No piensan lo mismo millones de afganos, que ven hoy su futuro arrasado. Sobre todo las mujeres, que estaban saliendo del Medioevo. Los refugiados vendrán a Europa, no llegarán a EEUU, y eso lo sabe Biden mejor que nadie. No deja de llamar la atención que todos los últimos conflictos en los que se ha visto envuelto EEUU desde Vietnam hayan acabado con millones de refugiados que buscan un hogar en Europa. Esa es la ventaja de EEUU, que hace acciones puntuales (Afganistán, los Balcanes, Irak, Siria, Libia…), pero los daños colaterales los recogen otros.