Editorial, ABC, 27/5/12
El nacionalismo es una ideología frustrante, porque genera procedimientos ideológicos para que las culpas de los propios sean siempre ajenas, al mismo tiempo que se marca objetivos irrealizables
LOS tiempos de crisis suelen ser propicios para la búsqueda de chivos expiatorios o para impulsar tendencias centrífugas y de disgregación. El enemigo exterior o el Estado opresor suelen ser el argumento más habitual de estos discursos normalmente nacionalistas y victimistas. En la última tanda de recortes en el gasto público, el presidente de la Generalitat catalana, Artur Mas, dejó claro que si el Estado hubiera pagado a Cataluña lo que le debía esos recortes no serían necesarios. Hace poco más de setenta y dos horas, el propio Mas pedía dinero al Estado para llegar a fin de mes. El nacionalismo es una ideología frustrante, porque genera procedimientos ideológicos para que las culpas de los propios sean siempre ajenas, al mismo tiempo que se marca objetivos irrealizables, basados en múltiples mitos exentos de someterse al examen del rigor histórico. Esta mitología nacionalista, a la que ABC dedica hoy un extenso reportaje, es, por definición, irracional, pero el totalitarismo que impregna toda ideología identitaria la ha elevado no solo a tema tabú, sino a verdades de obligado acatamiento público y privado. La amalgama de falsedades ancestrales ha acabado por crear un relato histórico en el que Rafael Casanova fue un mártir de la nación catalán, y no un defensor de un pretendiente a la Corona española frente a otro y que no murió en la defensa de Barcelona; o que la derrota del austracismo frente a Felipe V supuso el fin de una supuesta cosoberanía entre Cataluña y España. Y a partir de este conjunto de autoengaños, se ha llegado a la política de uniformismo lingüístico, a la prohibición de las corridas de toros y al agravio constante en materia fiscal. En definitiva, a todo un régimen imperativo de cómo ser catalán, necesariamente en contraposición a lo español. Otros nacionalismos, como el vasco, tienen orígenes igualmente virtuales, basado en leyendas sobre la independencia originaria del pueblo vasco, la anexión forzosa de los territorios vascos o de Navarra al reinado de Castilla o la existencia de una Euskadi (o de una Euskalherria, que en esto no hay consenso entre «abertzales») paradisíaca contaminada por los «maketos», según adoctrinaba aquel integrista xenófobo llamado Sabino Arana, fundador del PNV.
No están lejos de los inicios de estos movimientos nacionalistas episodios históricos que explican el carácter puramente reactivo de sus fundamentos, como la derrota del carlismo o la decadencia del 98 y sus consecuencias económicas. Y ante esta nueva crisis sistemática, el nacionalismo reacciona con los mismos tópicos insolidarios y segregadores que en sus orígenes.
Editorial, ABC, 27/5/12