JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO 20/04/14
· Este año toca hablar de las elecciones y el desafío catalán, pero el Aberri Eguna es un ritual con el que el nacionalismo trata de mantener viva en Euskadi la ilusión de una patria común.
Todo Aberri Eguna es igual al anterior y, por lo que cabe prever, también el del año que viene será idéntico al del presente. Así ha sido, a excepción de los que tenían lugar en tiempos de la dictadura, cuando la clandestinidad los reducía al silencio íntimo de la familia, desde que comenzaron a celebrarse en los años 30 del siglo pasado. Se han convertido en puro ritual y, como tal, siguen una pauta inmutable. Sólo cambian las circunstancias –políticas, económicas o sociales– que cada año los rodean y de las que con sumo cuidado se seleccionan las que mejor sirvan para hacer de envoltorio adecuado al mensaje patriótico que cada año ritualmente se repite.
Los Aberri Egunak han llegado a ser así algo muy parecido, y no sólo por la fecha en que se celebran, a las pascuas judías, en las que quienes viven en la diáspora acaban invariablemente brindando con aquello de que «el año que viene en Jerusalén», sin tener la más mínima intención de abandonar sus cómodos lugares de residencia para regresar a la tierra prometida. Entre nosotros, también, lo que se dice y promete en los mensajes de nuestra fiesta patriótica no pasa de ser el desahogo ritual que cada año toca repetir, aunque se sepa que nunca habrá de cumplirse.
El envoltorio que este año podría haberse escogido para adornar el mensaje de los manifiestos y los discursos era múltiple. Pero, de entre todas las circunstancias que rodeaban la celebración, una sobresalía de entre todas. Era la preocupante situación socioeconómica en que la patria lleva estancada desde hace ya más de cinco años y cuyo final no parece que los más recientes datos prometan cercano. Todo lo contrario. Dan a entender que, aunque con retraso, la crisis ha comenzado a golpearnos ahora más duro que a nadie.
Así lo han entendido también los ciudadanos –los compatriotas, sería el término más propio del día de hoy–, quienes, de entre las preocupaciones que les abruman, destacan, muy por encima de todas las demás, la de los aprietos socioeconómicos que están obligados a pasar. Precisamente la que para nada se ha hecho oír en los mensajes de los días previos al Aberri Eguna. Y es que las apreturas que los ciudadanos sufren no son las que mejor se prestan a enardecer sus corazones en las fiestas patrióticas.
Se han elegido, en cambio, como envoltorio, de entre todas las circunstancias que han rodeado la fiesta, dos asuntos que, si no los del ciudadano común, sirven al menos para excitar los ánimos de quienes los representan. Eran, de otro lado, los que más a mano estaban en la actualidad de los medios y, por ser además más afines a lo que se asocia con la idea de patria, resultaban más útiles para quienes tienen el deber de exaltarla. Me refiero, como ha podido adivinarse, a Europa y a Cataluña. La primera, porque la cercanía de las elecciones a su Parlamento creaba casi el deber de mencionarla. La segunda, porque nadie que se las dé en este país de patriota podía dejar de referirse al movimiento que en estos tiempos está teniendo lugar en Cataluña.
Cada uno de los dos grupos –el nacionalista y el abertzale– que celebran el día de la patria ha preferido echar mano, entre ambos asuntos, de aquel que mejor le va o, al menos, menor incomodidad le supone. Los nacionalistas han elegido el de Europa, en parte porque, por razones de historia, les resulta más familiar y en parte porque, al ser menos conocido del público en general, permite decir sobre él más generalidades. Los abertzales, en cambio, han visto en el de Cataluña no sólo el que mejor les viene a sus intereses abiertamente secesionistas, sino también el que más les sirve para poner al descubierto la ambigüedad de sus adversarios.
Pero, como decíamos, ni lo uno ni lo otro pasan de ser puro envoltorio. Ni los primeros saben a ciencia cierta qué quieren exactamente decir con lo de «ser reconocidos como una verdadera nación en Europa» ni los segundos tienen esperanzas de que Cataluña les sirva de precedente o ejemplo. Se trata sólo de aprovechar las circunstancias que están en el ambiente para mantener vivo el rescoldo que, como vestales, ambos se sienten obligados de cuidar. Porque tanto a los unos como a los otros, nacionalistas y abertzales, lo que de verdad les importa no es tanto lo que se puede lograr realmente cuanto lo que siempre queda por alcanzar. Es en lo que ‘todavía’ falta, y no en lo que ‘ya’ se tiene, donde reside la fuerza que los mantiene vivos y pujantes.
El lehendakari Urkullu ha dicho, en vísperas del Aberri Eguna, que le gustaría que en un futuro se tratara de una fiesta común a todos los vascos y que todos ellos la celebraran de manera oficial e institucionalizada. Bello deseo. Porque un día en cuya celebración no participan todos los ciudadanos del país, como hoy en día ocurre, no es el día de la patria, sino el de otra cosa que, por su particularismo y sectarismo, mejor sería dejarla sin nombrar.
Ahora bien, si algún día llegara a cumplirse el deseo del lehendakari y todos los vacos celebráramos en común un día que fuera realmente el de la patria, mejor que lo hiciéramos, como en los tiempos de la clandestinidad, en absoluto silencio, porque, si a alguien le diera por nombrar en voz alta la que él tiene por la suya, la unanimidad sin duda se rompería y acabaríamos añorando lo que ahora tenemos. Al fin y al cabo, esto de las patrias, conviene guardárselo cada uno para sí mismo y compartirlo sólo con su propia intimidad.
JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO 20/04/14