Kepa Aulestia-El Correo
Pedro Sánchez está concibiendo su segundo mandato como plataforma para hacerse valer en la UE
El 3 de febrero de 2016 Felipe VI encargó a Pedro Sánchez que tratara de lograr la investidura, después de que Mariano Rajoy se hiciera a un lado. El secretario general socialista no pudo conseguirlo, y tras las elecciones de junio de aquel mismo año Rajoy logró continuar al frente del Gobierno, después de que Sánchez fuese defenestrado en su partido. Pero volvió a pilotarlo mediante primarias. El 25 de mayo de 2018 la Audiencia Nacional sentenció que el PP se había beneficiado de la ‘trama Gürtel’ en 245.492,8 euros. Pedro Sánchez reaccionó inmediatamente presentando una moción de censura contra Rajoy, y la impasibilidad de éste -unida a la celeridad de su tramitación parlamentaria- propició que saliera adelante la candidatura socialista. Desde entonces, no se ha vuelto a hablar de corrupción en la refriega partidaria. Como si, una vez vista la carambola que condujo a Sánchez a La Moncloa en seis días, nadie estuviera interesado en mentar su causa inicial. Un año después de aquella jugada Pedro Sánchez ha vuelto a ser nominado por el Rey para que se presente a la investidura, y hay indicios de que desearía mantenerse en la presidencia mediante otra carambola.
El candidato único a la investidura fue taxativo a la salida de La Zarzuela: «O gobierna el PSOE, o gobierna el PSOE». O eso o la convocatoria de nuevas elecciones. El debilitamiento electoral y político de las demás formaciones hace que los 123 escaños socialistas parezcan aún más. Pero la inexistencia de una alternativa a Sánchez no presupone la apertura de una legislatura de fácil navegación. Porque esa misma debilidad del resto del arco parlamentario, tanto de los posibles socios como de los posibles oponentes, hace de estos un factor impredecible a medida que se enfríen las sensaciones inmediatas del 28-A y del 26-M. Hace que se puedan mostrar indiferentes, e incluso irritados, ante el emplazamiento presidencial a la «altura de miras» que les recetó el jueves noche; máxime si va acompañado de la amenaza velada de la disolución de las Cámaras.
El hoy presidente en funciones transfirió fundamentalmente a Unidas Podemos, PP y Ciudadanos la responsabilidad de asegurar «cuanto antes» la gobernabilidad del país. Cuando es evidente que los socialistas son partícipes de la lentitud y de la ambigüedad de posturas con que se afrontan los pactos postelectorales, en la equivocada creencia de que el tiempo corre a su favor. Es probable que en estos momentos el partido de Sánchez se conforme con salvar el trámite de la investidura, aunque sea a base de votos desconfiados en lo que vaya a ocurrir después, junto con la ayuda de algunas abstenciones. Pero ni es lo mismo lograr la investidura por mayoría absoluta que por mayoría simple, ni cabe imaginar que una elección por carambola permita a Sánchez transitar por cuatro años de vicisitudes aferrado a un mandato de baja productividad ‘a izquierda y a derecha’.
Sánchez aceptó la encomienda del Rey apelando a los cuatro objetivos que se plantea para la nueva legislatura: la transición ecológica, la digitalización de la economía y el sistema educativo, la lucha contra la igualdad y el fortalecimiento del proyecto europeo. Formulación tan ambivalente que por sí misma se aleja de la eventualidad de un gobierno de coalición con Unidas Podemos, aproximándose a la idea de un gobierno que se sostenga de partida sobre un compromiso de mínimos con un ‘socio preferente’, el partido de Iglesias, cuya incomodidad se hará patente hoy en la reunión de su consejo ciudadano estatal. Pero esos cuatro objetivos de Sánchez no solo tratan de sortear la investidura, sino que su generalidad responde también al papel que -por carambola- le corresponde jugar a la cabeza de la socialdemocracia europea. El PSOE está dispuesto a sacrificar intereses locales y autonómicos por la presidencia del Gobierno, supeditando los primeros a la consecución de la segunda. Pero además Pedro Sánchez está concibiendo su segundo mandato como plataforma para hacerse valer en la UE. Su moderación programática atiende más a su creciente presencia en Bruselas que a las recomendaciones de la Unión. Y la compañía de Iglesias le resulta inconveniente.