Fue en 1992, con las detenciones de los jefes en Bidart y, semanas después, de quienes debían sucederles, cuando, por vez primera, los etarras asumieron la idea de que podían ser derrotados policialmente; cuando se dieron cuenta de que el enemigo podía conseguir la «victoria militar», aquella que hasta entonces no se les había pasado por la cabeza.
Aitzol Iriondo, ‘Gurbitz’, y Garikoitz Aspiazu, ‘Txeroki’, guipuzcoano el primero, vizcaíno el segundo, han tenido una trayectoria muy parecida en las filas de ETA. Entraron en la banda hace diez años, coincidiendo con el final de la tregua de Lizarra. Como peones de la banda ayudaron a romper aquel alto el fuego, pero el tiempo y la captura de las sucesivas promociones de jefes les convirtieron en capataces de la cuadrilla y como tales fueron ellos, en compañía de otros como ellos, los que decidieron la ruptura de la última tregua, la más reciente.
No son ni más sanguinarios ni menos que otros dirigentes etarras, simplemente habían asumido que para conseguir sus objetivos políticos era más eficaz el uso de las armas y con ellas han hecho lo que han podido, que es, afortunadamente, mucho menos de lo que hicieron sus antecesores. No ha sido por falta de ganas, sino porque quienes combaten el terrorismo han hecho su trabajo mucho mejor que los propios terroristas.
La sucesión de un dirigente como ‘Txeroki’ que durante los últimos años ha controlado todos los resortes del poder en ETA era ya un problema para la banda que necesitaba tiempo para que el relevo estuviera a la altura del relevado. El arresto de quien representaba ese relevo multiplica el problema de la organización terrorista.
La clave del éxito de Bidart no fue sólo que el 29 de marzo de 1992 se detuvo a los tres integrantes de la cúpula etarra a un tiempo. Eso nada más ya era la mejor operación antiterrorista realizada hasta ese momento. Pero es que, además, unas semanas más tarde se arrestó a quienes tenían que sustituir a los capturados en Bidart. A la banda le costó muchísimo tiempo recuperarse del doble golpe en el terreno operativo, pero en el terreno de la moral de los terroristas la recuperación nunca llegó del todo.
Fue entonces cuando, por vez primera, asumieron la idea de que podían ser derrotados policialmente, cuando se dieron cuenta de que el enemigo podía conseguir la «victoria militar», aquella que hasta entonces no se les había pasado por la cabeza.
El doble arresto en cuestión de semanas de Aspiazu e Iriondo va a ser importante en el terreno operativo, el de la materialización de los atentados, pero más todavía en el campo de la moral de los etarras. Todos los debates y elucubraciones que los etarras han venido haciendo durante el último año sobre la compartimentación interna, la estanqueidad de las diferentes estructuras, sobre la seguridad ante todo, sobre la creación de una nueva ETA se han quedado en papel mojado después del doble golpe propinado por la Guardia Civil y la DCRI francesa (los servicios de información de la policía). Eso tiene que doler incluso a los terroristas más insensibles.